De Jimmy a Nacho
Así de estrecha es la cornisa por la que camina todos los días la libertad de expresión.
Si el humor tiene contenido político, todo debería estar permitido. Esto suelen no entenderlo los censores de siempre y, aún más grave, no lo comprenden en absoluto los fanáticos islamistas. Vaya si lo padeció así el staff de la revista francesa Charlie Hebdo en 2015.
Ahora bien, cuando el humorista se burla de un muerto, la cosa es más compleja. Para algunos, no debería haber otra limitación a la libertad de expresión que la del ciudadano ofendido que aprieta el botón de su control remoto. Para otros, eso no es suficiente. Admito que tengo mis propias dudas al respecto. Hace unos años, cuando el argentino Roberto Pettinato aireaba su late night show Duro de acostar, en uno de sus graciosos monólogos hizo un chiste repugnante. Calificó a la selección argentina de fútbol que había perdido un partido en Chile, como "equipo de rugby uruguayo, porque se lo morfaron en la cordillera". Se estaba riendo del sufrimiento de mis amigos y de una tragedia que lloramos todos. Los sobrevivientes de los Andes han hecho bromas sobre aquel episodio, pero entiendo que solo a ellos puede estar permitido hacerlas.
Ahora fue Jimmy Kimmel, el popular presentador de la TV estadounidense, que hizo un mal chiste en relación al asesinato de Charlie Kirk. Los guionistas del programa, presionados por el tiempo y la necesidad de hacer reír a un público cómplice, le hicieron decir a cámara con una sonrisa que "durante el fin de semana, la pandilla de Make America Great Again (los trumpistas) trató de caracterizar al joven que asesinó a Charlie Kirk como cualquier cosa menos uno de los suyos, haciendo todo lo posible para sacar provecho político de ello".
El chiste es espantoso, porque si bien no se mofa del muerto, cuestiona más el provecho político que el gobierno sacaría del tema, que al homicidio en sí.
La administración Trump protestó por la tomadura de pelo y la cadena ABC, perteneciente al conglomerado Disney, levantó el programa del aire.
Lo que vino después fue lo esperado en estos casos: un aluvión de celebrities del cine y la TV salió en defensa del chistoso y, otra vez y como siempre, Disney echó para atrás y restableció el programa. Coincido con los Meryl Streep de este mundo (excelentes intérpretes que por su condición de tales creen que sus opiniones políticas merecen ser atendidas) en que el gobierno de Trump no debió presionar a la emisora. Pero me permito discrepar con el siempre previsiblemente aburrido biempensantismo de izquierda: cualquier empresa privada como Disney tiene todo el derecho del mundo de levantar los programas que quiera cuando así lo desee. Y si no, pregúntenle a nuestro canal 4, que apenas ganó el Frente Amplio, levantó del aire de un saque al programa Santo y Seña, donde Nacho Álvarez ejecutaba transgresiones bastante más moderadas que las de Jimmy Kimmel. O a Canal 12, cuando jubiló al gran periodista Néber Araújo una vez que ganó la izquierda por primera vez. "No sea nabo, Néber", ¿se acuerdan?
Pero así de estrecha es la cornisa por la que camina todos los días la libertad de expresión. Los trumpistas no te dejan pasar un chiste malo. Y del otro lado, los progres reclaman mucho free speech, pero ni se te ocurra hacer otro chiste que pueda ser calificado de racista o sexista, porque te cancelan.
Son los mismos que, cuando Hamás asesinó a 1.200 civiles de todas las edades que estaban bailando por la paz, se olvidaron de clamar en contra de un "genocidio". Triste.