Sábado, 25 de Octubre de 2025

Por la ventana

ColombiaEl Tiempo, Colombia 23 de octubre de 2025

Parece el guion de una mala película pero ocurrió hace cinco días en la realidad (aunque la contradicción es falsa y aparente: la realidad, en sí misma, suele ser una mala película): cuatro ladrones cogieron, a plena luz del día, una grúa mecánica, la pusieron sobre una de las paredes del Museo del Louvre, subieron por ella, rompieron una ventana, entraron a sustraer unas joyas valiosísimas y luego se escaparon en patineta como si nada

Parece el guion de una mala película pero ocurrió hace cinco días en la realidad (aunque la contradicción es falsa y aparente: la realidad, en sí misma, suele ser una mala película): cuatro ladrones cogieron, a plena luz del día, una grúa mecánica, la pusieron sobre una de las paredes del Museo del Louvre, subieron por ella, rompieron una ventana, entraron a sustraer unas joyas valiosísimas y luego se escaparon en patineta como si nada. Es algo tan absurdo que por eso mismo pudo ocurrir: una jugada maestra de la obviedad y la desvergüenza, con las que casi nadie cuenta nunca en entornos así, porque se supone que si alguien va a entrar a robar al Louvre, lo hace con los métodos más sofisticados y discretos, un plan nocturno y sigiloso para envenenar a los guardias, digamos, o una intervención en su sistema de seguridad digital para que nadie se dé cuenta de nada. Aquí, en cambio, lo que funcionó fue el exabrupto y el ridículo, una idea tan simple, tan elemental, tan chapucera, que a nadie se le ocurrió que ese pudiera estar siendo, así en el subjuntivo y el infinitivo y el gerundio más escandalosos que quepa imaginarse, el robo del siglo, una de las afrentas mayores al museo más visitado del mundo, que al mismo tiempo permite semejante papelón pero hace insufrible, a diario, la entrada de millones de turistas. Hay que ver las filas en el Louvre, las miradas de sospecha y amargura de sus custodios y gendarmes -bueno, suelen ser franceses-, las máquinas de rayos X por las que hay que pasar, los casilleros donde hay que dejar el alma entera para poder ir a ver las cabezas de quienes van a ver las cabezas de quienes van a ver la Mona Lisa. Pues no: estos tipos llegaron tranquilos, pusieron su grúa, rompieron el vidrio, entraron, robaron y se fueron en patineta. El doctor Marcelino Quijano y Quadra la llama la ‘paradoja del Pentágono’, que consiste en que nadie en su sano juicio, se supone, iría jamás a atacar ese lugar símbolo del poder militar de los Estados Unidos porque es el más seguro del mundo. Pero lo es justo en virtud de esa suposición y esa premisa, no por las medidas de seguridad que haya allí, muchas o pocas, es lo de menos: lo importante es el efecto psíquico, la certeza que persuade e intimida. Los ladrones del Louvre, unos maestros, se sirvieron de la paradoja del Pentágono, la usaron a su favor y perpetraron un crimen perfecto gracias a su absoluta imperfección, a su condición casi infantil e inconcebible. Y así demostraron, además, que toda esa pretenciosa parafernalia del museo, las miradas de sospecha y amargura, los rayos X, los casilleros, en fin, todo eso es una farsa y un ritual patético que en últimas no sirve para nada. Vuelvo a decirlo, aunque sobra la reiteración porque es la noticia más comentada en el mundo entero desde el domingo pasado: cuatro tipos cogieron una grúa gigante y aparatosa, la apostaron en una de las paredes del Louvre, treparon por ella, rompieron una ventana y, ante la mirada estupefacta de los visitantes y los guardias de seguridad, se llevaron por lo menos ocho joyas irrepetibles, entre ellas una corona de la emperatriz Eugenia de Montijo. No se trata tampoco de exaltar a los ladrones, pero a veces el guion de esa mala película que es la realidad, la vida, tiene esos giros de tuerca épicos e inesperados, una variación narrativa que hace que lo más modesto y fácil sobresalga frente a lo más solemne y elaborado. Quién iba a decir que el robo más importante de la historia del Louvre, más incluso que el de la Gioconda en 1911, iba a ser esta suerte de chiste de borrachos. Pues sí: ayer abrieron otra vez el museo y lo que la gente más visita, más incluso que la Gioconda, es la ventana rota por la que entraron los ladrones. www.juanestebanconstain.com
Barataria
Juan Esteban Constaín
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