Domingo, 17 de Agosto de 2025

Alfombra roja

UruguayEl País, Uruguay 17 de agosto de 2025

Antes de la cumbre, Trump juró que los ojos de Putin le contarían todo. Le contaron lo que quería oír. Prometió intuición y practicó indulgencia.

Bajo el fuselaje con la palabra Rusia, soldados de Estados Unidos acomodaron la alfombra roja. Para la foto. Para un acusado de crímenes de guerra. Donald Trump recibió el viernes a Vladimir Putin con aplausos, sonrisas y paseo en limusina. Todo fuera de lugar, aunque la alfombra roja hiciera juego con alguien con tanta sangre en las manos. Era la primera reunión entre un presidente estadounidense y el líder ruso desde la invasión a Ucrania de 2022. Y decepcionó. Terminó antes de tiempo y no hubo ni almuerzo, pero Moscú ya tenía combustible para su propaganda. Putin no debe haber dado crédito de lo fácil que fue todo.

Detrás del hombre que empezó y sostiene la mayor y más sangrienta guerra en Europa desde 1945, el cartel "En busca de la paz" sonó a burla. Sin aceptar preguntas, hablaron durante doce minutos. Antes, una periodista le había gritado a Putin si pensaba seguir matando civiles. Se hizo el sordo. El problema no fue la foto, sino su precio. Hasta la edición oficial mostró pudor: en el video para redes, la Casa Blanca podó los aplausos de Trump a Putin en la pista.

El escenario también habló. Alaska había sido rusa hasta 1867 y en Moscú insinuaron que la sede demostraba que las fronteras cambian y los territorios rotan de dueño. Era una manera elegante de decir lo que no se animaban a firmar: si toda frontera era líquida, todo reclamo resultaba plausible. A eso se sumó el vestuario del canciller Serguéi Lavrov, con un buzo de la URSS. La Unión Soviética fracasó como modelo social y económico, pero su simbología todavía sirve para jugar y marcar territorio. La sutileza, por lo visto, no estaba en el plan.

Antes de despegar rumbo a Alaska, Trump había prometido que quería un alto el fuego rápido, "hoy, si era posible". Después de Anchorage, viró: dijo que lo que buscaba no era un cese transitorio, sino una paz "definitiva", y dejó caer que "ahora dependía" de Zelenski. Lo mejor que puede decirse de la cumbre es que podría haber sido peor.

Trump está tan obsesionado con el Nobel de la Paz desde que Barack Obama lo obtuvo que, semanas atrás, llamó a un ministro noruego para tantear la idea. Tras la cumbre, aseguró que la mejor forma de terminar la guerra era ir directo a un acuerdo de paz, abandonando su propia exigencia previa de un alto el fuego como primer paso. Durante meses, su equipo había repetido que lo primero era el cese. Bastó una reunión con Putin para cambiar de opinión.

Putin abrió con tono de vecino, dijo que le alegraba verlo sano y vivo, y describió la charla como constructiva, respetuosa y útil (para él, claro). Por su relato apenas se adivinaba que había una guerra desde hacía más de tres años. Volvió a las "causas primarias" del conflicto, al "equilibrio de seguridad" en Europa y a Ucrania como "nación hermana". Dejó plantado el marco que le convenía: no había cambiado en absoluto sus exigencias de capitulación de Ucrania. Le endulzó el oído a su anfitrión cuando repitió que la guerra no habría empezado si Trump hubiera estado en la Casa Blanca. Más de uno habrá recordado que Putin duplicó con creces los ataques de drones y misiles desde la asunción de Trump.

Un día después empezaron a filtrarse versiones. Moscú propone que, como primer paso para terminar la guerra, Ucrania se retire de regiones que Rusia ni siquiera controla por completo. Trump trasladó ese dardo envenenado a Zelenski y a los líderes europeos en la llamada desde el avión que lo llevó de vuelta a Washington.

Europa vive a sobresaltos: se indigna, se olvida, se queda quieta. Sus líderes comunican poco y mal por qué Ucrania sostiene la seguridad europea y por qué, llegado el caso, Europa debería correr más riesgos para defenderla.

Ahora están a la espera de la eventual reunión de mañana entre Trump y Zelenski en la Casa Blanca. La última vez, al presidente ucraniano le hicieron de todo menos agasajarlo y lo terminaron echando del lugar.

Después de Anchorage, Trump insistió en que buscaba una paz duradera. Con acuerdo o sin él en los días siguientes, la guerra seguirá de una forma u otra. Para Putin, la guerra es instrumento de control político interno y, excusa para la represión. También es una vía para ampliar territorio, dividir a Occidente y debilitar a Europa.

La guerra no terminará pronto porque la causa de fondo sigue intacta: la negativa de Putin a aceptar el colapso de la Unión Soviética lo lleva a buscar la destrucción de Ucrania como Estado soberano. Sometida o nada. Después de ser invadida dos veces en una década, ¿por qué habría de confiar Ucrania en que no volvería a pasar?

Antes de la cumbre, Trump juró que los ojos de Putin le contarían todo. Le contaron lo que quería oír. El riesgo no era la ceguera: era mirar y no ver, o ver y que le diera igual. Prometió intuición y practicó indulgencia.

Putin se llevó la foto que quería para su relato del fin del aislamiento. El reloj sigue en su muñeca. La guerra termina el día en que ordene retroceder a sus tropas. Cuando Moscú lo haga, habrá noticia. Recién entonces, si acaso, empezará a asomar algo que se parezca a la paz.


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