Sociedad de fin de semana
Se instaló la consigna de que la vida está para vivirla, no para trabajar. Y ya veremos quién paga luego.
Las sociedades occidentales modernas han olvidado completamente la ponderación que antaño le daban al esfuerzo y al sacrificio personal como elemento clave de la superación y el desarrollo individual.
Es más, contingentes enormes de jóvenes profesionales, técnicos, y obreros especializados, están completamente convencidos que en esta vida vale más la aptitud que la actitud. Y así - resignados a ser dependientes y no emprendedores - reclaman más salario agitando sus títulos de máster. Cuando todos sabemos que la realidad nos enseña precisamente lo contrario.
La práctica y la constancia siempre ganan.
Los hábitos de trabajo en los principales países de nuestra civilización ya no son los que conocimos, los que nos heredaron nuestros ancestros.
La última pandemia vino a reforzar la tendencia de relativizar la cultura del trabajo y privilegiar el ocio que lamentablemente ya se había instalado.
De un momento a otro aquellos alemanes, ingleses, españoles, italianos, americanos, que daban un lugar preponderante en sus vidas al estudio, a la investigación, al trabajo arduo de cada día, y así progresaban en lo individual, y empujaban hacia adelante sus colectividades, decidieron que era momento de bajar el ritmo. Se instaló la consigna de que la vida está para vivirla, no para trabajar. Y ya veremos quien paga luego.
Los países desarrollados comenzaron así a vivir como sociedades de fin de semana donde parece que todos los días son viernes. Donde prevalece la ecuación vital de en lugar de estar pendientes del trabajo lo que importa es sumar vacaciones a feriados, días puentes, licencias especiales, y como no, gozar de la reducción de la jornada laboral.
Hoy Madrid, Miami, Bali, Tailandia, o un safari - solo fotográfico, no se asuste el lector por favor, que ya nadie dispara un tiro - son para cualquiera que tenga una tarjeta de crédito más o menos ordenada. Y además ya no es necesario ahorrar. Es más, el ahorro ya es un hábito en desuso, como el esfuerzo cotidiano.
¡El mundo es un pañuelo, hay que aprovecharlo!
A los países ricos les gusta una vez cada tanto convencerse de estás ilusiones en las que se desprecian al esfuerzo y al ahorro. Pueden hacerlo, suelen levantarse más rápido del tropezón. Así pasó luego de la edad de oro.
El problema, es que aquí en nuestra comarca de los confines australes de Occidente también nos hemos empezado a creer la fábula de que se puede vivir sin trabajar duro y sin ahorrar.
Y eso es un verdadero peligro. El MERCOSUR no es la Unión Europea.
En un país pequeño como Uruguay, caro, no competitivo, improductivo, con crecimiento a duras penas, con un contingente impagable e innecesario de
funcionarios públicos, con un Estado gordo e ineficiente, con una población que tiende a disminuir y a ser cada vez más vieja, pensar en trabajar menos es verdaderamente un suicidio colectivo.
El país, sin que muchos se den cuenta, de seguir así va como el Titanic, con rumbo colisión. Y no alcanza con virar 5 o 10 grados. Se necesita un cambio drástico.
Y esa nueva derrota implica necesariamente dejar la ideología de lado. Enterarse que la vida es primero obligaciones, y solo después derechos.
Hace más de un mes asistimos anonadados a la crisis de la pesca. Todo el sector detenido por un berrinche sindical. Todo el sector frenado por la costumbre de todos los actores de no saber salirse del trillo de hacer lo de siempre.
Uruguay no está preparado para ser una sociedad de fin de semana.
No somos un país rico. No vivimos en un entorno regional propicio. No podemos darnos ese lujo. No tenemos espalda, ni nadie que nos rescate en la patinada.
Nuestro país no tiene actores sociales aptos para discutir productividad. Está demostrado. Estos aún no han alcanzado el grado de madurez necesaria. Además no tiene sentido plantear dicha discusión por rama de actividad. Eso de por sí plantea desconocimiento de la matriz productiva y voluntarismo puro.
¿Si no podemos discutir productividad, como podríamos debatir sobre reducción de los tiempos de trabajo?
¿Qué nos determina a pensar que es necesaria la reducción de los tiempos de trabajo?
Si es por más ocio o disfrute de la vida y el tiempo personal, es un disparate mayúsculo.
Si es por que los avances tecnológicos inciden de formas que impactan en la cantidad y calidad de los puestos de trabajo, puede ser necesario el análisis.
Pero solo el análisis prospectivo, sin la meta de la reducción de los tiempos.
Lamentablemente Uruguay no está aún en un grado de automatización y aplicación de tecnología que permita pensar en que esto incide en la productividad.
Somos lo que somos, y tenemos el grado de evolución productiva que tenemos.
Todavía no podemos prescindir de mano de obra intensiva. Y mientras la necesitemos, no podemos si quiera avizorar un panorama de reducción de los tiempos de trabajo.
Si debiéramos pensar en hacerlos más elásticos. Sin carga ideológica, tendríamos que darle a empleados y empleadores la posibilidad de entenderse libremente sobre como organizar el trabajo. Darles la chance de ordenar, planificar, compensar, horas de trabajo, descansos, licencias, Etc. Sin que el Estado se entrometa. Esa seria la verdadera revolución.
Y así con el esfuerzo y el ahorro hoy, quizá dentro de mucho tiempo, se podría analizar como contemplar un poco mas de esparcimiento.