Cambio de época
No solo la transición ha quedado muy atrás, sino que se ha abierto toda una nueva época para la política chilena.
Con las elecciones del domingo, Chile parece haber entrado en una nueva fase de su historia política. Si hasta los procesos eleccionarios más recientes aún se advertía la estructura tradicional de la representación política en nuestro país, heredera de disputas generacionales que se expresaban en partidos históricos definidos entre izquierda y derecha, desde ahora no parece quedar nada de eso. El mayor partido de la izquierda es hoy el Frente Amplio, de reciente fundación, y con un fuerte carácter generacional, en tanto que la derecha estará representada por su principal partido, el Republicano, creado hace pocos años. Nada de esto recuerda la habitual disputa entre socialistas y las distintas organizaciones de derecha, con un fuerte Partido Demócrata Cristiano al centro.
Luego del retorno de la democracia, resurgieron casi con la misma fuerza que tenían en 1973 las colectividades tradicionales chilenas del siglo XX. El hecho causó sorpresa y decepción entre los partidarios del régimen militar, puesto que 17 años no lograron modificar las preferencias políticas de los chilenos, pero no había novedad alguna en ello, ya que el congelamiento de esa actividad tiene siempre el mismo efecto. Así también pudo advertirse en España tras un período muchísimo más largo, entre 1936 y 1975, en el cual no hubo actividad política ni se registraron cambios mayores en las posturas del electorado. Pero al poco tiempo comienzan a manifestarse las nuevas realidades, con los problemas característicos de cada época, y la sociedad comienza a respaldar nuevas soluciones sin tomar en cuenta la tradición histórica, sino solo sus aflicciones y dilemas reales y presentes.
En Chile, la Concertación de Partidos por la Democracia encabezó los primeros gobiernos y se registró la oposición de la derecha, con su proverbial división y desorden. Pero el país podía advertir la usual disputa por la representación política entre fuerzas fundamentalmente conocidas. Eso parece haber concluido en forma ya definitiva en la última elección, donde el clivaje no es tan simple de resolver, tal como ha estado ocurriendo en muchos otros países del mundo occidental. La clase obrera no parece tener existencia en el siglo XXI y por tanto nadie aspira a ser su representante. La primera preocupación de quienes sufren penurias económicas es más bien de seguridad. El temor al desorden es un asunto ineludible para quien aspire a interpretar a esos amplios segmentos de la población y en tal sentido no es nítida la posición de la izquierda, históricamente interesada en desempeñar el papel de representar a los postergados, pero no en reforzar la seguridad. En otros países, como en Estados Unidos, la izquierda ahora parece estar mejor delineada como las élites intelectuales y académicas, mientras Trump, en nombre de la derecha, se encarga del problema de la migración, que parece ser el más inquietante para la población más pobre de estadounidenses.
El año 1993, el entonces precandidato presidencial Ricardo Lagos publicó un libro llamado "Después de la transición", en el que se daba por un hecho cierto que la transición a la democracia ya había concluido. Desde entonces, se ha hablado por años de una transición interminable, que nunca se podía dar por completa, puesto que la izquierda no aceptaba algunas de las nuevas disposiciones de la democracia chilena o decisiones administrativas adoptadas por el gobierno militar, como la división del país en regiones. Pues bien, la primera vuelta de la elección presidencial de este 2025, sin lugar a dudas, ha dejado en claro que no solo la transición ha quedado muy atrás, sino que se ha abierto toda una nueva época para la política chilena, la que tendrá que lidiar con los problemas del siglo XXI, que incluyen nuevas tecnologías como inteligencia artificial, fenómenos migratorios inimaginables en el siglo pasado, y cambios en la estructura social, económica y cultural del país.