Las víctimas del 121 que atravesó a contramano Av. Brasil para "aterrizar" en la playa, juran que el chofer no se durmió y temen que lo declaren inimputable.
Esta semana, en el estado de WhatsApp de Daniela Barro (52) podía leerse una frase que comenzaba así: "Todo pasa. Todo se acomoda. Todo sana. Todo se transforma. No te preocupes tanto, no tengas miedo de cambiar o volver a empezar.". Hace 162 días que su vida cambió por completo. Lo mismo pasó con las de Martha Rodríguez (61) y Sandro Méndez (47). Ese sábado, como hacían todos los sábados, se tomaron un ómnibus para ir a trabajar. Pero esa vez todo fue distinto: se hundieron en un sueño horrendo del que aún no logran liberarse. Este es un relato en primera persona de lo que vivieron y de las secuelas que la pesadilla les dejó.
Daniela: Este recorrido lo hacía todos los días. Casi siempre tomaba el 582, porque tiene un trayecto más corto. Pero era sábado, y los sábados las cooperativas tienen menos frecuencia, entonces terminé en el 121. Iba con Sandro, un compañero que trabaja en la clínica conmigo. Lo tomamos en San José y Zelmar Michelini. Paró lejos del cordón. Subí, pasé la STM y le hice una broma al chofer, para saludarlo. No me contestó y tampoco me miró. Iba enojado. Me fui para el fondo. Nos sentamos en los asientos altos. En un momento Sandro me dice, "mirá, se pasa todos los semáforos en rojo".
Sandro: Pobre Daniela, ¡por ella me terminé tomando ese ómnibus maldito! Siempre pasa el 582 o el 117, que van más rápido. Jamás me tomo el 121. Pero trabajamos en la misma clínica médica, me la encontré en la parada y me insistió. Ya estaba rara la cosa con el chofer. Le dije buen día y ni me saludó. Le di 106 pesos. Me tenía que cobrar 56 y me dio los 50 de cambio, normal. Digo esto porque dicen que venía dormido. Dormido no estaba. Iba rápido y, en lugar de parar en las paradas, lo hacía más adelante, como a ocho metros, y la gente tenía que caminar.
Martha: Vivo en Camino Carrasco y trabajo los fines de semana en Punta Carretas cuidando a una señora. Lo que hago -lo que hacía- es tomarme el 109 o el 151 y en el Centro combinar con el 121. Ese día llegó más tarde y no se detuvo en la parada, paró más adelante. "Capaz que no nos vio", pensé. Subí, le dije buen día. Me miró y no me saludó. Me senté en el medio del ómnibus, contra la ventana. De repente empezó a ir cada vez más rápido, a dar frenadas. Daniela: Desde el momento que dobló por la intendencia todos los semáforos los empezó a pasar en rojo. En las paradas, no paraba. La gente tenía que correr hacia adelante para subirse. En 18 y Eduardo Acevedo ni frenó. Cuando llegamos al Pereira Rossell pensé en bajarme, decirle a Sandro para tomar un taxi. No sé por qué no lo hice. En un momento una mujer dijo: "Este es loco, pero hoy está peor". Estaba en un asiento más adelante. Ahí fui y me senté al lado de ella, quería preguntarle si lo conocía. Le dije a Sandro que también se acercara. Y en ese momento fue que empezó la locura.
Martha: Llegamos a Avenida Brasil y se cruzó de senda. Agarró velocidad y la gente empezó a gritar. Le pedían que parara. Una muchacha y un muchacho fueron adelante a hablarle. Él hacía señas, como diciendo "tranquilo, tranquilo que está todo bien". Daniela: Le gritábamos: "pará, pará, nos vas a matar". Íbamos cuesta abajo. Él aceleraba y aceleraba. Es una sensación horrible, porque no sabés cómo, pero sabés que te vas a terminar dando contra algo. Miraba para adelante y veía el agua. Y, más cerca, los autos que venían de frente. Fueron ocho cuadras que las transitamos rapidísimo, pero al mismo tiempo fueron eternas. El ruido era como el de una turbina de avión. Veía los edificios desaparecer. Todo estaba fuera de control. Le agarré la mano a Sandro y esperé lo peor.
