¡Gracias!
Gracias por haber dado tu vida por la Iglesia
Gracias por haber dado tu vida por la Iglesia.
Gracias por habernos enseñado y recordado lo más importante: la misericordia de Dios. Que Dios es misericordioso y que nosotros, creados a Su imagen y semejanza, debemos serlo también. Misericordia, misericordia y más misericordia.
Gracias por advertirnos con tanta claridad que Dios nos perdona siempre, pero que nosotros no siempre nos perdonamos a nosotros mismos. Que la falta de confianza (y la soberbia) ahogan el amor infinito que se nos quiere regalar desde el cielo.
Gracias por tus zapatos ortopédicos negros, que terminaron calzando tan bien con tus vestiduras blancas. Pura coherencia, pura sencillez, pura humildad.
Gracias porque cuando te asomaste al balcón en la Plaza de San Pedro el día de tu elección, pediste que rezáramos por ti.
Gracias por "picanearnos" en tantas cosas, para despertarnos, para remecernos. Especialmente a no "balconear" la vida, sino asumir el protagonismo y la audacia que Dios pide y necesita.
Gracias porque tuviste la fuerza y la valentía de apretar el pestilente furúnculo del abuso y lograr que saliera el pus fétido.
Gracias por querer una Iglesia pobre para los pobres; y defender a brazo partido a los inocentes, especialmente a los que están por nacer.
En fin, gracias por recordarnos que a la manzana podrida no hay que sacarla del cajón, sino que sanarla. Pues la misma Iglesia (la "Chiesa", que se oía tan linda en tus labios) es un hospital de campaña.