Lunes, 10 de Noviembre de 2025

Un salón para Trump

ChileEl Mercurio, Chile 10 de noviembre de 2025

"Soy Presidente y HAGO LO QUE QUIERO"

"Soy Presidente y HAGO LO QUE QUIERO". Ese parece el lema (en mayúsculas, como sus tuits) que adoptó Donald Trump en este segundo mandato, hastiado de las cortapisas que le pusieron jueces, congresistas, burócratas y medios en su gobierno anterior. Ni el Congreso ni la Corte Suprema parecen pesos y contrapesos suficientes. Su decisión de imponer aranceles a medio mundo está siendo litigada en el alto tribunal y quizás se tope ahí con una valla. No le importa, ya que podría recurrir a otros instrumentos para seguir cobrando las tarifas. Porque él hace lo que quiere. Así, cada día sorprende con alguna medida que nadie se hubiera atrevido a tomar. Eso vale para los ataques militares a botes con supuestas cargas de droga, las redadas contra inmigrantes o el envío de la Guardia Nacional a estados de sus rivales políticos. Las críticas no lo amilanan; por el contrario, seguro que le dan energía.
Es un malabarista, con varias pelotas en el aire, lo que le permite estar a diario repetidas veces en la noticia. En estas semanas, acaparó titulares por reunirse con Xi Jinping para apaciguar la guerra comercial; apoyar a Andrew Cuomo en Nueva York; remodelar el baño del Presidente Lincoln en la Casa Blanca, poco antes de demoler su Ala Este. Todo esto, en medio del cierre del gobierno más largo de la historia. Trump no cede a las presiones demócratas para mantener los subsidios a la salud. Ignora las críticas y no rehúye las polémicas, más bien las busca, porque, si no, por qué organizó una fastuosa fiesta de Halloween-Gran Gatsby en su club de Florida, en medio del debate por el financiamiento de los programas de alimentación para los pobres.
Como hace lo que quiere, también es inmune a las críticas por la construcción de su ballroom en el espacio que dejó la desaparecida Ala Este. El proyecto considera un espacio de 8.300 metros cuadrados para recibir a 650 invitados, con ventanas arqueadas, columnas corintias, piso de mármol ajedrezado, muchas lámparas y candelabros dorados. Una especie de sala de los espejos de Versalles. La justificación es que el actual salón de recepciones tiene capacidad solo para 200 visitas, lo que obliga a instalar enormes carpas para los grandes eventos. Desde 2010 que Trump tiene esta idea. Se la propuso al gobierno de Obama, pero no recibió respuesta, y ahora la hará sin consultar con nadie porque será financiado con donaciones privadas. Y aquí emerge la controversia ética. Se cuestiona que los aportes tendrían un componente de transacción, porque los donantes -grandes empresas financieras, tecnológicas, mineras, del área de salud- tienen algún tema pendiente con el gobierno y están a la espera de decisiones sobre permisos, regulaciones o acuerdos judiciales, y otros simplemente buscan acceso al Presidente.
A Trump eso no le preocupa, porque hace lo que quiere. Después de todo, el país más poderoso del mundo puede tener un gran salón en la casa de gobierno que proyecte la imagen de superpotencia. Otra cosa es que, probablemente, el resultado no será de una belleza clásica sino del (mal) gusto del Presidente.
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