Sandro: Cada vez iba más rápido. Daniela me agarraba la mano, hasta que en un momento algo me iluminó. Hubo algo que me dijo: "agarrate ya porque este loco te va a matar". Martha: El ómnibus saltaba para todos lados. Llegamos a la rambla y me agarré del asiento, me agarré firme. Al golpear en el muro sentí mucho dolor.
Daniela: Íbamos como zapallos en un carro, de un lado para el otro. Cuando pega en el muro, con la cabeza le pego al techo y al caer ya sentí que me había roto algo.
Sandro: Me agarré entre los asientos, me agaché y al caer en la playa me explotó la espalda. El choque me levantó para arriba y me di contra el techo.
Martha: Yo digo que aterrizamos, porque volamos. Fue un aterrizaje en la arena.
Sandro: Estaba consciente pero no me podía mover. No podía hacer nada, solo movía los brazos. Pensé que no caminaba más. Cuando pude hablar le empecé a gritar al chofer: "Me mataste", le decía. Enseguida entendí que había sido un atentado. Y un intento de suicidio. Se quiso matar y nos quiso matar a todos.
Daniela: Cuando me quise levantar, las piernas no me respondían. Me arrastré hasta el pasillo, boca abajo, y llegué hasta la escalera. Al bajar el primer escalón el dolor fue enorme. Tenía al lado a una señora. Ella tenía sangre. Nos miramos y no nos pudimos hablar. Estábamos en shock. Martha: Cuando vinieron las ambulancias, los patrulleros, entraron unas enfermeras y me sacaron despacito. Me pusieron sobre una camilla, me llevaron a la ambulancia y fuimos al Maciel.
Sandro: Llamé a mi hermana, que trabaja conmigo, para avisarle. Al principio no me creía, hasta que me puse a llorar. Apareció un enfermero, me revisó y me dijo que las piernas todavía tenían movilidad, pero ya estaba muy asustado.
Daniela: Llamaron a mi marido, que me esperó en la puerta del Americano. Me tuvieron que hacer cirugía de columna. Tuvieron que alinearla. Tenía fractura de la T12. Tengo fijadores y diez tornillos. La rehabilitación es dura. Y tengo ataques de pánico, algo que nunca había tenido.
Sandro: Cuando llegué a la mutualista me hicieron una resonancia. El médico me dijo: "te explotó una vértebra". Me pusieron una chapa de titanio y tornillos. Esta semana recién empecé a trabajar de nuevo y ya hace un tiempo tuve que volver a andar en ómnibus. Una tarde me bajé de uno porque iba muy rápido y me dio como un ataque de pánico. Quedé con eso, quedé como a la defensiva. También en la calle, cuando camino, voy como a la defensiva. Yo hacía deporte. Jugaba al fútbol, hacía boxeo, pero ya no puedo hacer nada. Al menos por un año no puedo hacer más que caminar un poco.
Martha: Me quebré la cadera y, además, me tuvieron que dar tres puntos abajo de un ojo. Todavía no veo bien. Los primeros días me dormía y soñaba con ómnibus con dientes. Iba corriendo y cuando llegaba a una esquina venía un ómnibus con dientes; me iba a la otra esquina y aparecía otro. Uno psicológicamente queda medio mal. Es un golpe. Ver toda esa situación, toda esa gente... En un momento estaban todos como enredados adentro del ómnibus. Los que iban parados entraron en una desesperación, y cuando cayó en la arena quedaron ahí, todos juntos, como un bollo.
Daniela: Subir a un ómnibus me cuesta horrores. En este tiempo debo haber hecho seis o siete viajes. No quisiera depender de un ómnibus, pero lamentablemente eso pasa. Si lo puedo evitar, lo evito. Un día volví a subir a un 121 y me dio una crisis de pánico, de llanto. Me entra una presión en el pecho que me desestabiliza. No lo puedo controlar. Genera angustia, también, que haya una movida para que no haya justicia. Me da bronca. Yo no quiero pensar que a la justicia la podés arreglar con plata. Porque esto no se arregla con plata. Sí, nos van a tener que indemnizar, pero eso no va a cambiar lo que tuvimos que vivir, no nos va a sacar de la cabeza la locura de esas ocho cuadras. No puede ser que el chofer quede inimputable. Tiene que haber una condena. Eso es lo justo.