La lección de Edgardo
Su empeño fue siempre remover obstáculos para que la vida fluyera con mayor libertad, ya fueran las personas, la cultura, la política, la economía o los estilos de vida.
Invitados por la rectora Devés y su hija Iris, un grupo de amigos, colaboradores y discípulos nos reunimos esta semana en el salón de honor de la Universidad de Chile para recordar a Edgardo Boeninger (1925-2009) en el centenario de su nacimiento.
En la ocasión, el Presidente Frei y otros oradores pusieron de relieve su rol como rector de la Casa de Bello en momentos críticos para el país (1969-1973), así como su papel como estratega de la oposición a la dictadura y de la transición democrática. Valoraron, de paso, su escepticismo frente a dogmas y modelos, su porfiada búsqueda de soluciones intermedias o parciales pero viables, y su virtuosismo como arquitecto de políticas públicas basadas en la escucha, la negociación y la persistencia; todo esto, unido a una rebosante humanidad y sencillez.
Recordé entonces la vez en que mi amiga Margarita Serrano me pidió que intercediera para que Edgardo aceptara hacer un libro sobre su vida. Pensé que sería imposible convencerlo. Quienes lo conocíamos sabíamos de su personalidad lúcida y rigurosa, y al mismo tiempo lúdica y relajada, siempre atravesada por una vocación proverbial de pasar inadvertido. Cumplí con lo solicitado, y me respondió lo que presumía: que no entendía qué interés podía despertar su vida. Sin embargo, agregó, para mi sorpresa, que tratándose de Margarita estaba dispuesto a probar: había pasado por alto que, antes que todo, era un hombre galante.
A pesar de su reticencia, Margarita logró que hablara de su dura infancia en el barrio Brasil, de sus múltiples pasos por la universidad -obtuvo dos grados, ingeniería y economía-, de sus amores y amistades juveniles, y de su primer trabajo en la Municipalidad de Santiago, donde llegó a ser director de Tránsito. El libro pasa revista también a sus dimensiones públicas más conocidas: la mencionada rectoría de la Universidad de Chile; la creación del Grupo de los 24 junto a Patricio Aylwin y, más tarde, del Centro de Estudios del Desarrollo (CED), con Gabriel Valdés; la búsqueda de una convergencia política amplia para derrotar a Pinochet en el plebiscito; y su papel en La Moneda y, más adelante, en el Senado.
Más que una biografía, lo que surge de este itinerario es el retrato de una época, con Boeninger como uno de sus protagonistas decisivos. Su figura encarnó, como pocas, la relación virtuosa entre técnica y política, el enfoque interdisciplinario, la mirada comparada y el diálogo racional, ajeno al simplismo de los eslóganes. A ello se sumaba un tenaz espíritu libertario, redes de amistad sin fronteras ideológicas ni generacionales, y una cultura omnicomprensiva, alimentada de lecturas, viajes y conversaciones diversas. También una capacidad sorprendente para pasar de un tema a otro con la sola mediación de mojarse la cara, una jovialidad y un buen humor capaces de hacerlo estallar en carcajadas en cualquier momento, y una inclaudicable pasión por la hípica, el tenis en TV y el baile, siempre acompañado de su querida Martita.
Cuando el libro estuvo finalizado, Margarita me pidió ideas para el título. Lo primero que me vino a la mente fue Director de Tránsito. Edgardo -argumenté- nunca dejó de ser aquel director de tránsito de su juventud: su empeño fue siempre remover obstáculos para que la vida fluyera con mayor libertad, ya fueran las personas, la cultura, la política, la economía o los estilos de vida. De ahí que pudiera ser considerado el ingeniero de la transición democrática y, en gran medida, del Chile que hoy habitamos. Mi propuesta fue, obviamente, descartada por pedestre y poco comercial. Finalmente, el libro llevó como título una bella sentencia que lo identificaba plenamente: Igual libertad.
Se puede pensar en grande, pacificar y transformar un país, y al mismo tiempo vivir con ligereza y alegría. Esa fue la lección de Edgardo.