Derrocar un imperio
Si la visa de entrada a Estados Unidos no fuera importante, no se estaría armando el escándalo que hemos visto durante los últimos días
Si la visa de entrada a Estados Unidos no fuera importante, no se estaría armando el escándalo que hemos visto durante los últimos días. Hay quienes dicen que no contar con ella no es el fin del mundo, y tienen razón, ¿pero qué necesidad? Si me dan a escoger, prefiero tenerla en el pasaporte; una de esas cosas que no sobran y que, al contrario, pueden ayudar. Por eso no se entiende que haya gente, empezando por el Presidente y siguiendo por varios de sus funcionarios, asegurando públicamente que es un orgullo que se la hayan revocado (o haber renunciado a ella). Pura actitud de rebelde sin causa, igual a la de un compañero del colegio que a los 16 decidió dejar de tomar Coca-Cola para "sabotear al Imperio", según decía. Porque Petro dice que se la quitaron por denunciar el genocidio en Gaza, lo cual es una verdad a medias (o sea, una mentira). No fue por lo que dijo en la ONU, sino por jugar al Capitán Planeta y plantarse megáfono en mano en una plaza neoyorquina a decirle al ejército estadounidense que desobedeciera las órdenes de su presidente. Petro puede tener la posición que quiera y hacérsela saber al mundo, pero sobraba el show, entre incendiario y temerario, hábilmente armado para quedar como héroe o mártir, que es lo que le gusta. Ya tiene entonces su foto y su declaración XXX, una excusa más para autoproclamarse antisistema, pero a qué costo, si, después de todo, él no pierde mucho con la situación: tiene la vida resuelta y, encima, pasaporte italiano a manera de respaldo. Pero ¿qué hay de los millones de colombianos que dependen del comercio entre ambos países, del turismo y de las remesas? De alguna manera, con sus actos se las está llevando por delante y poco o nada parece importarle porque, una vez más, él se cree el Estado y más, el vocero de millones de seres humanos. Y como esto es un tema de bandos, están también los que festejan la decisión de Estados Unidos, como si en todo este asunto hubiera algo que celebrar, gesto que de paso confirma que, hacia donde se mire, estamos rodeados de cretinos. Y en contra de ellos, los seguidores del mandatario que, con júbilo, expresan que quedarse sin visa es lo mejor que puede pasarle a alguien porque, entre otras cosas, el país norteamericano es déspota y no tiene cultura. Uno de Estados Unidos puede decir que ha pasado por encima de muchos con tal de obtener lo que quiere, desde tirar dos bombas atómicas (aunque fuera en el contexto de una gran guerra) hasta intervenir en países con fines políticos y económicos, pero afirmar que su cultura es una basura, o que carece de ella, no es solo injusto, sino equivocado. Como todo gran imperio (Egipto, Roma, España, el Reino Unido), es capaz de lo mejor y de lo peor, desde películas, música y comida desechable hasta artistas, filósofos, científicos y escritores brillantes, un país creador de tendencias de toda índole que el resto del mundo sigue, aunque no quiera. Y, encima, está su geografía. Casi del tamaño de Europa, el país tiene playas y volcanes, desiertos y nieve, ríos, reservas naturales y varias de las ciudades más increíbles que se han construido. Estados Unidos es bello y, además, da un poco de miedo. Yo llevo veinticinco años yendo sin problema, y aunque lo disfruto siempre me da temor cruzarme con un loco, caer en una balacera o verme involucrado en una de esas situaciones absurdas que terminan en un tiempo en prisión. Suena exagerado, pero puede pasar, basta con ver las noticias locales. Pero vale la pena conocerlo de todas maneras, así que es mejor tener la visa que carecer de ella, ya luego uno verá si viaja, o no. No se entiende entonces que haya gente renunciando a ella, y más por un político, más ahora que, según me cuentan, su precio subió de 185 a 435 dólares, dos veces y medio su valor anterior. Ganas de botar la plata, si me preguntan, además de la fascinación adolescente por lucir rebelde.
Es mejor tener la visa
Adolfo Zableh Durán