A sus 61 años, el corajudo exvolante repasó con ‘La Nación’ sus inicios como delantero, su carrera en el querido Municipal Puntarenas y su lucha contra el alcoholismo.
Escuchar su nombre en la alineación titular del Municipal Puntarenas en las décadas de los 80 y 90 hacía temblar a más de un rival. Sabían que tendrían enfrente a un adversario incansable, implacable en la marca y capaz de darlo todo en la gramilla del estadio Miguel Lito Pérez.
La sola presencia de Luis Enrique Víquez Galagarza infundía temor en sus oponentes. Tenían claro que no dudaría en recurrir al juego fuerte, a la intimidación y, de ser necesario, a la falta artera para hacerse respetar en el Lito Pérez. Y sin dudarlo, Galagarza se encargaría de hacerlo.
Como un gladiador vestido de naranja, con su imponente 1.88 metros de estatura, hacía rugir el coliseo porteño en cada acción. El público lo alentaba a no dar ningún balón por perdido y a dejar el alma en el césped de la Olla Mágica, por lo que se ganó el cariño de los porteños y con el tiempo la admiración de sus nietos.
Sin embargo, la carrera de Luis Enrique comenzó como delantero. De niño, en la escuela Julio Acosta de Paquera, en el colegio de la localidad y más tarde en el equipo de tercera división Costa Brava, destacó por su capacidad goleadora.
Su talento lo llevó a realizar una prueba en el Municipal Puntarenas y, más tarde, a integrar la Selección Nacional juvenil, donde coincidió con figuras como Rodolfo Jarret, Enrique Saborío, Óscar Machillo Ramírez y Mauricio Chunche Montero.
"A mí, don Álvaro McDonald me llamó a las selecciones regionales. Recuerdo que llegamos como 300 jugadores a las canchas de La Sabana. Fuimos pasando etapas hasta quedar 36, y finalmente me dejaron en el grupo. Fuimos al Norceca en Guatemala, donde fui el goleador de la Selección, y más tarde también en Costa Rica, en una triangular contra Australia e Israel", recordó Galagarza.
Luis confesó que, en aquellos tiempos, durante las concentraciones, no se sentía a gusto en San José. Incluso se sentía inseguro y prefería quedarse en su habitación.
"Era un muchacho de Paquera y, la verdad, me daba miedo la capital. Para mí era un mundo muy distinto. Pasar de vivir en una zona rural como Paquera o el mismo Puntarenas a estar en San José, aunque fuera solo por unos días, me resultaba difícil. Mauricio Montero fue quien me dijo que no tuviera miedo, que fuera valiente. Al final le hice caso, y todo salió bien", confesó.
La metamorfosis de Luis Galagarza
A pesar de haberse distinguido como goleador, ¿cómo terminó Luis Enrique Galagarza convertido en el rudo volante de contención que imponía respeto con su fuerte estilo de juego?
"En la final de 1982 frente al Saprissa, mi compañero Francisco Arias se lesionó, y el técnico Toribio Rojas me dijo que jugara de contención por mi condición física y fortaleza. Ese día me tocó marcar a Francisco Chico Hernández, quien era muy habilidoso. Lo marqué fuerte, pero él era muy técnico y sabía cubrir bien la pelota. Al final del juego (0-0), Chico me felicitó y me dijo que siguiera así", añadió.
Para el joven paquereño fue una prueba de fuego, pues ese día tuvo que enfrentar a figuras como Carlos Luis García, Manuel Gerardo Puro Ureña, Carlos Santana, Enrique Rivers y Evaristo Coronado, lo que marcó su carrera deportiva.
Los porteños perdieron esa final, pero el pundonor que demostró Galagarza lo consolidó en una posición a la que, poco a poco, se fue acostumbrando y donde impuso su sello personal.
"Por mi condición física, nunca paraba de correr, marcar, y eso les gustaba a los entrenadores. Además, para evitar que nos marcaran goles, yo daba la vida. Había mucho sentido de pertenencia, y por esa razón, en aquella época empezaron a llamar al Lito Pérez la Olla Mágica. Los rivales sabían que ganarnos en casa era muy complicado", expresó Galagarza.
Pero ese coraje y entrega que Luis Enrique ponía en cada partido también le costaron expulsiones, el repudio de los rivales e incluso el de algunos árbitros, quienes, asegura, lo tenían en la mira por su juego fuerte.
