Morir con dignidad
El Ciudadano | Montevideo
@|También es un derecho
El Ciudadano | Montevideo
@|También es un derecho.
Hay decisiones que nadie puede ni debe tomar por vos. Ni el Estado, ni la política, ni la religión, ni siquiera la familia. Porque hay momentos en la vida y sobre todo, en el final de la vida donde la única voz que importa es la del propio ser humano que atraviesa el dolor.
La eutanasia, como derecho, no se impone. Se elige. Y eso es lo que algunos no entienden. No se trata de matar, se trata de respetar la voluntad de quien ya no quiere seguir viviendo una existencia convertida en sufrimiento.
Para evitar que esta discusión se convierta en otro campo de batalla ideológica, es hora de habilitar lo mismo que ya aceptamos hace tiempo con la donación de órganos: el consentimiento anticipado.
Así como alguien puede dejar por escrito que dona sus órganos cuando muera, también puede dejar por escrito que, si un día se encuentra en un estado terminal, irreversible y degradante, autoriza a que se le aplique la eutanasia.
Nadie lo obliga a hacerlo. Nadie se lo impone. Pero si lo decide, si lo firma estando en pleno uso de sus facultades mentales, esa voluntad debe ser respetada.
Incluso se puede prever lo siguiente: si llegado el momento la persona ya no puede ratificar su decisión porque está inconsciente, alguien cercano su esposa, su hijo, su madre o su hermano podrá confirmarla, en ese orden, sabiendo que esa fue la voluntad del ser querido.
¿Tan difícil es entender que esto se trata de libertad?
¿Tan arrogante somos como sociedad que creemos tener el derecho de decirle a otro: "Vos no podés morir, aunque estés sufriendo como nunca"?
Legalizar esta posibilidad no obliga a nadie a morir, simplemente permite que quienes lo elijan, lo hagan con paz, con control y con dignidad.
Ya basta de que todo sea una guerra moral. Ya basta de suponer que nuestras creencias son más importantes que el sufrimiento ajeno.
Hay decisiones profundamente personales, y la muerte cuando llega en condiciones inhumanas es una de ellas.
La libertad también debe incluir el derecho a morir cuando vivir se ha vuelto insoportable.
Y si el Estado reconoce que podés donar tus órganos después de muerto, también debe reconocer que podés anticipar cómo querés que termine tu historia.
Porque lo único verdaderamente inmoral es condenar a alguien a seguir viviendo contra su voluntad.