Jueves, 17 de Julio de 2025

El matrimonio salinero de Cahuil que resguarda una tradición centenaria

ChileEl Mercurio, Chile 21 de octubre de 2024

A pesar de los desafíos del tiempo y la modernidad, esta pareja de Tesoros Humanos Vivos, según la Unesco, ha aportado a mantener vigente la extracción artesanal de sal de mar, una herencia de más de 500 años, mientras impulsan el turismo local con ayuda de dos de sus nietos.

E n el pequeño pueblo de Cahuil, a 15 kilómetros de Pichilemu -la famosa capital del surf en la Región de O'Higgins-, un matrimonio local resiste el paso de la modernidad para resguardar un oficio artesanal centenario. Es la pareja de emprendedores Luis Humberto Carvajal, de 85 años, y María Edita Pavez, de 81, herederos de una tradición salinera que en el sector existe hace más de 500 años.
Todo comenzó en la época prehispánica, cuando un grupo de indígenas Promaucaes descubrió que la sal de mar ayudaba a preservar los alimentos, técnica que se usó hasta que se inventó el refrigerador, recién a mediados del siglo XX.
Toda la vida de este matrimonio salinero, padres de cuatro hijas y abuelos de cinco nietos, ha estado profundamente conectada con las salinas de Cahuil, un oficio que, a pesar de las dificultades que enfrentan con el paso del tiempo, han logrado mantener vivo. "Los dos venimos de una tradición salinera. La salina la heredó mi madre de mi abuelo y ahora la heredamos nosotros. Ya llevamos cuatro generaciones", cuenta ella. Ambos están de paso en Santiago para esta entrevista, pues hace varios años viven en Pichilemu, frente al mar.
Si bien la sal de Cahuil hoy goza de renombre -en las cartas de restaurantes se lee como un ingrediente top-, llegar a eso ha costado bastante trabajo. Con la llegada de la industrialización y la explotación de la sal de mina este oficio quedó relegado durante mucho tiempo, lo que implicó que muchas de las familias que históricamente se dedicaban a la extracción artesanal en Cahuil y otras zonas salineras fueran abandonando el rubro.
No es el caso de Luis y María Edita. Actualmente, en las salinas de Cahuil trabajan unas 20 personas, entre ellos, esta pareja, razón por la que en 2013 fueron declarados Tesoros Humanos Vivos por la Unesco, tanto por el aporte que hacen al patrimonio cultural inmaterial de Chile, como al carácter único de este oficio que reviste de una identidad única a la localidad.
Este proceso para extraer la sal de forma artesanal siempre ha sido muy delicado y característico. Para los que viajan a la costa de la Región de O'Higgins, parar en uno de los quioscos de los salineros vigentes y comprar un saco de sal de mar es una parada obligada. Y salvo la introducción de algunas tecnologías, como el uso de motobombas para transportar el agua, la técnica de extracción se mantiene casi intacta con los años.
El ciclo de la producción está intrínsecamente ligado a la naturaleza y a las estaciones. "Comienza (en invierno) cuando el mar sube por el estero, llevando agua salada a las lagunas. Esta agua se va pasando a diferentes piscinas para que se evapore lentamente. Inicialmente, se almacena en un lugar llamado 'cocedera', luego pasa a los 'sancochadores' y 'recocedores'. Aquí, el agua más dulce se evapora, dejando el agua más salada. Finalmente, llega a los cuarteles, donde se hace una capa pareja de sal, que se deja endurecer. Cada cinco días se le agrega más agua para formar una costra de sal de un grosor considerable", explica detalladamente Luis. La dedicación que implica cada paso asegura que el producto final mantenga la calidad que lo caracteriza.
María Edita recuerda cómo era en otros tiempos: "Yo le ayudaba a mi papá a sacar el agua y a pasarla a las piscinas. Mi papá también era salinero, y el papá de él también lo fue. Siempre fue un trabajo artesanal. Nosotros recogíamos la sal con unas palas de madera, después la poníamos en montones y la sacábamos con carretilla. Era mucho más lento que ahora, pero así era el proceso".
