El sistema internacional, después de León en Ascenso y Martillo de Medianoche
Donald Trump, Benjamin Netanyahu y Alí Khamenei
La audaz decisión de Donald Trump de intervenir para desmantelar el programa nuclear iraní junto con el previo y sorprendente despliegue militar israelí en ese país constituye un punto de inflexión cuyas consecuencias son aún muy difíciles de precisar, a pesar del aparente y limitado éxito de la operación Martillo de Medianoche
Donald Trump, Benjamin Netanyahu y Alí Khamenei
La audaz decisión de Donald Trump de intervenir para desmantelar el programa nuclear iraní junto con el previo y sorprendente despliegue militar israelí en ese país constituye un punto de inflexión cuyas consecuencias son aún muy difíciles de precisar, a pesar del aparente y limitado éxito de la operación Martillo de Medianoche. Esto involucra no solo a Medio Oriente, sino también al conjunto del sistema internacional tal como lo conocemos. Estados Unidos recupera una reputación y una capacidad de disuasión que habían quedado enormemente degradadas como resultado del fracaso de la Segunda Guerra del Golfo, la caída de la embajada de ese país en Libia, los zigzagueos y el eventual repliegue durante la guerra civil en Siria, el fracasado acuerdo con Irán y el vergonzoso retiro de Afganistán. Casi de un plumazo, restaura una credibilidad y un respeto que, disipados hacía mucho, afectaban su capacidad de negociación. Ahora, demuestra de forma nítida que, a pesar de tanta conjetura respecto de la decadencia de su poder hegemónico, esta potencia está decidida a actuar como tal, sin prejuicios ni complejos de culpa, con los costos y beneficios que eso trae aparejados.
Por su parte, Israel revirtió de forma extraordinaria el clima dramático y la sensación de vulnerabilidad que imperaban dentro y en torno a ese país luego del abominable atentado terrorista perpetrado por Hamas el 7 de octubre de 2023. En menos de dos años, ese grupo quedó diezmado, mientras el ahora descabezado Hezbollah experimentó una retracción sin precedente. Con las respuestas a los ataques hutíes en Yemen, el despliegue de tanques en Siria más allá de las Alturas del Golán y en el contexto del colapso del régimen proiraní de Bashar Al Assad, la ofensiva israelí implica una reversión de varias décadas de una actitud entre conformista e inocentemente tolerante, incluyendo los avances en el programa nuclear desarrollado por el régimen fundamentalista de los ayatollahs. El ataque a Irán interrumpe un largo período de autocontención y recupera la tradición del ex primer ministro Menachem Begin, en el sentido del derecho de Israel a defenderse unilateralmente y por sus medios de las agresiones y amenazas a las que es constantemente sometido. Asimismo, el siempre controversial Bibi Netanyahu reencauzó su legado, a pesar de las enormes polémicas en torno a la ocupación militar en Gaza, que, vale la pena recordar, procura rescatar a más de medio centenar de rehenes que siguen prisioneros.
¿ Hasta qué punto estos acontecimientos contribuyen a rearmar el nuevo mapa geopolítico global? ¿Qué nos permiten inferir los protagonistas y las acciones de las últimas dos semanas respecto de las características del nuevo (des)orden internacional, como lo definió hace unos años Mariano Turzi? Mucho y poco al mismo tiempo. Está claro que la utopía de la globalización y el multilateralismo ya se derrumbó, pero todavía no emergió un sistema alternativo que la suplante. Por el contrario, aparece un juego prudente de respuestas, insinuaciones y declaraciones por parte de China, la potencia emergente que, junto con otros países relevantes, como Rusia y Pakistán, sin ocultar sus simpatías y en algún sentido su interdependencia económica y estratégica con Irán, hicieron mucho en consonancia con uno de los objetivos más importante del propio Trump: impedir que el conflicto escale. Washington intentó hasta último momento forzar un acuerdo diplomático con Teherán en torno a su programa nuclear para evitar las acciones militares que, en paralelo, venía planificando en secreto. La posterior gestión a favor de un cese del fuego, con Trump retomando una posición de fría equidistancia respecto de Israel e Irán (incluso recurriendo a un lenguaje tan vulgar como inusual en ámbitos diplomáticos), enfatiza el hecho de que EE.UU. jamás buscó involucrarse en el conflicto, sino que el régimen fundamentalista islámico no contara con armamento nuclear.
