Rosabetty Muñoz: "No me considero una oveja que se deje arrastrar por el rebaño"
La poeta chilota recibirá la próxima semana el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Dedicada a la escritura durante más de cuatro décadas sin abandonar su Ancud natal, Rosabetty Muñoz habla de sus inspiraciones y del poder que tienen las mujeres en la isla. "Es casi natural ser feminista cuando uno admira a las mujeres de esta isla y ve todo lo que han pasado".
L a vida y la escritura de Rosabetty Muñoz están ligadas a su tierra. Los primeros poemas los escuchó durante su infancia en Quenac, uno de los tantos islotes que se desperdigan de la Isla Grande de Chiloé. En ese pedazo de tierra, cuyo nombre, de origen chono, significa un "lugar desprotegido del viento", Elsa Serón, su madre, les recitaba poemas a sus hijos "que había aprendido en las escuelas de Chiloé por donde anduvo". Para la futura poeta, Quenac era un asombro. Sin luz eléctrica, con días de lluvia que se sucedían y con una neblina mezclada con la brisa del mar, a los nueve años se maravillaba con historias fabulosas conversadas a la luz de una lámpara por vecinos o alguno de sus tíos como si fueran hechos reales. Entonces, recuerda, que ya recitaba en las procesiones religiosas y descubría la fuerza de las mujeres que se quedaban al mando de la casa mientras los hombres se iban a trabajar en el continente.
-Todas esas experiencias han sido como un pozo casi sin fondo para todo lo que he escrito -dice Rosabetty Muñoz, quien la próxima semana recibirá el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda que por tercera vez obtiene una poeta chilena, después de Carmen Berenguer (2008) y Elvira Hernández (2018).
Son la tres de la tarde de un martes en Chiloé. Rosabetty Muñoz está sentada en el escritorio que tiene en su casa en Caracoles, a 5 kilómetros de Ancud. Afuera hay sol y por las ventanas se irradia el verde del bosque autóctono que la rodea. Atrás se ven libreros con volúmenes del diccionario de la RAE, textos de poetas nacionales, ediciones de sus libros. Hay retratos de Gabriela Mistral y Malú Urriola que se pierden entre los distintos objetos que colecciona: muñecas, altares de santos y peluches de ovejas de todos los colores y tamaños. Las próximas semanas serán ajetreadas. Tiene que organizar sus actividades: invitaciones a conversatorios en diferentes universidades del sur, sus ineludibles visitas a las escuelas rurales de Chiloé (dicta talleres de poesía), dedicar tiempo a la escritura y organizar el viaje para recibir el galardón en Santiago.
-Los premios tienen esta doble dimensión: refuerzan lo que uno hace. Por lo solitaria que es esta tarea y por lo poco reconocida, son alicientes para seguir. Y por otro lado, este premio representa una dimensión mayor, porque abre fronteras de lectura... Mira cómo ha sido para mí esto, desde un lugar pequeño como Ancud pude ir abriendo estos espacios cada vez mayores; tener otras miradas, otras lecturas sobre mi poesía -dice la poeta, mientras mira a la pantalla y se toma una pausa antes de continuar.
-Es como cuando se tira una piedra al agua y se empiezan a hacer estos círculos que van ampliándose cada vez más. Eso me ha pasado con este premio, porque me parece que es un tremendo impulso para seguir escribiendo. Aunque yo creo que por la gran obsesión y la pasión que tengo por la escritura, seguiría igual. De hecho, yo llegué a la poesía, a las palabras, a las lecturas, sin ninguna pretensión. Y entonces, que aparezcan estos premios es siempre algo milagroso para mí.
Que Rosabetty Muñoz relacione con un milagro su nuevo premio -que se une a otros reconocimientos como el Premio Pablo Neruda de poesía joven en 2000, el Premio Altazor en 2013 por su antología "Polvo de huesos" y el del Círculo de Críticos de Arte de Chile 2020 por "Misión circular"- no es accidental. No lo esperaba ni sabía que estaba en la lista de candidatos. La mañana del 27 de junio la poeta recibió una invitación para unirse a una reunión virtual con el Ministerio de las Culturas al mediodía. Ella pensó que la citaban por su trabajo como profesora y poeta para sugerir lecturas para los estudiantes. Pero cuando se conectó desde su casa, en la pantalla apareció la ministra Carolina Arredondo y una franja con los jurados del premio -compuesto por los poetas Olvido García, Carmen Alemany (España), Washington Cucurto (Argentina) y las chilenas María Luisa Fischer y Cecilia Vicuña-. La ministra leyó el acta de premiación que decía: "Rosabetty Muñoz escribe una poesía situada. Con una extraordinaria eficacia comunicativa, nos habla desde la naturaleza, los paisajes, las costumbres y ritos de las islas de Chiloé (...); surge una perspectiva crítica del presente histórico y, a la vez, existe en su escritura el impulso de restaurar lo dolorosamente desaparecido".
