El carnaval de los ‘candidazos’
La política colombiana parece un reality show interminable y poco divertido, en el que cada semana aparece un nuevo aspirante presidencial convencido de que nació para salvar al país
La política colombiana parece un reality show interminable y poco divertido, en el que cada semana aparece un nuevo aspirante presidencial convencido de que nació para salvar al país. La oposición, lejos de organizarse, se ha convertido en un carnaval no de candidatos, sino de candidazos; más preocupados por figurar que por proponer. Sin embargo, no deberíamos sorprendernos; pues este fenómeno, en buena medida, se debe a la informalidad en que vivimos. En un país donde florecen iglesias de garaje, universidades de garaje y hasta clínicas de garaje, es lógico que tengamos partidos políticos de garaje. Antes, los viejos partidos -con todos sus vicios, sus caciques y sus barones electorales- ejercían cierto control: definían quién podía aspirar y quién no. Hoy, como ese filtro no existe, bastan un puñado de firmas, un patrocinador fantasma, un logo prefabricado y un par de hashtags para ir tras las llaves de la Casa de Nariño. El resultado es un desfile absurdo de personajes improvisados o pintorescos -por no decir patéticos- que ocupan curules, alcaldías y gobernaciones, o que se apuntan en la lista de presidenciables. Su única credencial: declararse antipetristas. Como si con gritar "¡Fuera Petro!" alcanzara para gobernar este país. Que Gustavo Petro ha fallado, nadie lo discute: en seguridad, en salud, en educación, en expectativas juveniles. Pero la oposición parece creer que solo con señalar sus errores van a ganarse el favor del electorado. No entienden que el antipetrismo per se no llena neveras, ni arregla hospitales ni crea cupos escolares. Menos aún cuando su estrategia consiste en vender fatalismo, al pintar al país como un infierno, donde todo está perdido y el desastre está a la vuelta de la esquina. No se dan cuenta de que Colombia, aunque golpeada, no es la catástrofe que describen. En cañadas más oscuras nos ha cogido la noche. El discurso del "esto se acabó" puede servir para encender Twitter, pero no para convocar a millones de ciudadanos decepcionados, a los que no se les plantea una sola solución viable. Peor aún: si insistimos en pregonar que esto se lo llevó el diablo, ¡se lo lleva el diablo! El espejo de Venezuela debería servirnos de advertencia. Es verdad que Nicolás Maduro se robó las elecciones de 2024, pero también es cierto que la oposición nunca ha tenido generosidad ni cohesión. El resultado: un dictador atornillado y una oposición irrelevante. En Colombia, la oposición parece seguir el mismo camino, y hoy está atomizada, ensimismada y más preocupada por el "yo" que por el "nosotros". Lo urgente, en todo caso, no es encontrar un candidato, sino un propósito. El próximo presidente va a recibir un país descuadernado, y su primera tarea será convocar a la unidad, con Petro en la oposición, dedicado a su deporte favorito: incendiar la plaza pública. Ese reto no es para otro caudillo con labia, sino para un líder con experiencia, con los pies en la tierra, capaz de tender puentes y con un programa de gobierno claro y estructurado. Pero eso no es todo: también se necesita contar con un Congreso sólido que funcione como talanquera contra los extremismos, de derecha y de izquierda, que no dudarán en desafiar la institucionalidad. Sin ese respaldo legislativo, cualquier presidente quedará maniatado. Así las cosas, la oposición debería concentrarse en armar un plan y ofrecer un abanico de candidatos idóneos que lo puedan ejecutar. Para ello será necesario dejar de lado los egos desmedidos, las ambiciones personalistas y las disputas mezquinas. De lo contrario, corremos el riesgo de repetir el libreto de 2022, cuando quedamos condenados a escoger entre dos opciones nefastas. Y en política, como en la vida, cuando uno elige entre males mayores y menores, el resultado suele ser fatídico. puntoyaparte@vladdo.com
Punto y aparte
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