El guayabo de Kendrick
El 27 de septiembre, a las nueve de la noche, estaba en una fila interminable entre la multitud cuando por un megáfono se anunció la noticia: el concierto de Kendrick Lamar había sido cancelado
El 27 de septiembre, a las nueve de la noche, estaba en una fila interminable entre la multitud cuando por un megáfono se anunció la noticia: el concierto de Kendrick Lamar había sido cancelado. Uno de los gigantes de la música global, un artista que ha merecido incluso un Pulitzer por su contribución a la literatura, por su fuerza poética y narrativa, no se presentaría. Las explicaciones eran escasas y vagas; la confusión, inmensa. Pero, más que la información, lo que calaba era el sentimiento colectivo de decepción: una marea de emociones se extendía entre rostros incrédulos y corazones frustrados. Recordé entonces el 2022, cuando tuve la fortuna de verlo en el Estéreo Picnic. Fueron dos horas memorables: como fan agradecida, canté cada himno que me ha acompañado por más de una década. En ese escenario, lo vi caminar con la serenidad de quien pisa su hogar, vestido con un concepto visual que evocaba la cultura japonesa: un samurái contemporáneo, entre tonos rojos y negros. Pensar en volver a vivir algo así, ahora en un escenario más grande, me llenaba de entusiasmo. Llegué a las siete, con mi boleta VIP y la ilusión intacta, ansiosa por disfrutar del espectáculo. Pero el ambiente pronto se tornó sombrío. Mi sobrino, que había llegado desde las cuatro, me advirtió: "No hay música de fondo". Era una señal inquietante. La fila no avanzaba, y a mi alrededor se mezclaban acentos y nacionalidades -Panamá, Ecuador, Perú, Medellín, Cali- unidos por una misma nostalgia anticipada. Todos compartíamos anécdotas y esperanzas; emocionados por videos del tour de Kendrick por Europa y de su reciente concierto en Ciudad de México, nunca imaginamos estar viviendo el preludio de una gran desilusión. Mientras caminábamos sin rumbo, intentando entender lo ocurrido, escuché a una persona mayor decir: "Mejor prevenir que lamentar". Pero una joven, con la voz entre el enojo y la tristeza, replicó: "Ojalá lo hubieran preparado bien". Ahí estaba el dilema: la prudencia del adulto frente a la pasión de la juventud. Como diría Junior Zamora, otro de nuestros grandes artistas -y seguidor declarado de Kendrick-, ser fan es muy duro. Kendrick Lamar no es solo un artista; es un poeta, un cronista y un sociólogo. Sus letras son un espejo donde lo cotidiano se transforma en análisis universal: hablan del barrio, pero también del mundo. Su poesía cuestiona sistemas, reivindica luchas y da voz a los marginados. Nunca olvidaré su impactante presentación en los Grammy, esposado junto a otros hombres negros y latinos: una declaración frontal sobre el encarcelamiento masivo. Su música nos invita a reflexionar sobre la vida, la justicia y la dignidad, como en el conmovedor homenaje a Trayvon Martin. También recuerdo su actuación en los BET Awards junto a Beyoncé, interpretando Freedom en un escenario inundado. Allí el arte se convirtió en denuncia, sin perder belleza ni potencia escénica. O su presentación en el Super Bowl, recordándonos que el entretenimiento puede y debe tener profundidad. Que el fondo también moviliza. Como fan del hiphop, he seguido su obra con admiración y gratitud. Ver los conciertos apoteósicos en São Paulo y Buenos Aires después de nuestra cancelación, hizo más grande la tristeza. Pero, al final, la salud y la seguridad siempre deben estar primero. Ojalá tengamos otra oportunidad. Que su regreso sea, como una de sus canciones, un acto de "Poetic Justice". Y que algún día podamos gritar juntos, sin frustración sino con alegría, We gon’ be alright. Porque ese es el deseo que queda tras este guayabo: que la próxima vez, Bogotá reciba y celebre a Kendrick Lamar como se lo merece y que la ciudad siga atrayendo, con todas las previsiones necesarias, a los grandes artistas del mundo.
Del entusiasmo a la frustración
Paula Moreno