Miércoles, 17 de Septiembre de 2025

No enseña a pensar ni a resolver: las consecuencias de poner en penitencia a los chicos

ArgentinaLa Nación, Argentina 9 de septiembre de 2025

Las consecuencias no se imponen desde el enojo, se acompañan desde la calma ¿Por qué hoy hablamos de imponer consecuencias a los temas de conducta en lugar de castigos o penitencias? Detrás de ese cambio de palabras hay un importante cambio de actitud

Las consecuencias no se imponen desde el enojo, se acompañan desde la calma



¿Por qué hoy hablamos de imponer consecuencias a los temas de conducta en lugar de castigos o penitencias? Detrás de ese cambio de palabras hay un importante cambio de actitud . Los adultos regimos nuestra conducta según los dictados de nuestra conciencia moral y también tenemos en cuenta las eventuales consecuencias de nuestras decisiones : si no me tomo el tiempo de ponerle nafta al auto, podría quedarme sin combustible. Si no me cuido en los gastos, no llego a fin de mes.

Nuestros niños y adolescentes también tienen que construir a nuestro lado su propia conciencia moral, aprender que sus conductas tienen consecuencias y tomar decisiones con base en esas posibles consecuencias. Si tira agua afuera de la bañadera, mamá lo saca del agua; si no hace bien la tarea va a tener que rehacerla. El ir entendiendo y haciéndose cargo de las consecuencias de sus decisiones les permite empezar a mirar hacia adentro de ellos y pensar lo que les conviene o lo que prefieren en lugar de mirar hacia afuera con miedo y buscando evitar el castigo .

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Mientras son chiquitos están cerca de nosotros y podríamos resolver por ellos y evitarles los errores, incluso salvarlos cuando los cometen. Pero cuando crecen ya no están cerca y papá y mamá no pueden evitarles las consecuencias de sus decisiones, por lo que es fundamental que hayan aprendido que estas traen consecuencias . También a sopesar alternativas, a pagar el costo de sus equivocaciones, a evaluar fuentes de información, a no dejarse llevar por sus amigos o por piedritas de colores que se les ofrecen a cada paso…

Desde muy chiquitos van descubriendo, por ejemplo, que si le muerden el pecho a su mamá, ella los saca. No es una penitencia, pero le duele y sin siquiera pensarlo aparta la boca del bebé, quien en dos o tres experiencias parecidas deja de morderla. O tira un juguete de la cuna y se queda sin él porque no hay nadie cerca que pueda alcanzárselo en ese momento, o nos pega cuando lo tenemos alzado y lo ponemos en el suelo. Con tranquilidad y parsimonia, y preferentemente sin (tanto) enojo, vamos ayudándolos a entender que el mundo tiene reglas y que sus decisiones y acciones tienen consecuencias.

Obviamente en algunas situaciones no podemos dejarlos decidir y equivocarse: en temas de riesgo o en cuestiones de salud, de seguridad, de ética o cuando la decisión de nuestro hijo afecte el bienestar de la familia. En esos casos vamos a ocuparnos de impedir algunas conductas y de lograr otras, "ejerciendo" como yo-auxiliares para ellos, complementándolos en su falta de voluntad o de experiencia, mientras ellos no pueden hacerlo .

La conciencia moral

Los que hoy somos adultos probablemente hayamos aprendido en la infancia a regular nuestra conducta por las amenazas de castigos y penitencias, ("te quedás sin cumpleaños el viernes"), la pérdida del amor de nuestros padres ("no me gustan los chicos desobedientes") o el miedo de dañarlos ("con todo lo que yo hago por vos no sos capaz de ayudarme"). Eran pautas adultas internalizadas en generaciones anteriores: arbitrarias, probablemente excesivas o injustas, enunciadas sin preaviso y en momentos de enojo, buscando que le doliera o asustara al hijo y lo llevara a obedecer. La clave no es que obedezcan por miedo, sino que aprendan a elegir con autonomía

Esas penitencias no enseñaban a pensar ni a resolver, sino a someterse o a rebelarse (aunque muy pocos se atrevían a hacerlo), o a buscar la forma de esconderse mejor para hacer lo que deseaban.

Hoy sabemos que el enojo, los gritos, las amenazas, los castigos y penitencias enunciadas de esa forma no fortalecen a los chicos , por eso preferimos buscar consecuencias que los ayuden a fortalecerse y a decidir.

¿Y por qué es mejor no gritar, ni amenazar? Porque a medida que crecen se va armando dentro de ellos (internalizando) la conciencia moral, heredera de los retos, reflexiones, prohibiciones y permisos de nuestros padres, con los que pueden mirar adentro suyo para ver lo adecuado de su conducta. Hasta los 5 o 6 años, esa conciencia moral es externa: hacen caso o se portan bien porque mamá los reta o porque papá se enoja.

De a poco se van internalizando esos mensajes hasta hacerse propios: no se pega, no se miente. De todos modos, a partir de esa edad muchas veces los padres seguimos siendo su "conciencia moral externa" cuando los estímulos son demasiado atractivos y/o les falta fortaleza o voluntad. Cuando cambiamos los castigos y penitencias por consecuencias, esa internalización de pautas va a ser protectora -no significa permisiva- y no sancionadora como es la conciencia moral de los adultos de hoy. No podemos ofrecerles a nuestros hijos un mejor regalo que esa internalización protectora de pautas que les va a permitir cuidarse bien y cuidar bien a los demás sin amenazas y que los va a acompañar durante su vida. La conciencia moral se construye de afuera hacia adentro: primero los límites, luego el criterio
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