¿Y ahora?
Uruguay está perdiendo lo que fue una de sus características cívicas, el sentido del deber volcado al servicio público.
Para cuando acabe el día en que sale esta columna, habrá muchos que festejarán, pero casi otros tantos se pondrán tristes, se sentirán frustrados y hasta calientes.
Se cerrará una etapa, muy larga, que para miles de compatriotas habrá sido de esperanza, entusiasmo y mucho esfuerzo.
Eso no es el fin de la historia. Para la Democracia es una etapa. Vital, pero etapa al fin.
Mañana empieza otra, que durará cinco años.
Una etapa que suele ambientar ciertas tentaciones. Antidemocráticas.
En los votantes, por un lado, la actitud de "Yo cumplí. Ahora que se las arreglen los políticos."
En los dirigentes perdedores: "vamos a hacer que les cueste. Que la paguen. Que no les vaya bien".
Así, los primeros se desentienden o, peor, se colocan en modo "todo mal" y los líderes se enfocan en aprovechar las oportunidades para trancar o pegar, buscando la revancha por encima de todo.
Viejas posturas. Que dan resultados conocidos.
Así, la Democracia funciona mal. Todo bien con aquello de "gobierno por y para la gente", pero es muy difícil lograrlo contra una porción de la gente.
Contrario a la cultura en boga, ese estado de ánimo no depende solo de los políticos. Pasa mucho por la actitud y la conducta del electorado, de la sociedad.
Tendemos a culpar siempre a "los políticos" y es cierto que muchas veces ellos son culpables, pero la cultura política de un país se gesta solo en manos de "los políticos" cuando la sociedad es políticamente ausente, desentendida.
Una encuesta de boca de urna cuando la elección de octubre arrojaba que un 10% de los votantes manifestaba haberse resuelto ese mismo día. Esos no son indecisos que luchan por descifrar los complejos problemas del país y las opciones ofrecidas para enfrentarlos.
Los primeros son archiconocidos, los segundos también y los candidatos, no te digo nada.
Esos son prescindentes, no indecisos. Y una Democracia no funciona bien cuando reposa sobre una sociedad distante, cuando no ausente.
Créanme, gobernar a pesar de la gente es particularmente difícil. Entre otras cosas, insta al político a estar permanentemente buscando "el hecho político".
Ese fenómeno, casi siempre efímero, cuyo único mérito es generar puntos, o robárselos al adversario.
En ese tipo de Democracia, el político rara vez asume los riesgos implícitos en liderar: se especializa en descubrir lo que puede llamar la atención del electorado en su beneficio (directo o de rebote). No apunta a realizar sino a aprovechar.
La cultura política de un país está al alcance de la sociedad civil. Es más: constituye una de las responsabilidades de la sociedad civil. Y no es una responsabilidad heroica.
En el fondo, no es ni más ni menos que el esfuerzo por mi propio bien y el de los demás. Algo que debería integrar el portafolio corriente de nuestras inquietudes.
Nuestra sociedad -y sus liderazgos civiles (que incluyen la prensa, los gremios, los centros de estudios, los pensadores, etc.)- estamos muy pasivos. A lo sumo pateamos cuando algo nos afecta directamente De lo demás: mejor no te metas.
Para empezar, debemos hacer un mínimo esfuerzo por estar enterados. De lo que pasa.
No de lo que se produce para captar la atención. Esto implica trascender el micromundo de las redes (hay que informarse, no manijearse). Luego, en la medida y en el medio de cada uno, hay que involucrarse.
Si es en la política, mejor. Uruguay está perdiendo lo que fue una de sus características cívicas, el sentido del deber volcado al servicio público. La política como vocación de servicio. No como algo residual que nos parece propio solo de los ociosos o de los mediocres.
Pero si no es ahí, hay cientos de lugares y actividades desde los cuales se puede aportar e influir: comisiones de padres, de apoyo, de fomento, sindicatos, gremiales, obras sociales, centros de estudios.
Ahora es el tiempo de hacer vivir a la Democracia. La elección sirve para distribuir responsabilidades, no para exonerar a una parte del país de tenerlas. "Que se las arreglen" es una horrible abreviación de: "que se las arreglen para manejar mi país".