"En este momento, no debe quedar ni el 10% de lo que era antes. A pesar de que hay pocos salineros que siguen, nosotros hemos podido mantenerla viva. Queremos que nuestras hijas y nietos sigan, que no se pierda la tradición", agrega María Edita, con nostalgia. "El trabajo en las salinas se fue perdiendo porque era muy sacrificado y ya no daba lo suficiente para vivir", añade él. Las dos más grandes amenazas son la masificación de la sal de mina y el cambio climático, aseguran.
"Las mareas ya no son las mismas, el agua ha bajado y eso afecta directamente a la producción. Además, los petriles (muros que rodean las salinas) se han ido deteriorando con los años, y cuesta mucho arreglarlos", comenta Luis. Pese a todo, no han dado su brazo a torcer y han seguido apostando por mantener el legado, ahora con ayuda de sus nietos.
Como una forma de actualizarse, impulsados por el auge del turismo rural, construyeron un complejo de cabañas, donde trabajan sus nietos Amauri y Yanara Arenas, y también desarrollaron la línea de productos "Marysal", que hoy llega a importantes restaurantes del país, donde la sal de Cahuil es muy valorada para realzar sabores en la gastronomía.
"También comenzamos a recibir visitantes interesados en conocer más sobre la historia y el proceso de producción de sal. Los turistas se alojan en las cabañas y aprenden sobre el oficio. Se interesan por el proceso y por nuestra historia", dice María Edita. "Muchos jóvenes ya no quieren seguir con el trabajo de las salinas. Prefieren estudiar y buscar otro tipo de oportunidades. Pero también hay algunos que han vuelto al campo, han puesto sus propios emprendimientos relacionados con la sal. El turismo ha ayudado a que esto siga", complementa Luis.
La posta sigue
Para el matrimonio Carvajal Pavez, juntos hace 60 años, que sus nietos tomen la posta representa la continuidad de la tradición local y salinera, pero también la modernización necesaria para que sus emprendimientos perduren en el tiempo. En 2018, cuenta el nieto, tomó la decisión de mudarse desde Santiago a Pichilemu para ayudar a sus abuelos y uno de sus aportes más importantes ha sido la incorporación de herramientas digitales para hacer más eficiente el negocio familiar.
"Fue muy interesante y también desafiante digitalizar el negocio que mis abuelos ya habían desarrollado. Al principio, mi tata no entendía por qué yo quería invertir plata en plataformas digitales, hacer videos, fotos, pero una vez que vio los resultados, cambió de opinión", comenta Amauri. El tiempo que ha pasado con sus abuelos, agrega, no solo le ha permitido aprender sobre la tradición salinera, sino también fortalecer el vínculo con ellos. "Me quieren mucho, yo los admiro mucho y eso me hace sentir orgulloso. También es enriquecedor sentir que estoy contribuyendo a preservar un patrimonio que no solo es cultural de Chile, sino familiar", dice.
A pesar de estar jubilados, esta reconocida pareja de salineros de Cahuil (la Cámara de Turismo de Pichilemu los condecoró por su aporte al turismo local) no ha dejado de trabajar, ni de participar activamente en su comunidad. Ambos mantienen una rutina diaria en la que siguen cuidando de las salinas y gestionando pedidos. "Siempre hay algo que hacer, secar la sal, preparar pedidos, siempre hay trabajo", comenta ella.
Ambos, además, forman parte de un grupo de adultos mayores en Pichilemu, donde realizan gimnasia dos veces por semana y disfrutan de actividades sociales y paseos. Luis reflexiona sobre la necesidad de más apoyo para la tercera edad en zonas rurales: "Faltan más actividades, más apoyo. Nosotros participamos en un grupo de adultos mayores, pero no todos tienen acceso a eso", dice.
Respecto a los estereotipos sobre la vejez, Luis y María coinciden en que aún existen muchas barreras. "La gente piensa que por ser 'viejos' ya no servimos, pero eso no es cierto. Lo que más noto es que la juventud no tiene paciencia con los mayores. A veces parece que no nos ven", opina Luis.
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