-Cuando escuché eso me emocioné desde la lejanía -comenta la autora y dice que el premio ha sido también importante a nivel local.
-El otro día fui a comprar a la pescadería y todos me saludaban felices, que no es algo extraño aquí, pero ahora me pidieron fotos, me abrazaban y me felicitaban por el Premio Nobel.
Antes de terminar la frase, Rosabetty Muñoz se ríe de la confusión.
-Les decía: "No es el Premio Nobel", pero da lo mismo. Lo que me gusta es comprender que mi vida y trabajo parte de una comunidad, de mi tierra. Aquí a la gente le importa lo que les pasa a los otros. Creo que en las ciudades la gente aspira a vivir en un sistema donde el anonimato, tener vidas individuales es importante. Lo último que yo quiero es el anonimato; no estoy hablando de fama, me refiero a la cercanía. Me encanta que me saluden mis vecinos, las personas de la isla.
Los primeros poemas
Su nombre original es Rosa Betty Muñoz Serón, pero ella decidió unir sus dos nombres cuando tomó la poesía como su norte en la universidad. Pero escribía desde niña: su primer poema lo publicó el diario La Cruz del Sur cuando estaba en séptimo básico.
-Era un poema, no sé, horroroso.
Por esa época su familia dejó la isla Quenac y se instaló en Ancud. Sus padres querían que ella y sus cuatro hermanos menores siguieran estudiando, para que luego salieran de la isla y fueran profesionales. Entonces su casa se comenzó a llenar de parientes que venían desde Huicha, de Pugueñún y otros sectores rurales a vender en el mercado de Ancud sus cultivos. Llegaban a almorzar o se quedaban a dormir.
-Hace cincuenta años los traslados eran complicados. Entonces se armaban unas mesas enormes de parientes. Mi mamá hacía unas grandes ollas de comida y mi entretención era escuchar hablar a los mayores. Esa sonoridad, esa magia del lenguaje, la manera de estructurar las frases de la gente de la isla, creo que me acercó a la poesía. Recuerdo que las viejas mayores, tías, vecinas, hablaban con muchas figuras literarias en el lenguaje cotidiano. Todavía hoy las más ancianas usan metáforas y comparaciones todo el tiempo. Entonces yo creo que de ahí partió todo.
-Pero también estaba la influencia de su madre, que le enseñaba poemas.
-Claro, ella recitaba poemas de Gabriela Mistral y me los enseñó. En tercero o cuarto básico ya me había aprendido el poema "Vergüenza", del que no entendía casi nada.
En la adolescencia, cuando estaba en el liceo, pasaba horas en la biblioteca escribiendo sus poemas. A los 18 terminó su primer poemario que llamó "Canto de una oveja del rebaño" y que fue escrito "con mucha rabia adolescente".
-El título de ese libro da la idea de que se sentía distinta en la isla.
-No sé si en la isla, pero de mis compañeros, de la gente de mi edad, sí. Todos se interesaban en otras cosas. A mí me gustaba mucho leer y estar sola. Pero no me sentía distinta en términos de mejor ni peor. Y respecto de la isla, al contrario, el ser de aquí siempre fue para mí un orgullo, una especie de marca luminosa.
-¿Se sigue sintiendo como una oveja?
-Pero no una oveja cualquiera. No me considero una oveja que se deje arrastrar por el rebaño. Yo me considero una oveja en resistencia.
Años después, en 1981, "Canto de una oveja del rebaño" fue publicado por un grupo literario de Santiago que se llamaba Ariel. Todo partió con un concurso de poesía en 1977 que ganaron algunos escritores de Chiloé.
