Hiperbólicas guerras culturales
El respeto hacia las distintas sensibilidades, sin cancelarlas ni exagerarlas, es una forma más civilizada de expresar la discrepancia.
La política identitaria se instaló enfatizando las particularidades raciales, de orientación sexual, autocalificación de género, origen étnico o vulnerabilidades de las personas, fragmentando a la sociedad en una multiplicidad de grupos, con el objeto de otorgarles "reconocimiento" y derechos diferenciados a cada uno de ellos. Esto -que la jerga popular ha denominado "wokismo"- ha ido alienando progresivamente a la sociedad, comenzando a fastidiarla, al inducirla a adoptar una perspectiva identitaria en los más variados ámbitos de la vida. Por ejemplo, forzando el respeto a los particulares pronombres que cada quien se asigne, instando a duplicar las palabras para usarlas simultáneamente en género masculino y femenino, o inventando nuevas para incluir a ambos, y, en general, abusando del victimismo. Así, la mirada universalista de los derechos humanos, que otorga igual dignidad a todas las personas -un avance de la época moderna que enorgullecía a la humanidad- ha terminado siendo muchas veces desplazada por este énfasis identitario.
Precisamente, la exageración casi sin límite que esa corriente fue adoptando, generó una reacción en la dirección opuesta, la que ahora se ha explicitado políticamente en gobiernos como el de Javier Milei, en Argentina, o el de Donald Trump, en EE.UU. El primero ya eliminó el Ministerio de la Mujer, y el segundo declaró que para dicho país oficialmente solo existen dos sexos, el masculino y el femenino. Adicionalmente, ambos han procedido a anular instructivos del Estado asociados con dichas políticas, lo que se ha extendido también al ámbito privado, donde importantes empresas norteamericanas han eliminado sus departamentos de diversidad, inclusión y equidad. Es posible que esta tendencia, contraria al wokismo, se siga desplegando hacia otras materias, estableciendo en la práctica una nueva "guerra cultural" en la sociedad, un tipo de enfrentamiento que tiende a agrupar a la población en bandos opuestos, donde los contenidos culturales pasan a formar parte de las doctrinas políticas.
Como consecuencia de dicha superposición, la pugna se tiende a trasladar luego a más materias, ignorando diferenciaciones y matices fundamentales. De allí que, por ejemplo, la activa oposición de buena parte del wokismo al uso de combustibles fósiles genere una visceral contrarreacción de apoyo a esos combustibles por parte de muchos de quienes rechazan el discurso woke , cual si una cosa necesariamente implicara la otra. Arriesgan así caer en una suerte de "interseccionalidad" inversa, cual si el fundado cuestionamiento a los dictados de la "corrección política" eximiera de analizar racionalmente cada planteamiento. De este modo, el enfrentamiento político ha llevado a extremar las posiciones de ambos grupos, resultando en afirmaciones radicales que terminan negando la realidad. Pero, de la misma manera en que otorgar derechos diferenciados a diversos grupos ciudadanos termina socavando el principio básico de igualdad ante la ley, negar que hay intervención humana en el calentamiento global desafía la evidencia empírica conocida.
La sociedad no se beneficia de las hiperbólicas afirmaciones que están tras estas guerras culturales, pues generan división y crispación, dificultando los acuerdos y la consiguiente creación de valor que enriquece a las naciones. Por el contrario, el respeto hacia las distintas sensibilidades, sin cancelarlas por disentir de las propias, y sin exagerar su contenido para hacerlo más nítido ante las respectivas audiencias, es una forma más civilizada de manifestar las discrepancias y una mejor manera de encontrar el camino para superarlas.