Ideología y miedo
Esta columna pretende ser el reflejo de un dilema que cree pertinente una persona que vive la década de sus 20.
La falta de nuevos líderes del pensamiento que atraviesa esta generación es, a priori, evidente. Y no es que no los haya; los hay, pero son más aquellos que se encuentran en la búsqueda de regenerar sin éxito ideas pasadas, que de amplificar ideas contemporáneas.
En esta búsqueda, casi permanente, de encontrar la vigencia y la adaptabilidad de ideas fundadas y proyectadas en momentos donde el mundo era otro, se descuidan aquellas discusiones ideológicas que calzan a la perfección en lo que, si se ahonda un poco más, demanda nuestro tiempo.
¿Existe cierto rechazo a las ideas por parte de los líderes de opinión? Durante la campaña, escuché decir, una y otra vez, al candidato oficialista, que si ganaba la coalición de izquierda, el Uruguay sería "gobernado por la ideología". Con el diario del lunes, y la lógica del candidato, a partir del 1.ero de marzo, eso será así.
Delgado no entendió o no quiso entender, aunque todo parece indicar lo segundo. El propósito de alimentar un mote totalmente negativo cuando se habla de "ideología" puede entenderse también como un mecanismo para no dejarse a sí mismo en evidencia. Es que venderse como un líder alejado de todo esto puede haberle servido para que algunos votantes le quitasen peso al hecho de que su fórmula presidencial estuviera compuesta por una persona que años atrás perteneció al Partido Comunista. En otras palabras, creer que no se tienen responsabilidades ideológicas, en algún punto, puede haber servido para aliviar ciertas culpas. No obstante, eso siempre tiene un punto final.
Dicho esto, esta columna no busca tratar la derrota de Delgado. Dista mucho de querer ser un análisis sobre lo que salió mal, porque no me creo, al menos hoy, capaz de tener esa respuesta. Lo que esta columna pretende ser no es más que el reflejo de un dilema que cree pertinente una persona que, viviendo aún la década de sus veinte, siente como de a poco su generación ya no encuentra referentes contemporáneos en el ámbito del pensamiento y las ideas.
En este afán por encontrarnos con aquellas voces que nos acerquen, al menos un poco, a resolver algunos acertijos con respecto a lo que pensamos, a sentir que existe la voluntad de encontrar respuestas a un montón de encrucijadas, es que terminamos frente a líderes del pensamiento que no parecen hablarle a la sociedad del siglo XXI.
Comencé a escribir esta columna el día después de la muerte de Beatriz Sarlo. Una persona que se animó a pensar, que fue transgresora y polémica; cualidades que en gran medida fueron parte de su marca personal. Yo creo que esto es algo que le falta a nuestra generación: personas que se animen a pensar. Los pensadores del siglo XX (y anteriores) que hoy se toman como referentes de sus respectivas épocas, lo lograron gracias a que pusieron sobre la mesa ideas disruptivas y a que quisieron hablar sobre lo que hasta ese momento no se hablaba, o presentaron visiones totalmente opuestas sobre aquellos temas que parecían estar gobernados por el pensamiento único.
Mientras vemos morir a los formadores de ideas del siglo pasado, se presenta un panorama cada vez más desolador, que sólo podrá tomar un rumbo próspero si nuestra generación se ve representada por líderes que se animen a pensar.