Por VÍCTOR FUENTESGerente de Políticas Públicas del IPE
En el Perú hemos confundido descentralización con una absurda obsesión por fraccionar el territorio
Por VÍCTOR FUENTESGerente de Políticas Públicas del IPE
En el Perú hemos confundido descentralización con una absurda obsesión por fraccionar el territorio. Una verdadera distritomanía. El resultado es un mapa administrativo atomizado: tres de cada cuatro distritos tienen menos de 10 mil habitantes. La comparación con Chile es brutal: allá, tres de cada cuatro comunas (equivalente a distritos) tienen más de 10 mil habitantes. Mientras en Chile gobiernan con economías de escala, en el Perú se hace lo que se puede con cascarones administrativos.
El absurdo se nota en el día a día. Más del 60% de las capitales distritales están a menos de media hora de otra capital. Es decir, cada pocos kilómetros tenemos un alcalde, un concejo y un presupuesto propio. Todo en tamaño miniatura, que abre más espacio para clientelismo y corrupción. En agregado, desde el 2001 se han creado 64 distritos nuevos y, según la PCM, existen 55 leyes que declaran de interés 149 distritos adicionales. El afán por más distritos haría pensar que el desarrollo depende de superar una meta mística de 2.000 distritos. En Chile, en contraste, llevan más de dos décadas con las mismas 346 comunas.
El ejemplo más reciente es Santa Rosa del Amazonas, en Loreto. Se anunció con entusiasmo patriótico frente a los desvaríos limítrofes del presidente Petro, pero difícilmente pasará de los titulares. Gestionar un distrito sin escala es administrar la escasez: fondos que no alcanzan para escuelas, postas o carreteras, pero sí para sostener burocracias locales y, por supuesto, alimentar clientelas.
Las consecuencias son reales: gestión pública más costosa, servicios básicos debilitados y obras de gran envergadura que nunca llegan. No es casualidad que el Perú comprometa 5,2% del PBI en inversión pública en el 2024 ?más que el promedio OCDE de 3,5%?, pero con resultados mediocres. Mucha inversión, poca eficiencia.Según un reciente reporte de la OCDE, los municipios pequeños y fragmentados suelen carecer de capacidades técnicas, por lo que se caracterizan por tener proyectos dispersos, funcionarios que rotan rápido y poco personal capacitado. Así, coordinar entre regiones y municipios se vuelve un rompecabezas sin piezas. La receta es clara: fortalecer capacidades locales, dar incentivos para consolidar municipios, ordenar responsabilidades. Pero aquí preferimos repartir alcaldías y, de manera similar, universidades públicas: el Congreso aprobó la creación de 22 nuevas universidades públicas.
Por supuesto, el problema de la descentralización ya no es solo el distrito que no puede recoger la basura. Ahora también es de autoridades locales que toman de rehén a un patrimonio mundial como Machu Picchu o un gran proyecto de inversión privada. Si bien la descentralización debía acercar el Estado al ciudadano, en la práctica multiplicó espacios de poder sin capacidad de gestión, pero con alto poder de negociación.
Una descentralización sin escala, sin institucionalidad y sin prioridades claras es otro nombre para el desgobierno. El Perú no necesita más distritos ni universidades de papel. Necesita gestión, eficiencia y rendición de cuentas. Todo lo demás es, literalmente, dividir hasta el absurdo.
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