-Saqué una mención de honor, pero mi papá no me dio permiso para ir a la premiación en Santiago. Después empezaron a escribirme del grupo y dos o tres años después, el director del grupo me preguntó si tenía algunos poemas para publicar. Pensé que era para la revista que tenían. Mandé ese poemario y pasó algo muy bonito. En las sesiones del taller literario, entre unas quince personas, trabajaron en la primera edición de ese libro. Lo hicieron en mimeógrafo, corchetearon las páginas, le pusieron tapas y lo distribuyeron. En ese taller estaba Pedro Mardones Lemebel, pero no tengo certeza de que estuviera presente en este proceso; tiene mucho que ver con lo que ha pasado con mi poesía, con ese sentido de comunidad, de lo colectivo.
Cuando publicaron su primer libro, Rosabetty Muñoz había dejado la isla para estudiar en la universidad: primero a Concepción, donde cursó Derecho, carrera que dejó para matricularse en Pedagogía en Castellano en la Universidad Austral de Valdivia.
-Entré a Derecho por hacer feliz a mis padres. Yo era la primera de la familia en ir a la universidad y era una apuesta. Además, me decían que podía ser escritora perfectamente siendo también abogada, pero al primer año supe que era casi imposible, porque vivía memorizando artículos y no me daba tiempo para leer ni escribir. Después entré a la Universidad Austral y les avisé a mis padres cuando estaba matriculada. Mi papá me dijo: "Vienen todos tus hermanos detrás y ocupaste dos años y te quedan tres". Tuve que terminar la nueva carrera en esos tres años, pero leer las listas enormes de textos de cada uno de los ramos fue una fiesta.
Fue en Valdivia donde Rosabetty Muñoz comenzó a pensar la literatura de otra manera, "ya no como un trabajo personal, sino una búsqueda, una exploración" y que estaba ligada a acontecimientos sociales y políticos. En sus conversaciones con otros escritores, músicos, pintores, fotógrafos sobre el papel que tenían los artistas se convenció de que tenía que volver al lugar de origen y desde ahí escribir y hacer un aporte al desarrollo de la comunidad.
-Teníamos que ser buenos, haciendo literatura desde nuestra comunidad. Una de las percepciones que teníamos era que en los pequeños lugares la gente estudia, se va y no vuelve. Entonces los saberes que acumulan no los traen de vuelta a sus tierras. La decisión de muchos de nosotros fue hacer el camino contrario. Mi primer trabajo fue en el liceo de Quemchi, que se estaba abriendo en Chiloé. Nunca he salido de aquí, más que en la época de la universidad, y ahora con los viajes que he hecho a propósito de la poesía, pero en general mi mundo está en la isla.
La Isla
El escritorio donde hoy trabaja Rosabetty Muñoz ha tenido muchas vidas. Antes de ser lugar donde escribe poemas en sus cuadernos -ocupa uno por cada dos meses y tiene cajas con cuadernos desde su juventud- que luego transcribe en su computador, este espacio fue un fogón que construyó su marido -el profesor y director del Liceo Agrícola de Ancud, Juan Domingo Galleguillos- cuando levantaron su casa hace más de treinta años. Más tarde se trasformó en un "pequeño cine", donde proyectaban películas en una sábana para sus tres hijos y cuando ellos crecieron, fue la sala de fiestas a las que invitaban a sus compañeros.
-Cuando ellos se fueron empecé a traer mis libros y armé mi espacio para escribir. Es fantástico, porque no hay más ruido que los árboles cimbreándose y los pájaros que vienen todo el tiempo -dice la poeta, quien también ahí prepara sus participaciones en distintas universidades, escribe la columna que semanalmente publica en el diario de Chiloé desde hace 22 años, lee libros (ahora está releyendo "Raín. Crónica del último canoero", de Gustavo Boldrini) y organiza los talleres que dicta en las escuelas rurales.
Acaba de cumplir 40 años ejerciendo como profesora -trabaja en el Liceo Polivalente de Ancud-, pero ahora está con permiso sin goce de sueldo para cumplir con las invitaciones y los viajes que han llegado por el reconocimiento. En septiembre presentó "Isola Sacra", con obras de seis publicaciones anteriores, y una nueva selección titulada "Curso de agua" y acaba de aparecer "Poesía reunida", un volumen que recoge 12 libros publicados por la autora, desde 1981 hasta 2022, así como un conjunto de poemas inéditos y dispersos.
-Sin despegarse de su tierra, mental y geográficamente, ha construido una sólida carrera literaria, ¿cómo ha tomado el reconocimiento?
