Desmontando el mito...
Santiago Carrera Baitler | Montevideo
@|De la excepcionalidad uruguaya
Santiago Carrera Baitler | Montevideo
@|De la excepcionalidad uruguaya.
En las últimas horas, un nerviosismo palpable recorre los círculos de intelectuales, académicos, periodistas, economistas y políticos de centro y de derecha en Uruguay. El ascenso de Javier Milei y su "revolución por la libertad" ha desatado una ola de inquietud entre quienes, desde sus escritorios y tribunas, buscan argumentos para desacreditarlo a él y a las propuestas que ganan terreno en el país.
Es curioso observar la hipocresía en las críticas que los partidos tradicionales hacen al fenómeno Milei porque todas se encuentran un punto en común: la defensa del statu quo. Ver miembros de formaciones políticas que reivindican a José Batlle y Ordóñez acusar a Milei de "ausencia de republicanismo e institucionalidad" resulta hasta irónico: su máximo referente participó en un duelo con el periodista blanco Washington Beltrán en 1920 asesinándolo a traición: un claro reflejo de una resolución violenta de conflictos políticos, nada más alejado de los ideales republicanos que dicen defender.
Del mismo modo, los que hoy enarbolan la bandera de Aparicio Saravia quien se alzó justamente contra el centralismo colorado en 1904 (enfrentado con el directorio de su propio partido) y es totalmente reivindicado por quien escribe esta columna: ¿se quejarían de un nuevo Saravia en el Uruguay actual?
Artículos, comentarios y reflexiones como los de Rodrigo Rial, los economistas, Hernán Bonilla, Javier De Haedo son un reflejo de este pánico: un intento de minimizar un movimiento que no solo desafía a la izquierda, sino que pone en jaque el cómodo centrismo que ha dominado la política uruguaya.
Lejos de ser una mera importación de modas argentinas, este fenómeno revela el hartazgo de un Uruguay olvidado y las élites, desde sus torres de marfil, parecen no entenderlo. Sus críticas, cargadas de condescendencia, no hacen más que evidenciar su temor a un cambio que no pueden controlar. No señores, el "fenómeno" Milei no es una moda. Decir eso, no solo es una falta de respeto para los miles en el mundo que se ven representados por sus ideas y sus formas, es también un análisis pésimo de la realidad política nacional e internacional.
La bronca del uruguayo de a pie no encuentra asidero en los espacios de discusión convalidados por la política y el sistema de medios. No hay político ni periodista que conozca de primera mano lo que significa que le roben la moto con la que va a trabajar o la frustración de saber que, no importa cuánto lo racione, su salario no alcanzará para llegar a fin de mes.
Los más de un millón trescientos mil uruguayos, que sostienen el país con su esfuerzo, ven con indignación los privilegios que ostenta el sector público y no pueden más que lanzar suspiros de sordo fastidio.
Hay una figura en la orilla vecina que comprende este desasosiego y se ha comprometido denodadamente a combatirlo. El centro político uruguayo es una farsa de moderación que perpetúa privilegios de las élites e ignora a quienes enfrentan el alto peso del Estado sobre la economía, la inseguridad, el narcotráfico en los barrios.
La tradición política que romantizan es un mito sostenido por clases medias y altas que cantan loas a Saravia en Masoller, mientras el uruguayo medio lidia con un costo de vida insostenible y barrios controlados de facto por el narcotráfico. No hay tiempo para entonar la marcha de Aparicio mientras miles de PYMES se asfixian, tampoco para alabar las supuestas "instituciones sólidas" desde estudios de televisión cuando el narco reina en la periferia montevideana y en diversos rincones del país.
Esta desconexión refleja la inconsciencia colectiva de una dirigencia política, tanto oficialista como opositora, que vive ajena a la realidad.
No está mal copiar lo que funciona. Si Milei ha demostrado que un discurso frontal y medidas audaces pueden movilizar a una sociedad hastiada, Uruguay tiene derecho a inspirarse en ese modelo.