Groenlandia y Trump
Alejandro N
Alejandro N. Bertocchi | Montevideo
@|Donald Trump, ya en su primera presidencia, expuso la necesidad geopolítica que para EE.UU. supone el control de Groenlandia. En este caso, la isla más grande del mundo, es un desolado territorio políticamente autónomo del reino de Dinamarca desde 1261. Esta iniciativa de la White House desata una polémica cuyos ecos los tenemos en claro dada la personalidad de su impulsor. Sin entrar en mayor disquisición tenemos que Dinamarca y por tanto Groenlandia forman parte de la OTAN y ya durante la Segunda Guerra Mundial tuvo establecidas sobre su territorio bases británicas y estadounidenses, e incluso de la Alemania nazi en forma subrepticia, por lo que queda clara su importancia en todo lo que supone su posición geográfica sobre el estratégico espacio del Ártico.
Por ende, sobresale que en caso de estallar un conflicto de gran escala, los estadounidenses como miembros de la OTAN no tendrían ningún impedimento para que sus fuerzas se hicieran cargo de su defensa, por lo que atento a Trump sería del caso establecer, o al menos sospechar algún otro propósito más inclinado hacia lo material. ¿Existirán en la isla "tierras raras"?
Dentro de las opciones que Washington ha manejado sobre este tema, se consideró la compra de la isla que, aunque para muchos ello pueda ser considerado una suerte de desvarío propio de Trump, históricamente esta materia sí se hizo realidad en varias oportunidades cuya importancia la tenemos en la misma amplitud geográfica que hoy poseen los EE.UU.
En el año 1803, mediante una transacción comercial, el Primer Cónsul de la República Francesa Napoleón Bonaparte vendió al Tío Sam el territorio de la Luisiana, cerca de dos millones y medio de km2, o sea nada menos que un 23% del actual territorio estadounidense, por una cantidad aproximada de ochenta millones de francos de la época.
Enorme importancia tuvo esta firma pues ello impulsó el control de un vasto espacio geográfico de apertura hacia el Oeste del continente en oposición a España e Inglaterra, con los desenlaces que se observaron a futuro, donde al paso del tiempo, México, armas de por medio, perdió el 55% de su territorio a manos estadounidenses.
En 1819, mediante otro tratado con España, la Florida pasaba a manos de EE.UU. donde por cierto no faltó la presencia pecuniaria. En octubre de 1867, también se observa la compra de Alaska, cerca de un millón y medio de km2 vendidos por la Rusia zarista; un hecho de indiscutible importancia geopolítica. Otro tratado firmado en París en 1898, a causa de la guerra de Cuba ganada contra una España decadente, dio paso a otra operación monetaria, pues Puerto Rico y Guam pasaban a manos estadounidenses a cambio de la deuda que el gobierno español mantenía merced a la campaña cubana, mientras las islas Filipinas pasaban directamente bajo control por la suma de veinte millones de dólares. Es el denominado "destino manifiesto" un concepto unido a la mentalidad angloamericana básica, tan sugestivamente pasado al papel y explicado, entre otros, por el Dr. Luis Alberto de Herrera, en este caso profundo conocedor del mundo estadounidense.
Es que la política de Trump posee históricamente su firme basamento filosófico en la misma idiosincrasia estadounidense; por algo el recordado "motín del té" es tomado como el puntapié inicial de su proceso de independencia de la Corona Británica.