Sábado, 18 de Octubre de 2025

El colectivo artístico que nació en un galpón ruinoso y llevó al circo a lo más alto cumple 20 años

UruguayEl País, Uruguay 18 de octubre de 2025

El Picadero celebra dos décadas de vida con un espectáculo que homenajea la historia del circo uruguayo. Antes, repasamos su camino de hormiga hasta elevar el género a nivel internacional y convertirse en referencia.

Unos VHS con imágenes del Cirque du Soleil, un viaje gasolero por América Latina en contacto con circenses de distintos países y las ocupaciones del Instituto de Educación Física en 2003 donde se cruzaban acróbatas, bailarines y malabaristas ávidos por investigar fueron las semillas que hicieron germinar a El Picadero.

Por entonces eran un colectivo incipiente, con inmensas ganas de experimentar y aprender técnicas de circo desconocidas en Uruguay. Todo comenzó con Andanzas, un quinteto de mujeres estudiantes de danza que, mientras miraban los VHS que su profesora les mostraba, soñaban con replicar algo de aquella belleza estética y de ese virtuosismo en este rincón del mundo.


En 2004, fueron convocadas para un número de acrobacias y telas en la reapertura del Teatro Solís. El contexto cultural se puso de su lado, y la utopía empezó a volverse tangible. Sin embargo, era difícil imaginar que aquellos bohemios, que hacían sus primeras reuniones en un galpón ruinoso y rifaban talleres para llegar a fin de mes, terminarían llevando al circo a lo más alto.

"Desde el arranque queríamos que el circo se validara como en el resto del mundo. Hubo que luchar contra muchos prejuicios, y fue gracias a la militancia que logramos ponerlo en un lugar de reconocimiento", dice a El País Patricia Dalmás, fundadora y artista de El Picadero.

Hoy pueden decir misión cumplida. Conquistaron metas impensadas: consolidarse como plataforma de formación, crear el Festival Internacional de Circo, la Convención Uruguaya de Malabares y Circo, impulsar un Día Nacional del Circo el 6 de octubre, llevar espectáculos por el mundo... Y otra tan simple como sobrevivir.


A pesar de todo, la militancia no afloja: Dalmás aún repite que dejen de llamarla hippie por hacer circo.

Estas conquistas merecían un festejo: el aniversario número 20 fue la excusa para crear un espectáculo que cuenta la historia de El Picadero, que también es la historia del circo en Uruguay. Hay homenaje y amor por ese arte que defienden a capa y espada.

Se estrenó el 4 de octubre y tendrá más funciones el 24 y 26 de este mes, y el 1, 2, 16, 23, 29 y 30 de noviembre, a las 20.00 en Uruguayana 3836, su actual casa. La entrada es a la gorra valor sugerido $400 con reserva previa al 091 993 281 (ver recuadro).

El origen de El Picadero en un galpón en ruinas

En sus inicios hubo mucho romanticismo e inconsciencia, propio de la juventud de sus fundadores. Conseguir información no era sencillo en 2005 y viajar era la mejor forma de aprender. Cuando Dalmás volvió de su recorrido austero por Latinoamérica, compartió con sus colegas el conocimiento adquirido. Los contagió rápido y comenzaron a buscar un espacio donde probar y crear trucos nuevos.

Coincidió que el padre de una amiga tenía un galpón en desuso en Agraciada y San Fructuoso, que alquilaron por muy pocos pesos. Al grupo inicial de Andanzas se sumaron algunos con conocimientos técnicos, como Omar Izaguirre y Marcelo Patiño; poco después aparecieron Iván Corral y Lichi Sánchez, provenientes del mundo del malabar y del teatro. Ninguno imaginaba que ese proyecto iba a terminar acaparando sus vidas.

Las primeras reuniones se hicieron entre escombros, mugre y ratas circulando. "El galpón había sido un taller mecánico y tenía una fosa de 15 metros llena de escombros. Tardamos más de un año en limpiar y hacer una planchada", recuerda Dalmás.


