Miércoles, 13 de Agosto de 2025

Qué dirían Perón y Alfonsín de Milei

ArgentinaLa Nación, Argentina 13 de agosto de 2025

Pese a todos los avances científicos, la resurrección de los muertos sigue siendo un tema exclusivo de la ciencia ficción, la religión y la mitología

Pese a todos los avances científicos, la resurrección de los muertos sigue siendo un tema exclusivo de la ciencia ficción, la religión y la mitología. La inteligencia artificial permite hoy ayudar a encontrar tratamientos para enfermedades, generar pinturas parecidas a las que harían Rembrandt o Leonardo Da Vinci si vivieran, componer una fuga al modo de Bach, conducir un auto, resolver problemas de lógica que por siglos desafiaron a la mente humana y encargarse de decir en una guerra cómo apuntar los misiles. Pero revertir la muerte biológica se ve que es algo más complicado . No hay ningún progreso en esa dirección.

Porque no sólo habría que resucitar cada célula sino que se deberían restaurar las conexiones neuronales y los recuerdos del agraciado. Por ahora, al menos, no le encuentran la vuelta, quién sabe más adelante.

En el desalambrado terreno de la imaginación, sin embargo, nada impide hacer el ejercicio de que resuciten algunos líderes del siglo XX de manera que se puedan conocer sus reacciones en ocasión de encontrarse con esta Argentina algo extravagante del siglo XXI. El chiste es muy obvio pero hay que hacerlo: pedirían volver a las tumbas lo antes posible.

Perón, por ejemplo . Primero habría que contarle que el peronismo que retornó al poder en los años noventa en formato neoliberal se reinventó en 2003 como fuerza política autopercibida de izquierda. Este vértigo camaleónico para nada asombraría al creador del peronismo, quien no en vano a su criatura la llamó "movimiento" e instituyó como GPS doctrinario las "Veinte verdades peronistas", tan ciertas, inflamadas, perennes y almibaradas como maleables. Para seguir sirviendo a la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación, diría el general: "yo mismo alenté los cambios de piel". Si hasta bromeaba con su mayor destreza como conductor, poner el guiño para doblar a la izquierda y doblar a la derecha.

Pero el rostro de Perón no se mantendría imperturbable al enterarse de que el último giro partidario despachó a la rama sindical al museo. O que la organización juvenil más importante del peronismo lleva hoy el nombre de Héctor Cámpora, efímero presidente vicario de origen conservador a quien el líder primero defenestró y luego, por persistir en una asociación extemporánea con la izquierda peronista empeñada en la lucha armada, prácticamente excomulgó.

Quién sabe si convalidaría o no la interpretación de que Cristina Kirchner está presa por peronista y no por haber robado dineros públicos, tal como sentenciaron sucesivos tribunales bajo el estado de derecho. Proscripto estaba yo, podría decir el líder. Durante 17 años no me dejaron volver al país y el peronismo tenía prohibido asomar la cabeza y presentarse a elecciones. Cuando lo hizo en forma encubierta, en 1962, las elecciones fueron anuladas y el presidente que las convocó fue derrocado. Esas eran proscripciones.

Perón, en lo personal un militar austero, nunca se interesó en amasar fortunas, ni siquiera una del tamaño de la que los Kirchner reconocían en blanco con casas, hoteles y terrenos por aquí y por allá, si bien fue acusado de corrupto por la Revolución Libertadora y se le atribuyeron depósitos en Suiza nunca bien verificados.

Pero vayamos al instante del desembarco en la Argentina actual, la Argentina de Milei. Perón se asombraría -y quién no- al saber que un economista iracundo con ideas anarcocapitalistas sin pasado político ni estructura alguna que se hizo famoso como polemista televisivo está gobernando el país. ¿Llegó solo? No tardaría en mirarlo por esto con empatía. "Yo llegué igual cuando era coronel -podría recordar-, sin partido, casi sin cuadros, sin intelectuales, sin prensa, despotricando, también, contra la casta. En 1945 a la casta le decíamos partidocracia o contubernio oligárquico comunista. Pero bueno, yo tenía conmigo a la Iglesia y al Ejército o gran parte de él, era entonces la materia gris de la Revolución del 43. Y en 1946 tampoco conseguí gente presentable para llenar la cantidad de cargos que había que llenar sobre todo en el Congreso. Mi gran ventaja fue que veníamos de una dictadura (la mía), no había balotaje y regía la ley Sáenz Peña: aunque saqué proporcionalmente menos votos que Milei me hice de la mayoría en ambas cámaras (y tuve todas las provincias salvo Corrientes), de modo que nunca supe lo que es pelear una ley, como le sucede a este muchacho".

Perón ciertamente criticaría el alineamiento fervoroso de Milei con Estados Unidos y la concepción aperturista de la política económica. Pero lo que hoy se llama ajuste mal podría enervarlo: el Plan de Emergencia Económica de 1952 no era otra cosa que una reducción del déficit fiscal para frenar la emisión monetaria y parar la inflación, contracara de las políticas de expansión del gasto público aplicadas durante el primer gobierno. Todo de la mano de una apertura al capital extranjero inversa a la retórica nacionalista anterior, apertura que hizo cumbre con el contrato con la California Company para extraer petróleo en la recóndita Santa Cruz. El lugar donde por entonces Nestor Kirchner fatigaba el triciclo.

