Un aniversario incómodo
Después de haberlo celebrado con entusiasmo e irresponsabilidad, el 18 de octubre se ha vuelto hoy un problema para el oficialismo.
Este sábado 18, el Gobierno se enfrenta, sin entusiasmo, a un nuevo aniversario del estallido de 2019. La fecha lo obliga a encarar un pasado que le resulta tan propio como problemático. Aquello que en su momento celebró como una epopeya ciudadana, hoy, según las encuestas, es repudiado por una mayoría y deja al oficialismo en una posición incómoda: no puede renegar del origen simbólico de su mandato, pero conmemorarlo supone recordar también el desborde y la violencia de esos días, así como su propia vergonzosa e irresponsable actitud ante aquello.
Inevitable es contrastar la actual apatía con el ánimo que había en 2020, al cumplirse el primer aniversario de lo que la izquierda, e incluso la centroizquierda, veían como un punto de inflexión histórico, inicio "del resto de nuestras vidas", según escribía la actual subsecretaria de Relaciones Exteriores. Entonces - ad portas del plebiscito que dio inicio al primer proceso constitucional-, la presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa (PC), criticaba al gobierno de Sebastián Piñera por anunciar medidas de resguardo del orden público para ese día, y hasta un líder moderado como el presidente del PPD, el excanciller Heraldo Muñoz, llamaba a un "caceroleo" por el Apruebo como forma de conmemorar desde las casas. La fecha estuvo finalmente marcada por la violencia (con la quema de dos iglesias como símbolo), pero los partidos opositores no lograron concordar una declaración de condena a esos hechos. El segundo aniversario, en tanto, en plena campaña presidencial 2021, fue ocasión para que el candidato Gabriel Boric declarara en tono sentencioso: "El 18 de octubre marca el momento en que el pueblo chileno dice 'basta' a una cultura de resignación ante los abusos". De paso, se definía "esperanzado" por el proceso constitucional de la Convención. La postulante de la DC, Yasna Provoste, por su parte, defendía su proyecto de ley para liberar a los presos de la revuelta.
Es evidente que esos discursos y el relato octubrista, que diagnosticaba un colapso terminal del modelo de desarrollo y proponía una refundación total del país, han envejecido mal. El veredicto de las urnas resultó lapidario cuando el proyecto de la Convención Constitucional de 2022, aquel que esperanzaba a Boric, fue rechazado por una amplísima mayoría. Y hoy, en momentos en que el país enfrenta una nueva campaña presidencial y parlamentaria, aparecer asociado con eso es receta segura para el fracaso electoral. Así lo entiende incluso la abanderada comunista, Jeannette Jara.
Explicación del fenómeno es el drástico cambio en las prioridades de los chilenos. La demanda por seguridad pública, el anhelo de vivir sin temor a la delincuencia, el terrorismo en el sur y el descontrol migratorio, han desplazado por completo la agenda de transformaciones estructurales. La "dignidad", central en el discurso de 2019, hoy es interpretada de una forma mucho más concreta: tener un empleo estable, acceder a una vivienda, ver crecer la economía y contar con un Estado que garantice el orden y la paz social. Esta mutación también expresa algo más profundo: los chilenos han revalorizado la estabilidad, la institucionalidad y la eficacia. Y subyace a tal cambio la constatación de que, lejos de haber mejorado las condiciones de vida de la población, lo ocurrido a partir del 18 de octubre las ha hecho más difíciles. La falta de una condena clara a la violencia y el ensañamiento contra las policías han sido factores determinantes en la crisis de la seguridad pública. Hoy ya es evidente que quienes atacaban comisarías y vandalizaban las ciudades no eran luchadores sociales que pretendieran proteger a los manifestantes pacíficos, sino miembros de barras bravas y expresiones del lumpen que facilitaron el avance territorial del crimen organizado. En fin, la incertidumbre que se instaló y las políticas populistas que se intentó promover han sumido al país en el estancamiento.
A la luz de todo esto, es comprensible que muy pocos -con la excepción de la izquierda más radical- quieran celebrar algo mañana. Seis años después solo queda asumir las lecciones del desencanto de un país que, lejos de la estridencia de los estallidos, privilegia una aspiración más serena: la de construir, con paciencia y realismo, un Chile mejor.