El apocalipsis a cuotas

El fin del mundo no va a llegar en medio de asteroides ni misiles, sino por cuenta de la inteligencia artificial. Lo digo porque, fiel a lo que somos, lo que hacemos con buenas intenciones termina volviéndose en nuestra contra. Ya lo anunció Terminator hace cuarenta años cuando las máquinas de Skynet pasaron a dominar el planeta sin que los humanos pudieran hacer algo al respecto. No hemos llegado al punto de producir soldados de ese tipo en masa, pero para allá vamos con experimentos donde humanoides y perros robot demuestran sus alcances en su rol de guardianes de la seguridad. Y mientras ese día llega, le estamos dando alas a la inteligencia artificial para que en algún momento controle nuestras vidas y le agradezcamos por ello. El asunto se está saliendo de las manos en los planteles educativos, donde millones de estudiantes apelan a ella para hacer sus deberes, un abuso de la norma como los que llenan las cabinas de los aviones con supuestos animales de apoyo emocional. Y eso es solo el comienzo, un caso de deshonestidad académica. Hoy, una incipiente inteligencia artificial les hace tareas a los alumnos, en cinco o diez años puede ser algo realmente grave. Y no estoy satanizando la herramienta, entiendo que su potencial y las posibilidades para facilitarnos la vida son infinitas, pero, como ya dije, solemos torcer el camino cuando nos inventamos algo para nuestro beneficio. Porque he leído que en un tiempo la inteligencia artificial será capaz de detectar enfermedades en nuestro cuerpo antes de que se desarrolle, lo cual es maravilloso (no tanto para el equilibrio del planeta), pero mientras tanto tenemos a la técnica haciendo bobadas, tipo unos videos horribles. El otro día descubrí uno donde unos gatos se convertían en tomates y me quedé horas enganchado a contenido de ese tipo, entre aterrado y asqueado, solo porque disfruto intensamente darme mala vida en las noches para poder dormir mal. Fotos antiguas convertidas en video donde sus protagonistas se mueven y sonríen; cuadros de Dalí, Van Gogh y Da Vinci donde los personajes pintados cobran vida y se salen del lienzo; un desfile de modas con Michael Jackson, Freddie Mercury, Whitney Houston y Prince desfilando por la pasarela (y con música de Enya de fondo, maldita sea) o perros que al saltar sobre una cama se convierten en humanos. Aterrador todo. Pero si hablamos de aterrador, vi dos que todavía hoy, dos meses después, me causan pesadillas. En uno de ellos, la versión actual de alguien se abrazaba a sí mismo cuando era joven. Así, durante unos pocos pero eternos segundos se puede ver a actores como Mel Gibson, cantantes como Britney Spears y futbolistas como David Beckham jóvenes y viejos al mismo tiempo dándose cariño. Aunque el más escalofriante es sin duda uno que crearon para la final de la Copa América donde un envejecido Andrés Escobar dice que vamos a ganarla. Aunque lo peor son los comentarios: en vez de asustarse con semejante aberración, mucha gente afirmaba que la pieza era conmovedora y agradecía al que se le había ocurrido crearla. Ya hay demasiado personaje que disfruta tanto las fiestas de revelación de género como para que ahora pase esto; por idiotas de ese estilo es que esto va a terminar mal. No digo nada nuevo cuando afirmo que la inteligencia artificial necesita regulación, como las drogas y las armas, y que hay que advertir qué es hecho con ella y qué fue creado por humanos; no sé, un rótulo como el que les ponen a los alimentos procesados altos en sodio, azúcar o grasa. A veces me dan ganas de sucumbir y entregarme a la inteligencia artificial, acudir a ella y pedirle que escriba a mi nombre una columna sobre, precisamente, la inteligencia artificial, pero sería plata mal habida, me quedaría mucho tiempo libre y, lo más probable, el universo colapsaría.
Regular la IA
Adolfo Zableh Durán