Martes, 11 de Noviembre de 2025

Somos los perros de Pavlov

UruguayEl País, Uruguay 11 de noviembre de 2025

Las personas tendemos a aceptar como verdad los mensajes que recibimos de forma repetida.

Es escalofriante ver como, en círculos más chicos hasta los grandes líderes políticos, sueltan afirmaciones -y las repiten sistemáticamente- sin ningún tipo de fundamento, logrando que se vuelvan verdades absolutas. A uno le puede quedar la duda si esta mala práctica es consciente o inconsciente. Algunos lo harán sin querer, otros como parte de un plan premeditado. Pero en todos los casos es con un objetivo de manipulación. Lo increíble es que funcione.

Eso sucede porque la vida de las personas y nuestra memoria giran en torno a asociaciones. El olor a la comida de nuestra abuela nos hace agua la boca, una canción que nos recuerda un momento feliz nos pone alegres y el afiche de una película de terror que nos dio miedo, nos pone la piel de gallina. El condicionamiento clásico o aprendizaje por asociación, fue descubierto por el científico ruso Iván Petrovich Pavlov, por el cual ganó el Premio Nobel en 1904.

Un día, Pavlov vio que los perros comenzaban a salivar al sentir los pasos de su cuidador, incluso antes de que les trajeran la comida. Y así provocó que, con el tiempo, sucediera lo mismo con el sonido de una campana. Es decir, con la repetición, asociaban una cosa con la otra porque anticipaban lo que venía después. De igual manera, nuestro cerebro asocia determinados estímulos con experiencias negativas. Cuando nos quemamos con leche caliente, vemos a la vaca y lloramos. Por más buena que sea la vaca que venga después. Esto se logra con el tiempo por repetición o cuando sufrimos acontecimientos traumáticos, un solo suceso basta para crear una fuerte asociación.

Este mismo mecanismo es el que usan las marcas para construir su imagen: la publicidad lo que hace es asociarse con todo aquello que le gusta al consumidor o admira. Queremos tener el pantalón que tiene Pampita, el reloj de George Clooney o la bebida que está tomando el grupo de amigos que se muestra tan divertido. Y así lo convertimos en un estímulo condicionado que nos impulsa a comprar. Todo esto sucede en nuestro cerebro, aunque no exista una causalidad real.

Es por eso que las personas tendemos a aceptar como verdad los mensajes que recibimos de forma repetida, aunque no sean necesariamente verdaderos, generando una respuesta automática que los transforma en una verdad aceptada socialmente.

Es increíble el poder que tiene la repetición como mecanismo de persuasión y manipulación. Lo tenía claro el político nazi Joseph Goebbels, a quien se asocia la frase "una mentira dicha mil veces se convierte en una gran verdad" que describe el principio de la propaganda: repetir una falsedad con suficiente frecuencia para que se acepte como si fuera verdad.

Cuando una mentira se repite constantemente, se disuelve la duda y se crea una percepción de legitimidad. Y muchas veces no somos conscientes de la influencia que tiene en nosotros, provocando una aceptación acrítica. Damos por cierto el refrán de "cuando el río suena, agua lleva" y una afirmación falsa, termina por configurar la realidad. Así es que algunos personajes logran consolidar su autoridad no solo por sus acciones, sino también por la circulación reiterada de relatos distorsionados sobre ellos. Y nosotros, terminamos siendo objeto de este relato.


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