Dos años
Los hogares de kibutz incinerados, las escenas dantescas y los cuerpos hallados en carreteras cercanas a Gaza son testimonios que exigen, al menos, palabras de condena sin matices.
El 7 de octubre de 2023 marcó, para la sociedad de Israel y para los judíos en general, una herida que todavía no cicatriza. En una mañana que coincidía con una fecha de honda carga simbólica -Simjat Torá -, militantes de Hamás y grupos armados afines perpetraron un ataque masivo que dejó alrededor de 1.200 muertos y 251 secuestrados.
Fue, según todas las investigaciones independientes, una agresión planificada con anterioridad, ejecutada con brutalidad: incursiones por tierra, asaltos a festivales y kibutzim, quema de viviendas, asesinatos de civiles, violencia sexual, secuestros y saqueos. Informes de Human Rights Watch y de una comisión internacional de la ONU documentaron crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. Esa realidad objetiva, comprobada por organismos independientes, demanda una mínima respuesta moral y política de quienes forman parte de la comunidad internacional y de gobiernos que proclaman defensa de los derechos humanos.
En Uruguay, sin embargo, constatamos una sorprendente falta de empatía oficial hacia el sufrimiento de la sociedad israelí. El Frente Amplio como partido, pero también el gobierno, más proclive a lecturas sesgadas y a priorizar narrativas identitarias que conecten con ciertos electorados, ha mostrado una miopía moral difícil de comprender. Empatizar con el sufrimiento del pueblo de Gaza no puede implicar ni por un minuto no reconocer con claridad y contundencia el carácter criminal de un acto de terrorismo contra civiles. Es preocupante la indefinición o la equidistancia frente a la brutalidad sufrida por víctimas que no sólo fueron asesinadas, sino humilladas y sometidas a violencia sexual. Los hogares de kibutz incinerados, las escenas dantescas y los cuerpos hallados en carreteras cercanas a Gaza son testimonios que exigen, al menos, palabras de condena sin matices.
Empatía no es sinónimo de aprobación de las políticas del Estado israelí. Tener empatía hacia quienes sufrieron los atentados que iniciaron este conflicto no implica ni por un minuto tener que respaldar las acciones que hoy siguen teniendo lugar en Gaza. Es, simplemente, la capacidad de reconocer todo el sufrimiento humano cuando se constata de forma evidente. Ignorar o relativizar las atrocidades cometidas el 7 de octubre equivale a negarle visibilidad moral a las víctimas israelíes -civiles, jóvenes en un festival, familias en sus hogares- y a sus familiares que reclaman que les devuelvan a sus hijos, o al menos sus cuerpos.
El antisemitismo existe y en Uruguay hay gente que se está acostumbrando a cosas que no debería. Naturalizamos que el gobierno cerrara una oficina de innovación de ANII en una de las mejores universidades del mundo por estar en Jerusalén, que se acosen niños en la puerta de su colegio por ser judíos o que el Frente Amplio convoque a una manifestación en contra de Israel, justo cuando recién conmemoramos el segundo aniversario del 7 de octubre. Criticar a Netanyahu y tener empatía con el sufrimiento del pueblo judío es perfectamente posible. Ese equilibrio no es una proeza retórica imposible, es la mínima integridad que cabe esperar de una fuerza política comprometida con la dignidad humana.
El Frente Amplio, y el gobierno, parece olvidar algo muy básico. Israel puede tener un buen o un mal gobierno, pero allí hay una sociedad abierta, libertad de prensa para criticar al gobierno y libertad de reunión para manifestar el rechazo a este. La sociedad israelí vive al lado de un territorio gobernado por un grupo terrorista que los quiere exterminar, este objetivo está explícitamente declarado. También tiene vecinos que quieren lo mismo, es un pueblo perseguido que construyó una nación para intentar estar seguros. En términos políticos, el Frente Amplio debería retomar la senda de la coherencia: condenar sin ambages los actos terroristas que mataron y secuestraron a civiles israelíes.
Uruguay puede y debe ser un actor que defienda la dignidad humana universal, sin miopía. Dejarse llevar por los grupos radicales, sin ningún atisbo de equidistancia y empatía con un gran pueblo amigo de nuestro país que fue el que sufrió la primera brutal agresión que inició todo esto es una mala cosa. Uruguay tiene una tradición de condena al terrorismo y defensa de la democracia liberal que bien nos convendría no descuidar.
Ojalá muy pronto la población de Gaza pueda liberarse del yugo de Hamás, y la sociedad israelí empezar a dejar atrás la marca del 7 de octubre.