Miércoles, 10 de Septiembre de 2025

Es argentina, aprendió ruso por un hecho fortuito y lo plasmó en un notable libro premiado en Latinoamérica

UruguayEl País, Uruguay 10 de septiembre de 2025

La argentina Marina Berri ganó el Premio de No Ficción Latinoamérica Independiente por "Alfabeto ruso", segunda entrega de una trilogía sobre la cultura rusa, y dialogó con El País sobre el libro.

Marina Berri aprendió ruso casi por azar y convirtió ese impulso en literatura. La argentina acaba de publicar Alfabeto ruso, notable segundo volumen de una trilogía dedicada al gigante transcontinental. Cada letra del alfabeto cirílico es el punto de partida de un ensayo que conecta literatura, cine, pintura y dibujos animados. Incluso publicidades, dichos populares y envoltorios de golosinas se vuelven pasajes hacia un país tan vasto e inagotable como su historia.

El libro se lanzó en Uruguay a través de Criatura Editora (cuesta 890 pesos) y ganó el Premio de No Ficción Latinoamérica Independiente, impulsado por un colectivo de nueve editoriales del continente. Gracias a este reconocimiento, Alfabeto ruso ya circula en países como Brasil, Colombia y Ecuador, y pronto tendrá dos ediciones en España: una en castellano y otra en catalán.

Berri, doctora en Lingüística y magíster en Elaboración de diccionarios y control de calidad del léxico español, se enamoró de la cultura rusa en su adolescencia. Leía a Tolstói, Pushkin y Dostoievski, fascinada por las tramas y los paisajes de finales del siglo XIX. Años después, un viaje a Perú para un congreso de lingüística cambiaría su rumbo de manera inesperada: mientras hojeaba un libro de Maupassant en francés en un ómnibus, un dentista ruso le sacó charla.

"¿Por qué no aprendés ruso?", le dijo al pasar. Berri tenía 27 años y ya hablaba inglés, francés e italiano, pero esa frase encendió algo en ella. "No se me había ocurrido", relata ahora a El País, durante su paso fugaz por Montevideo para presentar Alfabeto ruso. "Uno está en su cajita y capaz no se da cuenta de que puede hacerlo. Aprender el idioma cambió todo: no solo mi escritura, también conocí a mi pareja, porque los dos estudiábamos ruso con una amiga".

Esa elección también se extendió a sus hijos, Milo y Gabriel, que aprendieron ruso en jardines de infantes de Buenos Aires. "Están en contacto con las dos culturas", cuenta.


Aprender ruso no solo transformó su vida, sino también su escritura. Berri, que trabajó en colosales proyectos como Diccionario integral del español de la Argentina y recibió varios premios por sus cuentos, encontró en su experiencia una forma de quebrar el bloqueo creativo. Un taller con el autor argentino Eduardo Abel Giménez le cambió la mirada: la escritura no tenía que ser perfecta ni estar destinada a publicarse.

Empezó a tomar anotaciones de su día a día como ejercicio, y entonces las palabras en ruso, los apuntes y las reflexiones en torno a sus clases se convirtieron en combustible creativo. Así nació Diccionario de ruso (2020), escrito en sus tiempos libres tras el nacimiento de su primer hijo. El libro funciona como una especie de diario donde se entrelazan reflexiones y apuntes sobre el desafío de aprender un idioma tan lejano.

Berri, que tradujo La pulsera de granates (Aleksandr Kuprín) y es una de las fundadoras de la Sociedad Argentina Dostoievski, ya había entrelazado su costado como cuentista y su pasión por el ruso en 2015 con el cuento "Proyecto Gógol". Pero fue con Moscú que ya no existe (2023) que se animó a dedicarle toda una novela, finalista del Premio Hebe Uhart de Novela y disponible para descargar gratis en la web de Ediciones Bonaerenses.


El entusiasmo por la libertad creativa que descubrió en Diccionario de ruso la llevó a un nuevo desafío. La idea de Alfabeto ruso surgió de un apunte que había quedado de aquel libro anterior: una nota con una sola palabra, "abecedario". Esta vez decidió estructurar el libro como un ensayo breve "ensayos-paseo", los llama por cada letra del alfabeto cirílico. Cuatro de ellos se publicaron en la revista digital La forma breve, pero le quedaba mucho material inédito. Entonces topó con la convocatoria de la tercera edición del Premio de No Ficción Latinoamérica Independiente y, como en aquella charla improvisada en el ómnibus de Perú, algo se encendió.

"Cuando leí que el premio era para 'crónicas, ensayos y géneros híbridos', dije: 'Es acá'", relata. Para cumplir con los requisitos amplió el proyecto. "Así que escribí ensayos basados en las mayúsculas. Fui feliz 33 veces más", asegura, con una carcajada. "Alfabeto ruso es el libro que más disfruté escribir".

Y ese entusiasmo se contagió al jurado del premio entre ellos, la uruguaya Rosario Lázaro Igoa, le otorgó el galardón por unanimidad. El fallo destaca "la originalidad y valentía de una obra que, en una coyuntura en que las circunstancias nos alejan de Rusia, tiende un puente hacia un mundo distante sin claudicar ante la extrañeza".


En ese sentido, Alfabeto ruso tiene un rol clave: es un recordatorio de que Rusia es mucho más que la guerra con Ucrania. Es una celebración de uno de los legados culturales más ricos e influyentes, y de un país que condensa tantas singularidades e historias como un solo continente. "A través de la lectura, podés estar en una especie de Rusia, mientras estás leyendo. Es como Rusia desde casa", destaca.

Cada letra es un disparador para un breve ensayo en el que Berri no solo entrelaza disciplinas artísticas, sino que explora su trabajo como doctora en Lingüística para abordar como hizo en Diccionario de ruso las complejidades que rodean al idioma. "El idioma es una llave, pero también una traba. Te obliga a detenerte en cada palabra, a investigar y a pensar", cuenta. "Mi perspectiva como extranjera es distinta y esa diferencia me interesó. Fue un choque constante con una pared que me empujaba a buscar otros costados".

Hoy, mientras piensa en Atlas de ruso que cerrará la trilogía y recorre Latinoamérica presentando su nuevo libro, Berri resume uno de sus mayores aprendizajes: "Descubrí que esta es mi mirada, la que duda, la que tiene errores, la que se pregunta dónde va el acento y que ve películas y lee libros para escribir. Y esa libertad me hace muy feliz".

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