En estado de confusión
Después de más de un año de ejercer la presidencia de la Nación, Javier Milei debería analizar el estado de la Argentina despojado de la lamentable tendencia a agredir y a considerar al resto de los argentinos una tribu de ignorantes, traidores o estúpidos
Después de más de un año de ejercer la presidencia de la Nación, Javier Milei debería analizar el estado de la Argentina despojado de la lamentable tendencia a agredir y a considerar al resto de los argentinos una tribu de ignorantes, traidores o estúpidos.
Hay ciertas promesas electorales que se materializaron. Entre ellas, el índice de inflación, que llegó a números auspiciosos; cierto repunte en algunas áreas económicas, y el estricto y exitoso desempeño de las fuerzas de seguridad. Predomina, en cambio, la tendencia a criticar severamente a algunos sectores sociales, económicos y políticos, ensombreciendo la necesaria discusión para llegar a consensos republicanos, sin cuya puesta en marcha seguiremos siendo un conglomerado de "opinadores" seriales. No se miden debidamente las consecuencias de descontrol que ello implica. Además, las alianzas o los entendimientos con otras naciones son confusos y precarios: se presentan como grandes logros, sin que esto se materialice en acuerdos.
A pesar de ello, las encuestas siguen favoreciendo al gobierno nacional. Esto revela, en el fondo, un estado de confusión y distanciamiento entre la opinión pública y los gobernantes y dirigentes políticos, intelectuales, hombres de negocios, sindicatos, universidades. O sea, los conglomerados ciudadanos con intereses o visiones novedosas.
La confusión resultante de lo señalado se agrava con la liviandad, ligereza y superficialidad con que varios informadores tratan cuestiones que exceden su preparación o simplemente simulan saber de qué opinan. Una gravísima confusión y peligro se reflejan también en el Poder Judicial. Allí conviven magistrados probos, ecuánimes y que se ciñen a aplicar la ley con personajes que aspiran a descollar e interpretan las normas y las conductas que deben ser juzgadas con criterios ajenos a los cánones jurídicos. Por si fuera poco, se vanaglorian de estos desvíos, violando el recato con que deben ejercer la augusta tarea de impartir justicia.
Estas reflexiones están expuestas de modo escueto y simple a fin de que todos las entiendan, en especial los jóvenes confundidos y desconocedores de los valores establecidos en la Constitución, que manda respetar la ley, el orden y los valores republicanos. Nuestra ley básica, pero superior a toda otra, impone conductas probas y ecuánimes de todos los habitantes de la Nación Argentina.
Y así lo deben recordar, especialmente, quienes gobiernan.ß