Con dos obras en cartel, Fernando Amaral repasa su trayectoria marcada por la autogestión, el mojón artístico de la mano de Daniel Hendler y cómo una crisis laboral se transformó en motor creativo.
El primer público de Fernando Amaralfueron las señoras de la peluquería a la que iba su madre. Las hipnotizaba mientras les recitaba versos de La Ilíada y El Quijote, clásicos que leyó por iniciativa propia antes de los 10 años. Después llegaron El Picadero, las enseñanzas del teatro independiente, la creación de la compañía A Proscenio y hasta una sala teatral en una parroquia, donde montaban espectáculos a pulmón.
El quiebre llegó en 2010, cuando Daniel Hendler lo invitó a protagonizar Norberto apenas tarde y debutó en el cine por la puerta grande. A partir de ahí, su vida dio un vuelco tan inesperado como soñado. En paralelo a su participación en festivales y al abanico de oportunidades que surgieron en el audiovisual actuó en Adicciones, Porno y helado, Impuros, AMIA y El mejor infarto de mi vida, entre otras, seguía trabajando como vendedor de seguros. Hasta que, de un día para el otro, lo echaron.
En 2018, con el dinero del despido y una indemnización que su socio, el actor y director Federico Guerra, recibió tras un accidente de moto, fundaron juntos La Cretina. Ese pub y casa de arte hoy es su orgullo.
"La pasé muy mal, porque cuando la empresa abrió yo era el único vendedor. Salía con una bolsita, y con el tiempo llegué a vender dos millones de dólares por año. Pero hubo cambios, los sueldos altos volaron, y marché. Sufrí, pero hoy siento que fue lo mejor que me pudo haber pasado", confiesa Amaral a El País.
Actualmente tiene dos obras en cartel. Actúa en el unipersonal Tengo una muñeca en el ropero, donde encarna a Julián y su periplo para contarle a su familia y amigos que es homosexual. La pieza, dirigida por Alfredo Goldstein, se estrenó en 2016 y ha recorrido el país gracias a los Fondos Concursables. Este lunes 14 será la última chance para verla en La Cretina, a las 20:30 (entradas en Redtickets).
Y además dirige Un poco de suerte, una obra de Omar Varela que va los jueves a las 21:00 en la Alianza (entradas en boletería y Redtickets). El punto de partida fue homenajear a esta leyenda del teatro uruguayo, pero además tocar un tema que lo interpela porque su madre era ludópata. "Está muy bien escrita. Es cómica, pero tiene esas patadas en el estómago", asegura.
Fernando Amaral, de la parroquia a las plataformas
Siempre supo que quería actuar. Durante los apagones de la década del ochenta recitaba poemas o imitaba a Raffaella Carrá para entretener a los vecinos a la luz de las velas.
Se formó en El Picadero, un teatro independiente en Ciudad Vieja al que entró para prepararse para la EMAD, pero que al final lo enamoró de tal forma que desistió de dar la prueba de ingreso y eligió quedarse allí. En ese espacio aprendió de sus docentes Rocío Villamil y Carlos Rodríguez, pero sobre todo de la autogestión.
En 1996, junto a varios compañeros, fundó la compañía A Proscenio y convenció al cura de la parroquia Tierra Santa para abrir una sala teatral en el fondo del templo. Durante tres años presentaron obras para niños y adultos e hicieron espectáculos a beneficio de la iglesia. "La gente nos ayudaba con las producciones. Se transformó en una comunidad", recuerda.
La suerte también jugó sus cartas. En 2004 se anotó en un sorteo para participar de un taller que dictaban Hendler y Elena Zuasti en el Ministerio de Educación y Cultura, y quedó seleccionado. Esa vez, Hendler le dijo: "Tenés que hacer cine". Años más tarde, lo llamó para su ópera prima como director. Le envió el guion, le preguntó qué papel le interesaba, y cuando le propuso el protagónico, Amaral casi infarta.
"Fue un antes y después", asegura, convencido de que haber compartido con César Troncoso fue clave: "Hendler fue muy inteligente: puso todas mis escenas iniciales con César, y aprendí mucho de él".
Entrar y mantenerse en el audiovisual no ha sido sencillo, pero Norberto apenas tarde le allanó el camino. Para El mejor infarto de mi vida (Disney+) tampoco hizo casting y compartió escenas con Rita Cortese, Alan Sabbagh y Olivia Molina. "Fue fantástico", resume.
A Porno y helado (Prime Video) llegó por audición, en plena pandemia, con protocolos estrictos. Disfrutó mucho del rodaje y de trabajar con Martín Piroyansky. En AMIA que se estrena el 17 de julio en Flow interpreta a un perito de explosivos. En Impuros que tiene a Luciano Cáceres en su staff, y a uruguayos como Troncoso y Nicolás Furtado hizo de camionero contrabandista y, aunque dudó de si él rol era para él, se sorprendió con el resultado: "Aprendí a manejar el camión en un día y cuando lo vi dije: 'es creíble que sea ese tipo'".
También actuó en Un futuro brillante, la nueva película de Lucía Garibaldi, premiada en el Festival de Tribeca, y está ansioso por verla.
Filmó una escena para Cromañón (Prime Video) que al final no entró. Lamenta no haber quedado en los castings de Argentina, 1985 protagonizada por Ricardo Darín y nominada al Oscar y en El ciudadano ilustre, con Oscar Martínez: "Te da bronca, sobre todo después de ver la película", dice.
Dos obras de teatro que van del escenario al alma
Desde su estreno, Tengo una muñeca en el ropero le regaló experiencias conmovedoras. Entre las tantas anécdotas que atesora de esta obra destaca una función en Salinas, donde una mujer trans de unos 60 años frenó el monólogo entre lágrimas: "Tenés que aceptar que tu padre no tenía las herramientas para entenderte", le dijo. Otra señora preguntó si se conocían, y se dio un intercambio espontáneo entre el público.
"Al terminar, la mujer vino a pedirme disculpas por haber interrumpido y le dije: 'Lo mejor que le puede pasar a un actor es que te emociones'", recuerda.
La pieza habla de máscaras, prejuicios y estigmatización. Y aunque algunos digan que ese tipo de historias están "vetustas", Amaral no opina igual: "La homofobia sigue existiendo. Lo políticamente correcto es hablar de diversidad, pero en los hechos no ocurre".
En paralelo, dirige Un poco de suerte, un texto de Omar Varela que eligió montar como homenaje al autor. Para no repetir la puesta original que le "partió la cabeza" decidió sumar el personaje de la madre, que no aparecía en escena. "Los que vieron la primera versión elogian que se mantenga la tensión de los tres hermanos, pero con otro aire", comenta.
La obra aborda la adicción al juego y es un tema que lo toca muy de cerca porque su madre era ludópata. "Es sanador y removedor. Hay situaciones que me recuerdan a mi madre. La pasaba mal porque tenía que ir a buscarla al casino, pero a la vez me la hace presente. Entonces tiene algo lindo", cierra.