Lo mío, ¿lo cuido?
El contraste entre la campaña de la Subdere y lo que pasó hace seis años es inocultable.
"Lo mío, lo cuido" es el nombre de la campaña comunicacional que despliega por estos días la Subsecretaría de Desarrollo Regional. Pieza central es un spot de pulida factura, el que informa sobre las inversiones efectuadas por esa repartición ($320.554 millones) en la recuperación de espacios públicos. Todo esto, al tiempo que se muestran idílicas imágenes: niños haciendo deporte en una multicancha, abuelos jugando ajedrez en una plaza o una pareja de jóvenes besándose en una banca. El mensaje final, inobjetable, es un llamado a cuidar esos lugares, porque "el espacio público guarda nuestra memoria, respira nuestro presente y sueña nuestro futuro".
Llama la atención, sin embargo, que una campaña así se difunda a pocos días de que se cumplan seis años desde el estallido de octubre de 2019, una fecha que resulta emblemática de la destrucción y el ensañamiento contra ese espacio público que hoy se quiere reivindicar, y cuyas graves consecuencias se siguen observando en nuestras ciudades. En efecto, pese al optimismo y aun complacencia que transmite la campaña de la Subdere, la situación en esta materia dista de ser satisfactoria. Pedestales que permanecen sin sus estatuas, edificios históricos destruidos o severamente dañados, esculturas vandalizadas y barrios enteros sumidos en la decadencia siguen siendo parte del paisaje urbano en demasiados lugares como para poder dar vuelta la hoja. La reciente polémica a propósito de la última Bienal de Arquitectura, que tuvo como uno de sus escenarios las ruinas de la iglesia San Francisco de Borja, bien ilustra la situación. Y, por cierto, contrasta con las bellas imágenes del spot de la Subdere.
Pero hay también otro contraste no menos notorio. No puede sino aplaudirse que el Gobierno llame a los ciudadanos a cuidar el espacio público, pero inevitable es recordar la completa indiferencia hacia esos mismos espacios que hace seis años mostraban quienes hoy son oficialismo. Entonces, quien se atreviera a levantar la voz para advertir de cómo se estaba destruyendo el patrimonio urbano era denostado por "andar preocupado de cosas"; mientras, se ensalzaba y homenajeaba a la Primera Línea, agentes directos del vandalismo. Incluso el diputado Gabriel Boric defendía por esos días la legitimidad de las barricadas como "expresión de resistencia"; luego, en su primer año como Presidente, cumpliría la promesa de indultar a presos de "la revuelta", incluidos algunos de los condenados por vandalizar las ciudades.
Quien tal vez mejor resumió el espíritu de hace un lustro fue la entonces presidenta de Revolución Democrática, uno de los grupos que confluyeron en el Frente Amplio, cuando, a raíz de un supuesto caso de abuso policial -luego la justicia estableció contundentemente que no había sido tal-, exclamó con rabia: "!Cómo no quieren que lo quememos todo¡", cual si su indignación moral pudiera justificar cualquier conducta. Que ese mismo sector político hoy afirme que "lo mío, lo cuido" bien podría calificarse como todo un avance. Uno, ahora sí, verdaderamente "civilizatorio". Solo cabe esperar que tal avance obedezca a una convicción genuina y no al oportunismo, de modo que este nuevo compromiso con el espacio público se proyecte en el tiempo, incluso si quienes hoy lo proclaman dejan de ser gobierno.