Domingo, 02 de Febrero de 2025

Una cotorra rentada y un teléfono asesino

ArgentinaLa Nación, Argentina 29 de enero de 2025

Es 15 de enero en la playa

Es 15 de enero en la playa. La mujer lee un libro de ficción que la tiene atrapada. Su hijito, de pocos meses, juega con la que parece ser la niñera. " Ma-má ", le invita a repetir la joven, seguramente a la espera de darle una sorpresa a su empleadora cada vez más abstraída en la lectura, a juzgar por el ceño fruncido, la espalda en tensión y las manos aferradas al libro como si se le fuera a escapar. El nene permanece mudo . La joven vuelve a intentarlo: " Ma-má ", le dice mirándolo fijo a los ojos. Silencio . Y así unas diez veces más hasta que la madre, fastidiada por la insistencia de la joven a pesar de la indiferencia del chiquito, se dirige al bebé en modo desafío y lo insta a pronunciar: " Mul-ti-pro-ce-sa-do-ra ". En los alrededores se escuchan risas nerviosas. La niñera se rinde. La madre saborea el triunfo de haberse quedado con la última palabra y, el nene, ni fu ni fa.

Suena el teléfono fijo. ¡Flor de susto ! Salvo en época de elecciones cuando atruenan los eslóganes de campaña prometiendo todo lo que el candidato no hará en caso de ser elegido, ese aparato y un cuadro cumplen la misma función en cualquier hogar. Se los mueve solo para limpiarlos .

La mayoría de las empresas prefieren los celulares para imponer sus negocios. Las llamadas llegan desde call centers que difieren el trámite. Un timbre inesperado denota que alguien más se sumará. Buenísimo, porque da tiempo de cortar antes de que empiecen con su perorata de promociones imperdibles. Imperdibles en su opinión. Absolutamente desechables en la nuestra.

Pero volvamos al teléfono del preinfarto: el fijo. Una empresa invita a comprar sus servicios para cuando ya no necesitemos usar nada. Es uno de los tantos jardines de paz que ofrecen invertir en parcelas. " Hay que ser previsor ", dice la vendedora de sommiers para el descanso eterno. " No gracias ", se le responde. Llama por segunda vez: "¿ Lo pensó mejor? Mire que esta oferta no la hacemos todos los días… ", advierte. " Menos mal ", se le responde. Tercera. Cuarta. Quinta llamada de la misma señora que decide insistir hasta la muerte, y no en sentido figurado. " Son parcelas con vista a la autopista ", se ufana la cotorra rentada como si al futuro muerto le vaya a cambiar algo el tránsito vehicular y como si los deudos en progreso ya estén pensando en ir de camping al cementerio para pasar la tarde tomando mate, mirando pasar los autos como vaca en ruta y de espaldas al protagonista del deceso. No conforme, la mujer agrega que las parcelas también " son cómodas, muy amplias ". Respuesta: " Guárdeselas. Pienso morirme en cuclillas ". ¿Humor negro? Tal vez. Hartazgo, más que seguro. Y ambos hacen un combo inquietante, aunque sería deseable no llegar a violentarse ni siquiera de palabra. Pero parece imposible.

Suena el teléfono fijo. ¡Flor de susto! Salvo en épocas de elecciones, cuando atruenan los eslóganes de campaña prometiendo todo lo que el candidato no hará en caso de ser elegido, ese aparato y un cuadro cumplen la misma función en cualquier hogar. Se los mueve solo para limpiarlos

Calle Villanueva , en Belgrano . Una mujer se baja del auto. Lo deja en doble fila. Detrás, un camionero le toca bocina. No puede pasar. " Arrastralo si te molesta ", lo azuza la conductora agitando el brazo con tal fiereza que hasta puede oírse el insulto de su propio manguito rotador. El camionero debe ser muy eficiente a la hora de cumplir una orden. Acelera y empuja el auto hasta la esquina, donde lo abandona entre dos bajadas para discapacitados. Un caballero . El taxista que va detrás del camión se baja y le entrega un papelito donde segundos antes había escrito algo: " Flaco: si la mina te hace problema, acá tenés mi celular. Llamame que te salgo de testigo ", le ofrece. Increíble, pero cierto. Soy testigo del testigo .

La calle está caldeada. El interior de muchas casas también y no solo por el calor. Se percibe en el aire un fastidio comunitario. Si el enojo fuera club, tendría más usuarios que Google, Apple, Mercado Libre y Amazon todos juntos.

Hace poco, una chica se cayó en la vereda después de tropezarse con una baldosa, de dar sonoramente contra una persiana de metal y de pisar restos de fruta en la puerta de una verdulería. No se lastimó afortunadamente, pero su caída fue tan estrepitosa que atacó de risa al muchacho que quería ayudarla, pero al que la tentación le restaba fuerzas. Ofuscada, lo increpó y ambos se enviaron mutuamente a visitar a sus parientes más próximos.

Póngase el pulgar en el entrecejo y masajee, instruye en IG la especialista recibida en la Universidad Internacional de los Farsantes . Si está sobrepasado, presione sus sienes con los dedos índices -los de la mano, claro- durante cinco minutos, propone otro fenómeno en TikTok . Muy bien. Quedan tres deditos para intentar encontrar el músculo o el nervio adecuado para cuando suene el portero eléctrico y no sea para nosotros o, cuando es para nosotros, pero no tenemos ropa para regalar. Para cuando se nos cuelan en la fila eterna de Migraciones en la que todos somos terroristas a los ojos del empleado que se siente un rottweiler por el solo hecho de calzar un uniforme , o cuando nos frenamos en la cola del supermercado porque el primero de la fila decidió blanquear cientos de billetes con la cajera y no con ARCA .

Hay que bajar un cambio, querido lector, y no subirnos como hamsters a la ruedita de la furia

Inspire contando hasta cuatro y expire contando hasta siete, instruye la profesora de mindfulness en la tele mientras esperamos que nos respondan el mail del proveedor del teléfono fijo asesino porque no funciona desde hace un mes. ¿Por qué enviarle un mail si el señor trabaja en una empresa de telefonía? Porque el único número de reclamos que aparece en la página no tiene la opción adecuada. Eso sí, al final pide que se le responda una encuesta de calidad por la atención del servicio. Tampoco tiene la opción adecuada a lo que uno querría responder…

Cuando pasan estas cosas, se corre el riesgo de que el fastidio aumente y que acciones habituales que uno debería dejar pasar sean vistas como orcos amenazantes. Nos saca de quicio la gente que no escucha, pero que hace que escucha; los que ocupan dos asientos en el colectivo cuando va repleto hasta la salida del aire acondicionado; los que pagan por cajero los 20 servicios que podrían liquidar mediante la computadora o el celular; los que escuchan la música a tope en el tren; la obra en construcción que empieza a martillar a las 6.30 de la mañana; la lentitud del wifi; los mosquitos; los baños ensuciados por gente que se considera limpia; los que spoilean películas y series; los que estornudan tipo estallido, como si necesitaran expulsar los pulmones de un saque y sin previo aviso, y un sinfín de cosas menores que nos quitan tiempo, nos provocan acidez y hay que llamar al médico, que nos da turno para dentro de tres meses y nos volvemos a subir como hamsters a la ruedita de la furia.

No vale la pena, querido lector. Hay que bajar un cambio. Repita conmigo, con el pulgar en la frente, los índices en las sienes y respirando lento: mul-ti-pro-ce-sa-do-ra. Es eso o la cotorra rentada del teléfono asesino.
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