Cuando lograron dejarlo más o menos prolijo, empezaron a dar talleres, su principal fuente de financiamiento. "Dábamos clases con niños con la eléctrica colgando", cuenta.

También organizaban varietés: ese galpón que de día parecía caerse a pedazos, a la noche se transformaba con luces y telas. El público respondió y las primeras funciones reunieron a 300 personas sin redes sociales, solo por boca a boca.

Ni el techo lloviéndose los movía de aquel galpón de Agraciada donde todo empezó. Durante dos años lo llamaron así, hasta que la gente empezó a confundirlo con el Teatro El Galpón y entendieron que necesitaban un nombre: lo bautizaron El Picadero, en referencia al escenario tradicional de circo.

Todo era a la gorra, para democratizar el arte. "Los alumnos traían tortas para vender en la cantina y luego actuaban. Un año rifamos talleres gratis para llegar a fin de mes", evoca Dalmás entre risas.

Fue esa red y espíritu autogestivo lo que enamoró a Kellyns Herrera, clown venezolana que llegó por casualidad a una varieté en 2014 y no se fue más: "Sentí que eran mi familia", resume.

De la autogestión a la proyección internacional


El salto más importante sucedió en 2010, cuando se constituyeron como asociación civil. "Tener figura legal nos habilitó a presentarnos ante el Estado y a los Fondos Concursables por primera vez", explica Dalmás. Fue también un ejercicio de reflexión: redactar objetivos, estatutos y definir quiénes eran.

Hasta entonces, se habían manejado de forma totalmente autogestiva: parte del dinero iba a sueldos de docentes y otra al mantenimiento del lugar, y abrían las puertas a otros colectivos que no pagaban pero asumían compromisos de colaboración.

Los espacios que habitan no tienen nombre porque apuntan a construir de manera colectiva y abierta a otros proyectos. Se integraron rápido al circuito internacional y por allí pasaron innumerables artistas y compañías, entre ellos Ciro Tamayo, hoy primer bailarín del Ballet Nacional del Sodre.

En 2012 llegó otro cimbronazo: el dueño del galpón de Agraciada anunció que quería venderlo, y alquilar otro era insostenible. Decidieron buscar apoyo estatal y el Municipio C les cedió en comodato la exfábrica Campomar, su casa actual en Uruguayana.

Encontraron el espacio vandalizado y sin electricidad. Les tocó rearmarlo para transformarlo en un lugar de formación y creación. Hoy, 13 circenses conviven en el núcleo central del proyecto; existen múltiples anillos de colaboración con colectivos y amigos, y además reciben a artistas y compañías de aquí y del mundo.


La mudanza abrió nuevas posibilidades y consolidó la expansión comunitaria: un grupo de Cirque du Monde, programa de circo social del Cirque du Soleil, los capacitó durante dos semanas en transformación y contención de jóvenes, y hoy profundizan en esa área.


Dentro de El Picadero se formó un grupo con gran sentido de pertenencia al que llaman Pica Joven. Tienen la misma ilusión y energía que los fundadores hace 20 años, y ellos los ven como la generación de relevo. Aunque a Dalmás no le gusta la palabra "legado", está convencida de que el "refresh" necesario lo harán los jóvenes, mientras ella aporta su experiencia. "El legado es: vení, vamos a sentarnos a ver qué se precisa", dice.

Lo importante es seguir cinchando todos juntos para llevar al circo a la cima. Ese amor por el género ha mantenido a Dalmás cerca del proyecto, pese a mil sensaciones e incluso momentos de necesitar plata para comer.

"El proyecto sigue siendo un espacio de militancia y expansión. Nos damos la cabeza contra la pared; muchas horas son voluntarias. Vamos, venimos, nos calentamos, lloramos, volvemos, nos puteamos. Es difícil hacer que sea sustentable. Pero cada uno va resolviendo su vida laboral y económica para poder mantener su dedicación acá, porque vale la pena que se sostenga", concluye.
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