Espiral cancelatoria
La violencia es la negación del adversario, y la cancelación, el paso que la precede.
El asesinato de Charlie Kirk, joven activista conservador, no solo conmocionó a la política estadounidense, sino que ha abierto un importante debate sobre la libertad de expresión. La violencia que acabó con su vida ha generado un cúmulo de reacciones que dan cuenta de la polarización en ese país. A las expresiones de dolor y rechazo al crimen, se sumaron también comentarios irónicos y hasta algunos justificatorios del asesinato o que sugerían una responsabilidad de la propia víctima por haber defendido los valores que profesaba. Reveladoras en algunos casos del doble estándar de quienes suelen atribuirse superioridad moral, esas expresiones también han puesto a prueba el compromiso de muchos con la libertad de expresión.
El caso más resonante fue el de Jimmy Kimmel, un conocido comediante y conductor de televisión que ironizó sobre la utilización política de la tragedia. Ello motivó una amenazante declaración por parte del presidente de la FCC, la Comisión Federal de Comunicaciones -designado por el Presidente Trump-, quien sugirió posibles represalias contra la cadena que emitía el programa de Kimmel. La estación anunció entonces la suspensión del espacio, lo que fue celebrado por Trump. Todo ello generó, a su vez, reacciones de apoyo a Kimmel y un fuerte debate. Y es que -sin desconocer el mal gusto y lo equívoco de los dichos del animador- hubo aquí una evidente presión de la autoridad, la que utilizó su posición para lograr sacar del aire a quien había emitido comentarios que le disgustaban. Por eso es que, más allá de las esperables denuncias de la izquierda, el caso también despertó preocupación en otros sectores e incluso una de las principales figuras del Partido Republicano, el senador Ted Cruz, señaló su desacuerdo con lo ocurrido y hasta afirmó que el presidente de la FCC había actuado como un mafioso. Frente a todo esto, la cadena finalmente resolvió reponer el programa de Kimmel.
Más allá del controvertido conductor, el episodio ilustra cómo la libertad de expresión se juega precisamente cuando involucra la emisión de opiniones que molestan y hieren sensibilidades. Durante mucho tiempo ha sido la llamada "nueva izquierda" la que, esgrimiendo un supuesto derecho a no ser ofendido, ha buscado censurar y sacar de la esfera pública a quienes sostienen -como el propio Kirk lo hacía- opiniones discrepantes. Académicos, artistas e intelectuales han visto destruidas sus carreras por apartarse de lo "políticamente correcto". Pero frente a ello parece haber emergido una contrarreacción en que muchos de quienes -con razón- denunciaban las prácticas cancelatorias de la izquierda, ahora las replican contra sus adversarios. Más grave aún es que esto sea alentado, desde el poder, por la administración Trump.
Defender la libertad de expresión implica tolerar la incomodidad, aceptar que otros digan lo que uno rechaza, y confiar en el diálogo antes que en la sanción. La muerte de Kirk debe ser un recordatorio de que la violencia es la negación del adversario, y la cancelación, el paso que la precede. Ninguna de las dos es compatible con una democracia sólida.