Viernes, 25 de Julio de 2025

La escritora rochense que ganó un Premio Onetti con su novela debut, fundó una editorial y dirige una librería

UruguayEl País, Uruguay 23 de julio de 2025

Dani Olivar vive en Punta del Diablo, donde está al frente de Viento en Popa. Además co-dirige Pez en el Hielo y ganó el Premio Onetti de narrativa por "Gurisas chicas". Sobre eso, va esta entrevista.

Dani Olivar respira literatura. No solo escribe: también distribuye libros, los lee en voz alta y los pone en circulación. Nacida en Rocha, dirige junto a Gonzalo Baz la editorial independiente Pez en el Hielo con nueve años y más de 30 títulos publicados y está al frente de Viento en Popa, una librería en Punta del Diablo que también es un faro cultural. Fue, además, parte de Casa ajena, un proyecto que consistía en leerle a personas no videntes o con baja visión. Eran visitas a domicilio, con sesiones de una hora.

Así fue como Gurisas chicas, su primera novela, encontró a una de sus primeras oyentes. Se llama Olga, tiene 90 años, vive en Rocha y escuchó la primera parte del libro que el año pasado ganó el Premio Onetti de narrativa. Una vez por semana, Olivar viajaba desde Punta del Diablo para leerle en voz alta lo que iba escribiendo.

Cuando se le pregunta qué le brinda la literatura como para entregarse así, Olivar, desde el otro lado del teléfono, se ríe. Como si la pregunta fuera demasiado simple o la respuesta, demasiado íntima. "No sé, me da felicidad", dice. Luego reafirma: "Creo que me hace bien. Sí, me hace bien".


Algo de esa entrega alimenta Gurisas chicas, su novela debut. Aunque, hay que aclararlo, en sus páginas hay de todo menos felicidad. Como autora, Olivar propone una experiencia similar a la que impulsaba en Casa ajena. No se trata solo de leer, sino de sumergirse en esas páginas. Mirar con los ojos de los personajes. Sentir la misma incertidumbre, el mismo estado de alerta.

La autora, licenciada en Artes con orientación en Fotografía, recurre a un recuerdo de su época como estudiante para explicar su interés por lo sensorial. "Me gustaban mucho unos ejercicios que hacíamos en Bellas Artes: eran unos experimentos en los que nos hacían pasar por túneles para generar unas sensaciones medias extrañas", cuenta. "Me interesa generar esa experiencia de hacerte sentir que estás dentro de la historia y que conocés a los personajes".

En Gurisas chicas (Criatura, 690 pesos), la protagonista es Anita, una mujer que escribe un libro dividido en dos partes: una que relata su infancia y otra que narra su incómodo ingreso al mundo de la adolescencia. Vive con su madre y con su padrastro, hasta que la envían a la casa de sus tíos en el balneario Las Maravillas.

En esa etapa de tránsito, donde tiene la certeza de no encajar del todo, la narración se vuelve también una forma de buscar pertenencia. Anita cuenta su propia vida, la de su amiga Cuca, y también la de otras mujeres, como su madre Ceci y su abuela Ramona.

La novela se construye entre fronteras: la geográfica entre Uruguay y Brasil, y la emocional entre la niñez y la adultez, entre el adentro y el afuera, entre lo que se dice y lo que se calla. Y en ese territorio de tensión, hay una ausencia que se vuelve regla: la del padre.

En Gurisas chicas, el abandono no se dramatiza: forma parte del paisaje. Las mujeres madres, hijas, vecinas conviven con él sin cuestionarlo. "Me interesaba mostrar cómo eso está completamente normalizado", explica Olivar. "Las mujeres están solas. Son como gurisas chicas que comparten una misma mirada porque algo les fue quitado. Por eso, de generación en generación se transmite la preocupación en torno al cuidado de la madre a su hija. Si no es por ellas, no van a tener a nadie más que las cuide", agrega.

Esa preocupación se vuelve explícita en la historia de Rita, la madre sobreprotectora de Cuca, quien perdió a su pareja en un accidente. "Cuando yo no esté, ¿quién te va a cuidar?", le pregunta a su hija cada vez que algo la pone en peligro.

Esa ausencia también activa otra sensación: la de un peligro que acecha. A lo largo de la novela hay una atmósfera de amenaza latente. Como si en cualquier momento pudiera pasar algo. La tensión, dice Olivar, nace tanto de los vínculos como del entorno. "En los pueblos del interior hay una atmósfera pesada, como de algo que no se nombra pero se siente", explica.


Se percibe en los miedos a accidentes ya sea domésticos o en la naturaleza y se vuelve palpable en la relación que cada mujer tiene con las figuras masculinas. En las páginas desfilan personajes de ética dudosa: el padrastro de Anita, un exmilitar al que llaman "El Loco Sosa", enfermos de mano larga de los que son víctimas las madres que trabajan en hospitales y hombres de mirada lasciva. Ese ambiente, que Olivar asocia al gótico sureño de autores como Carson McCullers o Cormac McCarthy, fue una inspiración para darle espesor al tono. "Me interesaba ese clima, esa sensación de estar observada, de que algo raro está por pasar", relata.

Esa tensión, a su vez, está ligada a un momento de la vida en que cada decisión parece definitiva. "Ese no saber, ese desconocimiento hacia lo que uno tiene que hacer. Siendo adolescente, sentís que tenés tantas posibilidades, pero en realidad a veces tenés una o dos, y es muy difícil darte cuenta cuál es la mejor", dice.

En ese sentido, cuando la charla vuelve sobre el sentido de entregarse a la literatura, de apostar por el trabajo como autora, como editora y como librera, Olivar reconoce que a veces se siente como una kamikaze que se lanza a objetivos difíciles. Entonces, cita de memoria una frase de Atrapa el pez dorado, de David Lynch: "Las ideas son como peces. Si quieres pescar pececitos, puedes permanecer en aguas poco profundas. Pero si quieres pescar un gran pez dorado, tienes que adentrarte en aguas más profundas".

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