El final es el punto de partida
La nómina de la selección que enfrentará el cierre de la triste participación de Chile en las eliminatorias y que estructuró Nicolás Córdova, marca el término oficial no solo de la "Generación Dorada", sino que también el cierre de una tendencia arraigada en los últimos años: hacer todo pensando en el resultado eventual
La nómina de la selección que enfrentará el cierre de la triste participación de Chile en las eliminatorias y que estructuró Nicolás Córdova, marca el término oficial no solo de la "Generación Dorada", sino que también el cierre de una tendencia arraigada en los últimos años: hacer todo pensando en el resultado eventual.
Córdova, aunque a algunos no les cuadre como DT de la Roja, sabe, como no sabía la mayoría de sus antecesores, que el nacimiento y la eventual prosperidad de una selección chilena nunca ha estado vinculada a los éxitos de un grupo ganador, sino que a la capacidad de reinvención luego de un fracaso sonado.
La historia así lo indica. Y es bueno recordar.
Para llegar al Mundial de 1950, Chile tuvo una lista increíble de entrenadores. Empezó con José Luis Boffil, a quien luego le pusieron al jugador Waldo Sanhueza como dupla. No resultó el binomio, se quedó solo Sanhueza, y como tampoco atinó, armaron otra dupla: Francisco Platko y el propio Sanhueza.
Al húngaro después lo dejaron como único DT, pero a poco del inicio de la Copa del Mundo -a la cual Chile se clasificó por el retiro de Argentina del grupo eliminatorio-, lo despidieron. Asumió Alberto Buccicardi, de la Católica. Armó el equipo con muchos jugadores cruzados (Livingstone, Álvarez, Carvallo, Prieto, Riera) y un desconocido que ni hablaba bien el español (Robledo), pese a las críticas de la prensa y de los hinchas. Y acertó. Buccicardi apostó a lo que creía, a lo que conocía y no a lo que a otros les parecía.
Chile tuvo una digna participación en el Mundial de 1950 y daba para pensar que, a partir de ahí, la escuadra nacional comenzaría su despegue en serio a nivel internacional. De hecho, el propio presidente de la FIFA, Jules Rimet dijo, tras esa Copa del Mundo de Brasil, que "jugando como lo han hecho, los chilenos perfectamente pudieron haber sido finalistas".
Pero no hubo una línea de trabajo coherente. Por el contrario, pese a que hubo "veranitos" en el Panamericano de 1952 y en el Sudamericano de 1955 (fue subcampeón en ambas instancias), comenzó una sostenida baja reflejada en los dos procesos eliminatorios que siguieron: a Suiza 1954 (eliminado con cero punto) y a Suecia 1958 (donde quedó fuera tras ganar solo un partido en el grupo con Argentina y Bolivia).
A eso hay que sumar que el esperado proceso de despegue se vio también empañado por hechos de indisciplina como los acontecidos en el Sudamericano de Lima en 1957, donde todos los jugadores del plantel fueron sancionados, tres de ellos a perpetuidad (Misael Escuti, Carlos Cubillos y Ramiro Cortés).
Fue ese hecho negativo lo que impulsó el recambio. La urgencia de ser buen anfitrión en el Mundial de 1962 fue el acicate para que se impulsara un real y estructurado plan de trabajo que, encabezado por el DT Fernando Riera (quien nunca había dirigido en el país y que por muchos era visto como incapaz de liderar a una selección), logró conformar un plantel con mucha gente joven y, lo más importante, ganador.
No. No hay que temerles a los entrenadores sin "roce" ni medallas. No hay que tenerle miedo a apostar por jugadores sin experiencia. No hay que olvidar la historia.
Por acá nos va mejor cuando nos levantamos del suelo. No cuando sentimos que estamos en la cima.