-Bueno, yo no creo mucho en el tema de carrera literaria como una especie de subir peldaños para llegar a tal parte. Para mí, parte de la consistencia, que yo creo que tiene mi trabajo, es precisamente mantener las líneas que tengo desde que empecé a escribir... Ahora, ha ocurrido que, a pesar de estar lejos, a pesar de no estar en los lugares donde la discusión es más amplia, donde se deciden a veces cosas importantes para la literatura, se ha puesto atención a mi poesía y me sorprende... ha sido mucho trabajo. Pareciera que algunos de los poemas son tan sencillos, sin ningún tipo de recursos elaborados o muy complejos, pero algunos me han llevado años. A uno de mis libros, que se llama "El nombre de ninguna" y que tiene 37 poemas, le dediqué cinco años.
-Además, ha dedicado otra gran parte de su vida a ser profesora...
-Hasta hace un par de años, ir al liceo, para mí, era la maravilla de mis días. Me gusta mucho trabajar con adolescentes, pero ahora hay que pelear con otras cosas que son muy terribles, muy violentas. Después de la pandemia volvieron bastante transformados todos los niños y jóvenes, porque están sumidos todo el día en el celular y no explorando información o en otras formas de conocimiento, sino que en esta especie de divertimiento perpetuo, que es tremendo. Les cuesta un montón alejarse de los aparatos. Este absurdo, ¿no? Esta paradoja, en realidad de estar como hiperconectados y, sin embargo, no tener nada que hablar con el compañero que está sentado al lado suyo... Para hacer las cosas que necesitamos, tenemos que tener concentración.
-Pero sigue yendo a las escuelas rurales.
-He estado cada vez retrocediendo más en términos de edades porque me encanta trabajar de poesía con los pequeños de las escuelas rurales. Para mí, es simbólico ver niños que al llegar a la escuela se sacan los zapatos y se ponen zapatillas de casa, que son de lana y las hacen las mamás. Los espacios de recuperación de la educación van a tener que tener algo que ver con eso, con un volver a los afectos.
Rosabetty Muñoz ahora está trabajando en un poemario que estará basado en testimonios de mujeres de las islas. Ya ha conversado con alrededor de 50 mujeres con las que habló de temas que tienen que ver con lo tabú de lo femenino que, dice, "fue muy sepultado durante mucho tiempo en la isla". Se llamará "Santoral".
-Son verdaderas santas, estas mujeres que han armado vidas impresionantes, llenas de hijos, siendo poco valoradas, con vidas violentas. Ha sido impresionante la estatura que las mujeres han tenido en la isla. Ellas han hecho cosas extraordinarias. Recuerdo en mi infancia ver cómo los hombres se iban a la esquila o a trabajar en el sur argentino y las mujeres se quedaban a cargo de todo: de la siembra, del cuidado de los hijos, de la educación, de conservar en la casa el fuego prendido. Han sido las gestadoras de un entorno y me maravilló siempre ver cómo sostienen el mundo. Pero, por otro lado, no hay un reconocimiento de lo importantes que son. Yo he entrevistado a mujeres mayores y, para ellas, la violencia era una cosa terrible con sus cuerpos, pero esas mujeres mayores son las que cargan con el relato, la tradición y todavía están presentes... Es casi natural ser feminista cuando uno admira a las mujeres de esta isla y ve todo lo que han pasado -dice la poeta y repentinamente comenta:
-Hace poquito, hace dos o tres meses, murió mi mamá. Ella estuvo como seis meses muy enferma. Yo la traje a mi casa durante todos esos meses y todo volvió a ser lo que fue cuando yo estaba de niña: los parientes venían desde el campo, de todos los sectores de aquí alrededor y, sin que nadie lo planeara, volvieron esas mesas enormes con gente que yo no había visto en años, trayéndole a mi mamá cosas del campo, cosas ricas para que coma. Y el velorio fue una cuestión impresionante, porque ella se negó a salir de su casa y dijo que había que velarla ahí como antes, me emociono por eso... Los chilotes mismos son siempre ovejas negras en general. Yo siento que, a pesar de que hay mucho conservadurismo aquí en la isla, también somos súper apegados a cuestiones fundamentales. Aquí el tema de la solidaridad no queda en el papel. Recién de Meulín una señora quedó viuda, una viejita, y los vecinos se turnan para ver sus cercos, para arreglarle alguna cosa de la casa y todos tienen horario para ir a verla una vez a la semana. Creo que Chiloé, sobre todo en la ruralidad, cultiva seres humanos que son distintos al rebaño general del mundo.