Perón, en todo caso, les recriminaría a sus herederos políticos la falta de ideas, de propuestas capaces de volver a enamorar a un electorado evidentemente decepcionado, cuando no harto de que se repitan una y otra vez las mismas soluciones fallidas para los mismos problemas de siempre. Algo que Milei puso en evidencia como nadie porque fue ese fracaso lo que a él lo catapultó a la Casa Rosada. Reprocharía Perón la falta de un líder aglutinador, nada de uno de facción, apto para ofrecer soluciones estructurales, no meras renovaciones del marketing electoral. Claro, para eso el peronismo debería producir ideas sobre las soluciones estructurales, formar equipos, estudiar recetas internacionales, lo que exigiría antes reconocer de algún modo -sin suicidarse pero archivando la jactancia de cuando éramos felices- que lo que se hizo en las últimas décadas no anduvo. Tarea hercúlea.

Raúl Alfonsín desenrollaría su propia lista de reproches al radicalismo, que de los partidos en vías de extinción es el principal. Patología conocida: internismo, fragmentación, pérdida de identidad, decadencia. Lo primero que diría Alfonsín sería "disculpen, ¿quién está liderando el partido hoy?, ¿lo conozco?".

Pero más allá de las huestes propias velaría por la democracia y desde ya que lamentaría el estado del edificio. ¿Qué es este lenguaje político chabacano y violento? ¿De dónde lo sacaron? Alguien le diría que se quede tranquilo, que Milei prometió hace diez días dejar de insultar. Si Alfonsín hubiera resucitado después de la promesa presidencial habría visto la foto de los candidatos libertarios encabezados por Milei en La Matanza con la profanación de la icónica expresión "nunca más" que Julio Strassera utilizó para cerrar su alegato en el histórico juicio a las juntas militares.

Strassera tomó esa expresión del título del informe de la Conadep, en cuyo seno la había propuesto uno de sus miembros, el rabino estadounidense Marshall Meyer, quien vivió 25 años en la Argentina. Meyer la tomó a su vez del Gueto de Varsovia. En su origen "nunca más" fue un lema enarbolado contra las atrocidades cometidas por los nazis en el Holocausto. La Conadep y Strassera se lo aplicaron al terrorismo de estado. Y Milei lo rebajó a una disputa electoral con el kirchnerismo que, guste o no, es en los comicios una alianza legal de partidos. "Kirchnerismo nunca más" decía el cartel, con el lema en la misma tipografía del libro editado por Eudeba con el informe sobre los desaparecidos, cuyo prólogo escrito hace cuatro décadas por Ernesto Sabato el gobierno de Cristina Kirchner sustituyó por otro texto mejor ajustado a sus opiniones sobre los años setenta.

A Alfonsín en este ejercicio ficticio de resucitación le convendría atender a los dos juntos por la banalización del terrorismo de estado. A Milei por usar el "nunca más" con una ligereza parecida a la de quienes a él le dicen "nazi" (y él los demanda por eso en la Justicia). Y a Cristina Kirchner porque cuando recibió a Lula en su casa-prisión aprovechó la visibilidad internacional para acusar a Milei de cometer "terrorismo de estado de baja intensidad". ¿Habrá entendido ella lo que fue el terrorismo de estado?

Sería interesante saber de Perón y Alfonsín -y, por qué no, de Roca, Yrigoyen, Alvear, Frondizi- cómo verían los dos temas de gobernabilidad más importantes de este momento, el de las leyes que la oposición le intenta imponer a Milei a contramano de la hoja de ruta oficial y el de la tremenda pelea de la fórmula presidencial, que a esta altura es de una gravedad sólo comparable con el duelo de Ortiz y Castillo (el cual terminó, diabetes mediante, con la muerte de Ortíz, el encumbramiento de Castillo y el segundo golpe de estado del siglo XX).

El Perón que no tuvo escrúpulos en desestabilizar a Frondizi y a Illia seguramente habría consentido el desafío que le están haciendo el peronismo y otras fuerzas opositoras a Milei mediante la aprobación de leyes contrarias a la política oficial y rechazos parlamentarios de DNU. Pero el león herbívoro de 1972, el que amagó llevar a Balbín de vicepresidente, quién sabe. Es posible suponer que el sesgo autoritario de Milei a Perón no le hubiera disgustado.

Cuesta respaldar estas hipótesis: exceptuada su participación como capitán en el golpe que derrocó a Yrigoyen, Perón nunca tuvo oportunidad de ser opositor con gobiernos democráticos que no estuvieran tutelados por las Fuerzas Armadas.

En cuanto a las disputas con vicepresidentes, el general también tuvo lo suyo, pero en su caso fue lo inverso al estándar: exceso de confianza. Al almirante Alberto Teisaire, que como presidente provisional del Senado funcionaba como su lugarteniente institucional (porque el vice Hortensio Quijano había fallecido antes de volver a jurar) lo hizo vicepresidente de jure. Para eso organizó en 1954 las únicas elecciones vicepresdenciales de la historia, en los hechos una forma de plebiscitarse Perón mismo. Y al año siguiente, pocos días después del golpe de estado, Teisaire acusó a Perón de graves delitos ante la Revolución Libertadora, lo que le valdría el mote peronista de traidor supremo.

La política cada tanto retempla el pretérito imperfecto del subjuntivo. "Si Evita viviera sería montonera", fantaseaban los seguidores de Firmenich. "Si Perón viviera…" es una conjugación frecuente para desacreditar a un rival dentro del peronismo. Mauricio Macri la tomó prestada en 2022 para construir una frase que tal vez hoy no querría recordar: "Si Perón viviera se afiliaría a Juntos por el Cambio". Ayer sin ir más lejos el histórico dirigente radical Luis "Changui" Cáceres dijo que si Alfonsín estuviera vivo "cagaría a patadas a los militantes radicales".

Hablaba del ausentismo en las urnas, una patología de la democracia que probablemente aunaría el lamento de la mayoría de los políticos del siglo de las seis dictaduras y de los que desde finales del siglo XIX lucharon incansablemente por el sufragio universal logrado en 1912.
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