Algunas palabras de amor
Los candados en el puente de las Artes sobre el río Sena, en París, Francia, dicen más de lo que parece
Los candados en el puente de las Artes sobre el río Sena, en París, Francia, dicen más de lo que parece. El amor establece vínculos, aunque no siempre tan duraderos como el bronce
Junto con el don prometeico de la palabra recibimos también una prisión, tal vez un laberinto. Un laberinto que cambia cada vez que damos un paso. Y si no lo damos, también. Es cierto, podemos darles nombres a las cosas, a las emociones, a las personas, a los diferentes tipos de nubes. Hoy, por lo que veo, cruzan morosamente el cielo esas nubes características del buen tiempo. Se llaman cúmulos.
Con frecuencia, confundimos la palabra con lo que la palabra nombra, y ahí hacemos un estropicio que no parece tener arreglo. La palabra nube no es la nube. Casi todos tenemos claro eso, por supuesto. ¿Pero qué pasa con la palabra palabra? Es una palabra, pero la palabra palabra no es lo que queremos decir con palabra, porque allí nos referimos a todas las posibles palabras, no a esa sola. ¿Y esa sola qué es? No es, la llamamos así. La llamamos palabra, solo que la diferencia se hace ahora más difícil de establecer.
Tampoco es que nos pasemos todo el día pensando en esto, y ahí aguardan, quietos y callados, mil malentendidos. Ocurre que vemos el mundo a través de capas de filtros simbólicos, y al final nos da un trabajo fenomenal separar lo que es de la palabra con la que lo nombramos, con la que le damos existencia en esa red de símbolos. Además, las palabras, se sabe, no andan solas. Tienen el hábito de asociarse en estructuras más o menos complejas y estrictas, aunque por supuesto (faltaba más) no necesitamos respetarlas para entendernos en la conversación cotidiana; en serio, al hablar no somos muy puntillosos con la sintaxis, que sin embargo es indispensable honrar a rajatabla en un escrito, como si fuera una partitura.
Si tienen tiempo, súmenle que cada palabra es mucho más que una entrada en el diccionario; es un campo magnético de significados que resuenan en armonías que nadie en este mundo podría anticipar. Por supuesto, el asunto no termina aquí -ni siquiera mencioné, por ejemplo, la entonación y la gestualidad-, pero es suficiente para alertarnos sobre su enormidad potencial. O su potencial enorme. Que no es lo mismo.
Casi nada es lo mismo dicho de otro modo. Y sin embargo, insistimos, primero, en emplear las palabras como si fueran etiquetas, y luego en confundir las etiquetas con las cosas que nombran.
Piensen ahora en la palabra amor. Se nos complica, ¿no? Ya no es una cosa. Ni siquiera es solo una sensación, como el frío. Hay sensaciones relacionadas con el amor, como las proverbiales mariposas, pero hay mucho más que mariposas, porque hay muchas formas del amor. ¿Alguien dijo emociones? Oh, claro que sí. ¿Pero es solo algo que sentimos? No estoy seguro. Creo que no. El amor es tan inmenso y a la vez tan inasible, que está (o parece estar) en todos lados. Más aún, el amor establece vínculos. Comparte esto con otros sentimientos, pero de todos es el más insidioso. Donde nos gusta alguien, ya lo queremos, y a los cinco minutos proyectamos un futuro. Está bien que sea así, aunque a menudo pequemos de apresurados. Porque también sentimos amor por un hijo o una madre, y por supuesto está el así llamado amor filial, que viene acompañado de esta adjetivación pudorosa porque el otro, el amor con el que mayormente asociamos la palabra amor, es decir el que sentimos por nuestro cónyuge, es otra clase de criatura.
No diré nada nuevo, pero hasta aquí ni siquiera raspamos la superficie de esta palabra monumental. Odi et amo , escribió, agudo como una lanza romana, el poeta Catulo. Así, el lenguaje termina colocándonos en una situación insólita. De un lado, los humanos somos capaces de esta constelación emocional infinita, y como reflejo simbólico creamos una familia de palabras que es no menos inmensa, revoltosa e indisciplinada. Y una cosita más. Las palabras crean realidades. Alcanza con decir "te quiero" por primera vez para que se evaporen las nubes y ya no haya vuelta atrás. Esté bien o esté mal. Al amor no le importa.