El poeta transfigurado
Marcelo Jarpa, el poeta de quien ya escribiera bellamente Cristián Warnken en otra tribuna de esta misma página, fue un hombre de fe y un poeta de oficio, además de un caballero con alma de niño y alguien que vivió la poesía con sentido religioso y la fe con sentido poético
Marcelo Jarpa, el poeta de quien ya escribiera bellamente Cristián Warnken en otra tribuna de esta misma página, fue un hombre de fe y un poeta de oficio, además de un caballero con alma de niño y alguien que vivió la poesía con sentido religioso y la fe con sentido poético. Tres días antes de morir, Jarpa presentó el tercer volumen de su libro "Meditaciones del parque". Era ya un poeta transfigurado, pues, en vísperas de su adiós, regaló a los lectores su último saludo literario.
Fue un hombre de plegaria. De hecho, la muerte le vino mientras rezaba el rosario junto a su mujer, Amelia. Su poesía era otro brazo de su fe que, tal como su cuidado por la palabra cuando escribía, reflejaba también la delicadeza con la que vivía su creencia en Dios. Hombre del centro de Santiago, permaneció en la calle Lastarria incluso en los momentos más brutales del estallido, un estallido que hasta quemó la parroquia de la Vera Cruz, la iglesia a la que Marcelo solía asistir a misa. Mientras algunos se gozaban de la barbarie, él, con su oración ferviente y su escritura silenciosa, mantuvo la sabiduría y el coraje de quien no se dejó engatusar por los falsos cantos de sirena, sino que siguió siendo fiel al único Maestro que, no me cabe duda, ya lo habrá recibido en el Paraíso.