Academia y sesgo izquierdista
Solamente teniendo claro este sesgo es que se puede entender que desde la academia se argumente que es posible seguir aumentando impuestos, cuando la realidad muestra lo contrario.
Uno de los problemas que tenemos en los debates sobre políticas públicas es el permanente y enorme sesgo izquierdista de la inmensa mayoría de los académicos vinculados a temas económicos sociales y políticos. En una sociedad que naturalmente presta atención a la palabra de sus especialistas para formarse opinión, ese sesgo trae consigo una legitimación que termina siempre acarreando agua para el molino izquierdista, y que al mismo tiempo deja de lado cualquier propuesta que no lleve el sello de validación de quienes, en teoría, saben de esos asuntos.
Hubo en este sentido un ejemplo muy importante y de enormes consecuencias en la historia reciente de nuestro país. Cuando en 2006 el Uruguay recibió la propuesta de Estados Unidos de llevar adelante un tratado de libre comercio bilateral, el rechazo de una parte relevante del Frente Amplio no solamente se apoyó en sus viejas muletillas izquierdistas, sino que también encontró eco entre los principales académicos del país.
Así, a pesar de la advertencia del presidente Vázquez de que ese tren pasaba sólo una vez y que podíamos perderlo, la izquierda política y académica prefirió quedarse en el andén y militó fuertemente con ese objetivo. De esa forma perdimos una oportunidad que, a casi veinte años de todo aquello, ha de ser vista como una de nuestras grandes tragedias nacionales: hoy, estamos urgidos por intentar abrirnos al mundo, y todos los países de Sudamérica que con gobiernos izquierdistas o no se subieron a ese tren aperturista en aquellos años -Colombia, Perú o Chile, por ejemplo- han desarrollado enormes vínculos comerciales y de inversión con Estados Unidos que han favorecido sus crecimientos económicos y sus mejoras sociales.
Hay quienes han intentado tratar de entender porqué ocurre ese tan enorme como perjudicial sesgo izquierdista. El filósofo estadounidense Robert Nozick, por ejemplo, señaló hace años que la aversión de los intelectuales al liberalismo (político y económico) proviene de que las leyes del mercado no les garantizarían la remuneración material y simbólica que su éxito académico les permitiría pensar. El sociólogo francés Raymond Boudon por su lado explicó que en muchas universidades reina lo que él llamó la filosofía de la sospecha, que implica creer que en la sociedad no existen sujetos autónomos sino estructuras que actúan como la clase social, por ejemplo, el Estado o el sistema. Esta idea seduce a este tipo de intelectuales y académicos, porque les confiere cierta utilidad social e individual, ya que, en una voluntad organizadora y burócrata central, ellos y sus conocimientos adquieren un papel de reconocimiento social fundamental.
Si bien seguramente algo de esas dos explicaciones pueda ayudar a entender lo que ocurre en Uruguay, hay un par de razones más básicas que son también elocuentes. Por un lado, está el efecto rebaño: cuando todo el mundo a tu alrededor es izquierdista y el reconocimiento social y académico pasa por formar parte de esa tribu, es muy difícil que alguien decida dar el salto al vacío para quedar por fuera de todo aquello, sin ventajas sociales ni reconocimiento individual alguno en la pequeña comarca.
Por otro lado, para el caso de quienes les guste la economía de mercado, realmente hay pocas personas que quieran convertirse en economistas en lugar de empresarios que, entendiendo las reglas del mercado y sus oportunidades, intenten tener éxito y reconocimiento a partir de mayores ingresos económicos y de mayor destaque social y prestigio en base a su trayectoria laboral y empresarial. De esta forma, la mayoría de los que terminan formando parte del mundo académico de los economistas naturalmente presentan pues un sesgo antiliberal, anti-empresarial y anti-mercado.
El asunto es que hay que tener muy claro este sesgo y sus razones. Porque solamente teniéndolo claro es que se puede entender que desde la academia se argumente que es posible seguir aumentando impuestos, cuando la realidad de quienes sostienen la economía del país señala, por el contrario, que debe bajarse la carga impositiva si lo que queremos es mejorar ingresos y fomentar inversiones que son los que, a su vez, dan más trabajo y aseguran crecimiento económico. Y es la única forma de entender también cómo es posible que esa academia quiera seguir agrandando funciones y lugares en el Estado, cuando en verdad las cargas públicas y la burocracia están enterrando al país.
El sesgo izquierdista tiene sus motivos. Importa conocerlos para relativizar así la mirada académica nacional.