La paradoja del centro
Es más fácil, quizás, hacer arder los corazones planteando soluciones rotundas y finales, que reconociendo que esas soluciones no existen.
La ciudadanía es persistentemente moderada. Quienes se identifican con el centro, que según la última CEP son más del 40%, sobrepasan a los que se identifican con la izquierda y la derecha sumados. En tanto, en el cuarto de la población que reniega de este eje y dice "ninguna", las opiniones tienden también a ser moderadas. Esto no es una particularidad de este momento político, sino un rasgo con bastante estabilidad en las últimas décadas. En cuanto a opiniones sobre políticas públicas, con la excepción de los temas de seguridad, en los que hay una convergencia a favor del orden, también se observa, en general, moderación. La alta valoración ciudadana de los acuerdos puede interpretarse como un reflejo más de esta disposición centrista.
La paradoja, entonces, es por qué no tenemos un centro político más fuerte. Partamos por lo institucional. Por supuesto, las primarias ayudan poco, ya que los incentivos para los candidatos moderados son a acercarse hacia quienes les compiten por su lado, alejándolos del votante mediano. Pero puede que la debilidad del centro sea también herencia de instituciones pasadas. Por una parte, el binominal, como las primarias, fomentaba más la competencia al interior de las coaliciones que entre coaliciones, vaciando el centro con los años. Tal vez haya una cierta inercia en el funcionamiento de los partidos y de los políticos, porque no es automático cambiar la forma en que se compite; tal vez, entonces, sea cosa de tiempo.
Por otra parte, el voto voluntario sobrerrepresentaba a los votantes más apasionados, esos que abundan en los extremos y que, por pasión, no se pierden opción de ir a las urnas. Quizás también sea cosa de tiempo para que los políticos busquen representar mejor a las masas menos interesadas en la política, pero moderadas, que desde hace poco obligamos a votar -esto ya ha venido ocurriendo.
Otra hipótesis tiene que ver con la naturaleza misma de la moderación. Es más fácil, quizás, hacer arder los corazones planteando soluciones rotundas y finales, que reconociendo que esas soluciones no existen y que, más aún, suele haber valores en conflicto y que se requiere entonces de compromisos. Es, tal vez, un problema similar al que enfrenta el liberalismo por estos días y que explicaría también el triste devenir del centro alrededor del mundo, especialmente desde que existen las furibundas redes sociales.
Por último, podría ser que tengamos un problema de liderazgo. Tal vez, simplemente, no nos han tocado buenos políticos. O tal vez nos hayan tocado, pero no se han atrevido, por temor o miopía, a defender sus convicciones (ante quienes, hace algunos años, decían tener una mejor escala de valores o ante quienes, hoy, los acusan de cobardes). Afortunadamente, las decisiones humanas no son inevitables y es posible, acaso existen buenos políticos, que se decidan a representar a esa masa de votantes moderados, que llevan años sumidos en un triste, incomprensible, abandono.