Viernes, 30 de Mayo de 2025

La Revolución que eligió el diálogo

ArgentinaLa Nación, Argentina 26 de mayo de 2025

El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, según un cuadro posterior del pintor chileno Pedro Subercaseaux La Revolución de Mayo no fue una gesta de sangre, fue una revolución política

El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, según un cuadro posterior del pintor chileno Pedro Subercaseaux



La Revolución de Mayo no fue una gesta de sangre, fue una revolución política. No hubo barricadas ni fusiles: hubo ciudadanos deliberando, un Cabildo abierto al debate y una sociedad movilizada que comprendió que, para construir una nueva legitimidad, primero había que escuchar. No es un detalle menor que muchos de los protagonistas de aquella transformación hayan sido abogados: Castelli, Moreno, Paso, Belgrano. Formados en derecho, formados en ideas. Comprendían que no hay República sin representación y que el poder, si no se funda en la voluntad de los representados, es apenas una imposición.

El 22 de mayo de 1810, más de 250 vecinos notables debatieron durante horas en el Cabildo sobre la continuidad del virrey Cisneros. Allí se enfrentaron posturas bien polarizadas. Hubo voces conservadoras que defendían la permanencia de la autoridad virreinal y otras decididamente rupturistas, como la de Juan José Castelli, que sostuvo que, al haber caído la Junta Central de Sevilla, la soberanía regresaba al pueblo. Entre ellos, había diferencias sustanciales que podrían haber resultado irreductibles. Sin embargo, esa discusión que hoy parecería impensable en la política argentina, fue el corazón del proceso revolucionario. Sin uniformidad, sin consignas vacías, sin insultos.

La presión ciudadana fue firme, pero no violenta. Las milicias populares —la más conocida, la "Legión Infernal" encabezada por French y Beruti— acompañaron con presencia y símbolos, no con armas. El 25 de mayo, la Primera Junta fue proclamada sin derramamiento de sangre. Fue una victoria del sentido común y del derecho. La política entendida como herramienta de transformación, no como campo de batalla.

Más de dos siglos después, ese ejemplo parece distante. Hoy, en la Argentina de la crispación, la política se enorgullece de cancelar, imponer y anular al otro. Se desprecia el consenso como si fuera debilidad. El disenso se vuelve sospechoso y el insulto reemplaza al argumento. Aquel espíritu deliberativo que dio origen a nuestra institucionalidad se ve opacado por una lógica de enfrentamiento permanente, que erosiona la confianza pública y debilita las bases de la República.

Pero no todo está perdido. Somos muchos los que creemos que la palabra importa. Que el Estado de Derecho no es una traba, sino una garantía. Que las instituciones no son un obstáculo, sino la única herramienta civilizada que tenemos para procesar nuestros conflictos. Que disentir no es traicionar, y que ceder no es claudicar. El ejemplo de 1810 nos recuerda que la verdadera fortaleza de una Nación se construye desde el diálogo, no desde la furia.

Aunque parezca pasado de moda hablar de Constitución, de República o de división de poderes, elegimos seguir haciéndolo. Porque seguimos firmes en nuestros principios y entendemos que la clave para el desarrollo sostenible económico de una Nación radica en la vigencia de las instituciones, el respeto a la ley y la libertad económica. Como bien señaló Facundo Gómez Minujín, presidente de la American Chamber y de J.P. Morgan, en el Summit 2025: "Sin institucionalidad, no hay país que prospere, no depende solo de la economía".

Este 25 de mayo, en el Tedeum celebrado en la Catedral Metropolitana, el arzobispo de Buenos Aires recordó que el bien común se construye entre todos y que la responsabilidad pública exige diálogo, vocación de servicio y respeto mutuo. En un país atravesado por profundas tensiones, su mensaje fue una reafirmación de que la unidad no se impone, se construye. Y que, como hace más de dos siglos, sigue siendo posible una revolución que elija la palabra antes que la violencia.

La historia es pendular, y en cada uno de sus vaivenes, la sensatez -con sus tiempos, su templanza y su obstinada vigencia- vuelve a encontrar su lugar. Cuando el péndulo se detiene, el centro siempre reclama su espacio. Y allí estaremos: firmes, serenos y comprometidos, como aquellos que en 1810 comprendieron que sin instituciones no hay libertad ni futuro posible y que la política, bien entendida, sigue siendo la mejor herramienta para construirlo.

Consejera y líder de la Agrupación Abogados en Acción
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