Escándalos y propuestas
La disputa por la agenda mediática de los asuntos políticos es un factor decisivo de la lucha por la atención y el poder
La disputa por la agenda mediática de los asuntos políticos es un factor decisivo de la lucha por la atención y el poder. Si un tópico no ingresa al flujo noticioso es invisible. No atrae atención pública ni tiene interés para los actores de la política.
En este plano -del Gobierno, el Congreso, el oficialismo y la oposición, la ciudadanía y el voto- la disputa adquiere ribetes dramáticos. Las batallas por el poder poseen, en efecto, un contenido ante todo simbólico; tienen que ver con conquistar mentes y corazones, difundir creencias, crear expectativas, reunir preferencias, promover soluciones.
Se dice que el gobierno Boric buscaría crear un ambiente comunicacional favorable para su cuenta pública del próximo domingo. Allí empezaría a cuajar su legado y a proyectarse en función del próximo ciclo electoral. Incluso, se denuncia que el Gobierno estaría haciendo preanuncios -del tipo legalizar el aborto hasta las 14 semanas o interrumpir relaciones diplomáticas con Israel- con el único fin de dominar la agenda mediática.
A su turno, el oficialismo alega que la oposición agita los escándalos de los últimos meses para distraer la atención de su guerra intestina entre tres candidatos y dos derechas. Y para evitar que el Gobierno consiga la atención pública dirigida hacia su discurso de balance del cuatrienio.
Mientras tanto, los propios medios de comunicación tienen sus propias posiciones e intereses en esta lucha por la atención y el poder. No son meramente una correa de transmisión ni una plataforma neutral por donde circula información y opiniones de terceros. En efecto, los medios crean y administran opinión pública; toman posiciones e intervienen en la lucha por el control de la agenda.
Más aún, tienen en sus manos la poderosa arma de los escándalos. Basta revisar el flujo de noticias de las últimas semanas para constatar la magnitud e intensidad de los escándalos políticos, ligados además al sexo y el dinero, que atraen la atención de los públicos y se hacen en buena parte de la agenda en disputa.
Bien lo saben las y los candidatos presidenciales, que deben luchar por salir de la sombra de los escándalos, o bien, por crear noticias que les permitan perfilarse en la agenda. Cada uno o una de los candidatos hace esfuerzos denodados para proyectar su identidad, llamar la atención hacia su programa y situar en la agenda sus propios asuntos.
De esta batalla librada entre escándalos y propuestas irán decantándose los pocos asuntos que, al final, pasan a formar parte de la agenda político-electoral de donde, a su vez, saldrá eventualmente la agenda programática del próximo gobierno.
Son los torcidos caminos de la democracia. Con materiales a veces toscos y un espacio comunicacional distorsionado, terminan por producir un nuevo gobierno. Y quizá, con algo de suerte, también una agenda de renovada gobernabilidad. No pierdo la esperanza.