Hechos no palabras
Un recorrido por la Ciudad Vieja revela el valor que realmente le asignamos a nuestra historia.
Para muestra basta un botón. El lamentable estado de la Ciudad Vieja es una demostración concreta del valor que la sociedad uruguaya realmente le asigna a su historia. Porque cómo se explica que una sociedad que concurre con entusiasmo a visitar los sitios y edificios más interesantes del barrio durante las jornadas del patrimonio (muchos de los cuales podría conocer tranquilamente el resto del año), tolere el deterioro de la Ciudad Vieja? Para no mencionar los ávidos viajeros que, aprovechan las oportunidades de viajar a costos razonables, para recorrer extasiados los barrios históricos ajenos, de Buenos Aires a las ciudades europeas.
El gradual deterioro del barrio ha alcanzado un punto crítico. No se trata solamente de la perdida material que significa la decadencia de edificios valiosos sino también la destrucción de paisajes urbanos y entornos únicos que forman (o formaban) parte del legado histórico que recibimos de las generaciones pasadas y que deberíamos trasmitir, conservado, mejorado y valorizado, a las generaciones futuras. La destrucción de esos elementos materiales conduce al olvido de la memoria intangible de un pasado que todavía tiene muchas lecciones para enseñarnos. La perdida, entonces, no es solamente material sino también cultural.
Quizás no deberíamos sorprendernos demasiado. A fines del siglo XIX se produjo una ola de demoliciones de edificios históricos que Francisco Bauzá describió como un "vandalismo ilustrado", Pero esa destrucción por lo menos fue el resultado del período de auge y optimismo del Uruguay de la belle epoque. Lo que tenemos ahora es producto de la ignorancia, cuando no indiferencia ante la pérdida de valores irremplazables.
El problema es serio (lo mismo podría decirse de buena parte del Centro): los comercios cierran (recorran Bacacay o Colón), las librerías emigran, las oficinas públicas y privadas se van, hace tiempo que ya no late la vida económica de la City montevideana.
Es inmensa la distancia entre la retórica patriótica y los esfuerzos reales, prácticos, para conservar los vestigios de nuestra historia. Un ejemplo es el caso del solar de los Artigas.
El solar que recibió esa familia durante el "proceso fundacional" y donde nació José Artigas el 19 de junio de 1764, siempre fue bien conocido. En 1964, a instancias de Juan Pivel Devoto, y al cumplirse los dos siglos del nacimiento, se sancionó una ley para expropiar el edificio más reciente que ocupaba el antiguo predio. En 1974, Juan Alberto Gadea publicó el trabajo definitivo sobre el lugar: "El ambiente hogareño donde nació Artigas". El lugar fue declarado monumento histórico nacional en 1985. En 2014, se instaló una placa en una de las paredes del edificio recordando que allí había nacido el prócer. Recién el año pasado, como parte de la conmemoración de los 260 años del nacimiento de Artigas y tres siglos del proceso fundacional de Montevideo, se inauguró un espacio conmemorativo. Seis décadas desde la declaración de monumento histórico.
Pero, con todo, el solar tuvo suerte.
Otros sitios han corrido peor suerte. Basta mencionar los edificios del Apostadero de la Real Armada para el Río de la Plata, Atlántico Sur y Malvinas, que se remontan a 1776, y son uno de los pocos conjuntos de esta naturaleza que se conservan en América Latina.