Sábado, 22 de Febrero de 2025

El caballero

ColombiaEl Tiempo, Colombia 22 de febrero de 2025

Estoy escribiendo por tercera vez un libro sobre mi madre, historia que en los dos primeros ejercicios no salió bien porque no supe desenredar las emociones en mi pecho

Estoy escribiendo por tercera vez un libro sobre mi madre, historia que en los dos primeros ejercicios no salió bien porque no supe desenredar las emociones en mi pecho. Esta vez sí está fluyendo y va salir de maravilla porque pude encontrarle el hilo conductor. El punto es que excavar en mi relación con ella me ha llevado a sitios inesperados, como a recordar a su padre. Mi abuelo murió cuando yo era un niño, y de él solo retazos, como una nebulosa. Puedo verlo en pijama parado junto a la puerta de mi cuarto, pero estando yo afuera, en el corredor. A veces recuerdo su ropa, pantalón gris de paño y camisa blanca con rayas verticales del mismo color, y también su pelo peinado hacia atrás y su bigote. Pero siempre como una estatua, no como un ser animado. Recuerdo su voz, voz de anciano, aunque vaya a saber qué tan deformada la tenga por el paso del tiempo. Mi abuelo era la medida de todo. Según cuenta mi madre, hablábamos todo el tiempo, ni idea de qué, y salíamos juntos a comer helado y a la peluquería, donde yo pedía que me hicieran su mismo corte. Y me iba de corbata solo porque él las usaba. Mi abuelo me hacía el nudo y yo las exhibía orgulloso, aunque casi las pisara mientras caminaba porque eran suyas. Por querer estar siempre regiamente vestido, como él, me decía "caballerito". No estuve el día que murió en el hospital, pero me cuentan que poco antes de irse volteó hacia la pared blanca que tenía al lado y dijo "Hola, mi caballerito". Le he fallado a mi abuelo, empezando por lo de la corbata. De adulto nunca volví a usar una y no tengo idea de cómo anudar una. Una vez peleé con un suegro porque me hizo un nudo fatal antes de salir hacia un matrimonio. Yo me reí de su impericia y él se ofendió mientras su hija no sabía qué hacer. Y aunque al final superamos el impase, la relación no volvió a ser la misma y al poco tiempo terminamos. Y resulta difícil hacerle duelo a alguien que es un concepto más de cuarenta años después de su muerte, pero lo cierto es que no he parado de llorar desde que empecé nuevamente el libro en cuestión. Yo tenía seis años cuando perdí a mi mejor amigo y hasta ahora me entero, después de su muerte nada fue igual y no supe cómo llenar ese vacío. Intenté con mi madre, lógico, pero ella, además de amorosa, era impredecible y violenta. Y de mi padre qué puedo decir, aparte de que yo quería ser como mi abuelo, solo disciplina y bondad, pero terminé como mi papá, caótico y lleno de complejos. Jamás me volví a abrir a nadie para que no me hicieran daño, al punto de que amigos dicen que no saben quién soy yo. Por eso lloro tanto ahora. Siempre creí que lo hacía por alguien más, pero solo hasta el miércoles pasado, febrero doce, entendí que es por mi abuelo Camilo. Ese día me aislé y vi Billy Elliot y Si tuviera treinta, ambas obras maestras a su manera, y lloré con las dos, solo que esta vez sí entendí por qué: me conmuevo con cualquier historia donde haya dos que se aman y se tienen al otro. Lo dicho: yo tenía a mi abuelo y lo perdí, y a la fecha no he podido cerrar esa herida. El libro sobre mi madre hubiera sido sobre él si no se hubiese muerto tan temprano. Se fue hace tanto que no sabe nada, y cuando mi madre y yo muramos, ninguno de los que lo conoció quedará en este mundo. No alcanzó a ver el internet ni a Maradona campeón del mundo; no oyó a Sufjan Stevens ni sabe que tiene otra nieta. Tampoco sabe del hombre en el que se convirtió su nieto; no pudo defenderme de lo malo que me pasó mientras crecía, y tampoco estuvo ahí para corregirme las veces que me comporté como un idiota. En cuanto a la figura de él parada en la puerta de mi cuarto, hace nada me enteré de que ese no era en realidad el mío, sino el suyo. Yo dormía en la habitación de al lado, pero lo quería tanto que pedí que pasaran mi cama a la de él. Creo que es ese detalle, en apariencia insignificante, lo que me tiene tan nervioso.
La figura del abuelo
Adolfo Zableh Durán
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