"No niego que cuando me enojaba perdía la cabeza y entraba más duro de la cuenta. Se me iba la mano, como decimos. Había rivales que me respetaban y me tenían miedo. Por ejemplo, Enrique Díaz me decía: ‘¿Por qué me tratas tan mal?’. Y Enrique Rivers no me quería. Les entraba fuerte. Uno tenía sus mañas para asustar al rival, pero todo quedaba en la cancha", recordó.
Galagarza tampoco olvida sus duelos con el volante de Alajuelense Álvaro Solano, ni la acción contra el defensor del Herediano Marvin Obando, que marcaron su carrera.
"Álvaro Solano quizás era uno de esos jugadores a los que les tenía ganas, pero era muy inteligente y mañoso. Recuerdo que cada vez que enfrentaba a la Liga me expulsaban. Siempre se acercaba, me pegaba un codazo y se tiraba al suelo. Entonces el árbitro me mostraba la tarjeta roja sin haberlo tocado. Siempre me hacía la misma y nunca pude desquitarme", admitió.
Luis Galagarza y sus batallas personales
Otro episodio difícil lo vivió a principios de 1987, en un duelo ante el Herediano, cuando en una acción rápida chocó con Marvin Obando, quien llevó la peor parte al fracturarse la mandíbula.
Luis Enrique fue expulsado y, más tarde, sancionado con tres meses de suspensión, perdiéndose la pentagonal y la final del campeonato ante Alajuelense, donde el Municipal Puntarenas se proclamó campeón en la temporada 1986-1987.
"Todo el mundo dijo que yo le pegué un codazo, que fue una jugada malintencionada, pero no fue así. Yo levanté los brazos y él chocó contra mí, con tan mala suerte que sufrió esa lesión. Me castigaron tres meses y no pude jugar la final ante La Liga. Fue muy doloroso. Muchas personas me señalaron y dijeron cosas que no eran ciertas. Me afectó mucho", reflexionó Galagarza.
El chuchequero también recuerda un enfrentamiento contra Sagrada Familia y el recio defensor Jorge Isaac Pavas Alfaro.
"Los dos fuimos con todo por el balón y, después de un trabonazo, ambos quedamos en el suelo revolcándonos. Ni Pavas Alfaro ni yo nos queríamos levantar. Entonces vino la Cruz Roja y me subió a la camilla. Cuando íbamos para afuera, el árbitro Luis Paulino Siles paró a los paramédicos y me mostró la tarjeta roja mientras estaba acostado: ‘Usted no se me va a escapar’, me dijo", añadió Galagarza.
Luis Enrique tampoco olvida su paso por la Selección Nacional Mayor, donde formó parte del equipo que participó en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 y disputó el recordado partido contra Italia, en el que la Tricolor ganó 1-0.
"Don Antonio Moyano llegó a la habitación y me dijo: ‘Galita, usted es el único que no ha jugado en los Olímpicos, ¿quiere jugar?’. Le respondí que no había ido de paseo, que quería jugar. Me dio la oportunidad como lateral derecho y, por dicha, ganamos. Fue un partido difícil; los italianos eran muy fuertes y rápidos, pero logramos el triunfo 1-0 y quedé en la historia", recordó.
Luis Enrique también enfrentó una dura batalla contra el alcoholismo, un problema que lo llevó a tocar fondo y afectó su carrera deportiva y familiar.
"Aprendí la diferencia entre jugar sin alcohol en mi organismo y jugar trasnochado, después de beber la noche anterior. Fueron momentos muy difíciles. Sabía que afectaba mi rendimiento. La adicción al alcohol perjudicó al equipo, a mí y a las personas que me rodeaban. Gracias a Dios, tengo 18 años de no tomar y todos los días lucho por superarlo", enfatizó.
Entre 1988 y 1995, Luis Enrique luchó contra la adicción al alcohol, las fiestas y la vida bohemia, donde perdió a su familia y amigos. Pero con el coraje que lo caracterizó en la cancha logró sobreponerse para regresar a su querido Paquera, seguir con su vida y cuidar a su madre Elizabeth Galagarza, hasta el día de su muerte.
Hoy, a sus 61 años, Luis Enrique Galagarza se dedica a la Academia de Fútbol de Paquera como coordinador y entrenador.
"Tengo tres nietos y los mayores ya me dijeron que quieren ser futbolistas. Alexandro, de 14 años, quiere ser contención. Al principio jugaba de portero, pero ahora dice que quiere ser como el abuelo. Mientras tanto, Isabella, de 9 años, también quiere jugar fútbol. Es muy bonito que quieran seguir mis pasos", concluyó.