El día después de las elecciones
Los planteamientos hegemónicos, la proliferación de líneas rojas o las posturas intransables serían un mal augurio.
A pesar de que las encuestas han estado insinuando un cierto tipo de resultado para las elecciones presidenciales y parlamentarias del próximo domingo, el panorama político que se genere hacia adelante, aun en el caso de que esos pronósticos se ratifiquen, dista de ser claro.
En efecto, aunque la postulante oficialista, Jeannette Jara, se imponga en la primera vuelta, es muy difícil que pueda ganar en la segunda: la impopularidad del Gobierno y la continuidad que su candidatura representa, además de la gran cantidad de votos que probablemente habrán sumado los abanderados de derecha, así lo indican. Eso generará un debate al interior de las izquierdas respecto de si la responsabilidad de su eventual derrota recae en el eje Apruebo-Dignidad (básicamente el Frente Amplio y el PC), por no ser fiel a su planteamiento original, o en el Socialismo Democrático, a cuya conducción debieron recurrir luego del fracaso del proyecto constitucional en el que habían basado su programa. En cualquier caso, si la derrota es del tamaño que auguran los sondeos, la necesidad de una reflexión al interior de quienes formaron parte de la actual administración será impostergable, especialmente si desean recuperar su conexión con la ciudadanía. Eso requerirá, a su vez, una buena dosis de realismo, además de un alejamiento del ideologismo que obnubiló al Frente Amplio en su vertiginoso ascenso inicial.
Por otra parte, como la derecha participa dividida en tres candidaturas -Kast, apoyado por el Partido Republicano y el Partido Socialcristiano; Matthei, por los tres partidos que componen Chile Vamos, más Amarillos y Demócratas, y Kaiser, por el Partido Nacional Libertario-, sus dirigentes se verán en la necesidad de orientar a sus partidarios con miras a la segunda vuelta, pues casi con seguridad uno de los tres estará en ese balotaje. Dada la urgencia que el país tiene de alejarse del rumbo actual, representado por una candidata con 37 años de militancia en el Partido Comunista, colectividad que mantiene estrechos lazos con países como Venezuela, Cuba y Nicaragua, quien pase a segunda vuelta debería recibir el apoyo de los otros dos, para así minimizar la probabilidad de que esa continuidad se dé. Todo aconseja que dicho apoyo se entregue sin exigencias especiales que dilaten la definición y desvíen los esfuerzos de campaña. Ello no obsta para que, al mismo tiempo, cada uno se preocupe de enfatizar los temas que le resulten más importantes, pero la discusión respecto de eventuales condiciones de colaboración futura debiera quedar postergada hasta después de la segunda vuelta, y si es que el candidato de derecha resulta efectivamente ganador.
En cualquier caso, será crucial, con miras a aquello, el desenlace de las parlamentarias, tanto para conocer si los partidos de derecha alcanzaron o no una mayoría en ambas cámaras -algunos sondeos así lo sugieren- como para establecer la fuerza relativa con que las tres vertientes habrán quedado representadas en el Congreso resultante. Esto último determinará, en buena medida, la manera en que se llevarán a cabo las negociaciones para una eventual colaboración en el gobierno del candidato ganador. La apertura y generosidad con que se enfrenten esas negociaciones tendrán una importancia decisiva en la capacidad del futuro gobierno para alcanzar el éxito en su gestión. Los planteamientos hegemónicos, la proliferación de líneas rojas que no se puedan cruzar o las posturas intransables serían un mal augurio al respecto.
De ahí que el más importante desafío que enfrentará la actual oposición el día después de las elecciones será encontrar la adecuada dosis de generosidad y buena fe con las que consolidar un planteamiento unitario de cara a la segunda vuelta, y de este modo recuperar la esperanza en una senda de seguridad, progreso y prosperidad, como la ciudadanía anhela.
Pero todo aquello dependerá de cuál sea el resultado del próximo domingo. Y ese aún no se conoce.