Opinión de Adrián Castro | ¿Es posible implementar la economía circular como alternativa para la disposición indiscriminada de residuos? Claro que sí, lo hicimos antes y lo podemos hacer ahora.
Tal y como sucede con el cuento de Pedro y el Lobo, tanto se nos dijo que el país iba a entrar en una crisis por la disposición final de los residuos hasta que llegamos al momento crítico.
El cierre inminente del Parque de Tecnología Ambiental Uruka, conocido como "La Carpio", significa que el Área Metropolitana se quedará solo con un destino autorizado para depositar los residuos de más de 15 cantones; lo que implica a su vez que el otro parque, el ubicado en el Huazo de Desamparados, llegará mucho más pronto a su punto de saturación entre el 2026 y 2027.
A pesar de la grave situación que implica esta noticia, nuestras autoridades nacionales y locales aún no saben qué hacer. Por un lado, el Ministerio de Salud, rector en la disposición final de los residuos, propone trasladarse hacia sí misma la autonomía de otorgamiento de los permisos de uso de suelo (que ahora es de soberanía municipal) con la esperanza de acelerar la creación de nuevos rellenos sanitarios regionales; y por el otro lado se promueve la coincineración de los residuos con el argumento de que podríamos generar electricidad.
Detengámonos en ese punto solo un momento: ni los gobiernos locales van a permitir que se les limite su potestad de gerenciar su territorio, ni la incineración (a través de todos los nombres bonitos con que se le decora) van a solucionar el problema que tenemos en el país con los residuos, lejos de eso, lo agravarían. Lo cierto del caso es que todas estas técnicas de destrucción térmica han probado ser poco seguras, caras de implementar y que necesitan de volúmenes mínimos de residuos que vendrían a socavar todos los esfuerzos de segregación y recuperación que a duras penas han podido ser implementadas. Al final, los residuos reciclables son los que interesan quemar por su contenido energético.
Dicho esto, queda seguir buscando la solución real y sostenible a ese problema. Es ahí donde surge un modelo de gestión, el cual está siendo adoptado por cada vez más países del mundo: la economía circular.
De acuerdo con Ellen MacArthur Foundation, la economía circular es un marco de soluciones sistémicas que hace frente a desafíos globales como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, los residuos y la contaminación.
Se basa en tres pilares: eliminar la generación de residuos —y por ende con contaminación—; mantener productos y materiales en constante circulación o uso, así como regenerar los sistemas naturales. Si vivimos en un mundo finito, ¿cuál es el sentido de enterrar o peor aún, de destruir, las materias primas presentes en los residuos? ¿Acaso no tendríamos que extraerlos nuevamente de la naturaleza si los destruimos?
Todo suena muy romántico, pero con los pies en la Tierra, ¿es posible implementar la economía circular como alternativa para la disposición indiscriminada de residuos? Claro que sí, lo hicimos antes y lo podemos hacer ahora. Solo pensemos en nuestra infancia, cuando la ropa se reparaba y la bicicleta del hermano mayor la iban heredando los más pequeños, o íbamos a la pulpería por un refresco que venía en un envase retornable, el cual seguía una cadena de valor en la que nunca se produjo un residuo.
De acuerdo con el Ministerio de Ambiente y Energía, el 80% de los residuos generados en Costa Rica tiene el potencial para ser reciclado y reincorporado a la economía; ¿se imagina entonces lo poco que llegaría a esos centros de disposición final? ¿Los pocos camiones que se necesitarían para transportar ese material? ¿Y qué de los empleos que estas cadenas de reúso generarían?
Es posible pensar en una Costa Rica más próspera a partir de implementar la economía circular, pero como dicen: para ayer es tarde. Debemos iniciar ya mismo un gran diálogo nacional que vaya acompañado de acciones normativas concretas que conduzcan al fortalecimiento de la responsabilidad postconsumo, tanto que reduzca la producción innecesaria, la obsolescencia programada, como de educación a la población para que haga conciencia sobre que, lo que hoy está botando tiene un valor, tanto social, como ambiental y económico. Por más que me disguste en pensar en nuevas cargas impositivas, debo de decir también que ello podría ser una medida muy efectiva para desincentivar la disposición final a mansalva. ¡Quién contamine, que pague!
Pedro ya no da más, se ha quedado ronco de tanto gritar. Es momento de tomar acción y buscar soluciones reales, seguras y sostenibles a la situación actual de la disposición de los residuos sólidos.
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El autor es vicepresidente de la Cámara de Gestores Ambientales.