Este episodio no nos permite detectar de forma clara el nuevo orden bipolar emergente sobre el que tanto se especula. ¿Acaso China, que hace poco tuvo un éxito rutilante en la región al facilitar un acuerdo nada menos que entre Irán y Arabia Saudita, ejerció una influencia similar o incluso proporcional al poder real que supo acumular en las últimas décadas? No de manera directa, pero todos los protagonistas de esta saga fueron siempre conscientes de la importancia que tiene para China el abastecimiento de petróleo proveniente de Irán. Es cierto que redujo significativamente su dependencia gracias al aumento de la producción local, y en especial de energías renovables, pero sigue siendo aproximadamente un quinto de lo que el gigante asiático consume al año. En los 12 días que duró el conflicto no se discontinuaron los servicios logísticos y los precios del crudo están aun más bajos que cuando comenzaron las acciones bélicas. Lo acotado de este capítulo (tanto en tiempo como en alcance) contribuyó de forma determinante para que no se pusieran en funcionamiento mecanismos de cooperación que en materia de seguridad existen entre China e Irán.
El caso de Rusia no es menos significativo. Incapaz de terminar la guerra en Ucrania y debilitada como consecuencia del cambio de régimen en Siria, para Moscú era virtualmente imposible cooperar con su tradicional aliado, a pesar de su histórico apoyo a la revolución islámica. Hubo alguna declaración altisonante de Dmitri Medvedev, expresidente y actual miembro del Consejo de Seguridad, acerca de que su país iba a colaborar con Irán para rápidamente volver a poner en marcha su programa nuclear. Pero fue compensada por el propio Putin, que afirmó que en Israel hay una gran población que habla ruso dado el notable flujo de inmigrantes provenientes de ese país (la glotopolítica siempre fue parte del arsenal discursivo oficial de Moscú).
¿Dejó de ser Irán una amenaza inminente y efectiva a la supervivencia de Israel como nación? Todo indica que la respuesta es positiva, aunque no haya una evidencia concluyente de que, como argumentan con una retórica un tanto optimista las narrativas oficialistas de EE.UU. e Israel, el daño causado sea determinante. Más allá de eso, el hecho de que de forma repetida ambos países hayan enfatizado que Irán no puede tener un arma nuclear, y que hayan respaldado eso con sendas incursiones militares, constituye una novedad crucial, con un efecto muy perdurable. Se modificó el equilibro de poder.
El régimen iraní considera oficialmente que salió airoso de esta encrucijada. Ha despejado, por ahora, cualquier perspectiva de un "cambio de régimen", y en la medida en que su retórica enfatice el éxito de su defensa, la limitación del daño causado y la heroicidad de su pueblo, no parecería haber argumentos suficientes no solo para una escalada, sino tampoco para una ola de atentados contra objetivos israelíes o norteamericanos, como activar las supuestas "células dormidas" diseminadas por Occidente. Han amenazado sin pruritos al destacado diplomático argentino Rafael Grossi, titular del Organismo de Energía Atómica de la ONU, a quien responsabilizan sin evidencia de mal desempeño de sus funciones (espía de Israel). Y proliferan denuncias de organismos de derechos humanos de una brutal ofensiva interna para reforzar los métodos de terror y desalentar cualquier hipótesis de debilitamiento del gobierno, incluidas detenciones arbitrarias y la militarización del territorio. Puede haberse ganado una crucial batalla. Pero todo indica que la guerra continúa.