Espontaneidad y proteccionismo
"Ante el vencimiento de nuestra legislación de aranceles, una revisión se debería basar en la política de protección, resistiendo el egoísmo que deviene en codicia, sino que siempre debe estar preocupada de esa productividad interna que es la fuente de toda posible buena fortuna
"Ante el vencimiento de nuestra legislación de aranceles, una revisión se debería basar en la política de protección, resistiendo el egoísmo que deviene en codicia, sino que siempre debe estar preocupada de esa productividad interna que es la fuente de toda posible buena fortuna. Estamos de acuerdo en que no se puede vender a menos que compremos, pero la capacidad de vender se basa en el desarrollo interno y en el cuidado del mercado interno. No hay mucho sentimiento en el comercio del mundo. El comercio puede y debe ser honorable, pero no conoce la caridad (...)".
¿Palabras de Trump? No, sino de un antecesor suyo, aunque dichas en tono menos beligerante y encono que las del Washington de hoy: el republicano Warren Harding, en un mensaje al Congreso de EE.UU., en 1921. En otra parte dice que "los negocios de Estados Unidos son los negocios", visión de sí misma de una parte de ese país que es como marca de fábrica, aunque por cierto no sea todo el país. Los imperativos del siglo XX obligaron a reformular esta idea, que era una versión rudamente economicista de la sociedad humana, y que representa una inclinación muy fuerte, aunque no necesariamente mayoritaria, de la historia de ese país.
Harding culminó una tendencia de intensificación del proteccionismo, antesala y a la vez combustible de la Gran Depresión de 1929, a pesar de que los economistas y una parte considerable del público culto lo consideraban dañino. Fueron años de caída del comercio internacional y pusieron su cuota de aderezo en el origen de la Segunda Guerra Mundial. La administración del segundo Roosevelt promovió una liberalización progresiva del comercio internacional ya en los 1930. Revivía la fe -con toque de ingenuidad- de los manchesterianos en que el comercio libre traía la paz. El orden económico después de 1945 ha proporcionado a la economía mundial liderada por EE.UU. una interrelación extraordinaria en comparación con la historia humana, lo que se acentuó después del fin de la Guerra Fría. El crecimiento que siguió parecía otro salto cualitativo como el que había existido en las dos décadas antes de 1914, o en las que siguieron a la guerra de 1939. Mal que mal, ese país, que en su historia moderna ha tenido en términos comparativos la economía más abierta de todas, ha dado rienda suelta a un proteccionismo con toques primitivistas.
La pugna o debate entre la espontaneidad del mercado internacional frente a la regulación o el aislamiento, siempre relativo, cruza la historia humana. Incluso se la podría proyectar a los milenios de la sociedad arcaica (prehistórica), y solo adquiere racionalización más extendida con la modernidad y la formulación de la teoría económica. A esto hay que añadirle otra consideración. Las grandes civilizaciones en parte lo fueron porque en su seno, o en su alrededor, se formaba un comercio al amparo de un orden político que hoy llamaríamos internacional, una actividad que surgía libremente de la producción e intercambio. Nunca dejó de haber constreñimientos a esta actividad, y siempre se daba una tensión. Con todo, este libre comercio constituyó una constante del desarrollo de las civilizaciones, de manera que el fenómeno de la "apertura de mercados" no es un artilugio de lo que se llama neoliberalismo, sino la renovación en el contexto moderno de una tendencia que ayudó a construir la sociedad humana.
Es por ello que la tendencia a jugarse por un crudo mercantilismo podrá provisoriamente tener algún resultado espectacular, por el poder de una potencia y economía colosales, mas no durará demasiado. Inevitablemente erosionará su estructura y creatividad más íntimas.