Jueves, 20 de Noviembre de 2025

Recordatorios acerca de la democracia

ChileEl Mercurio, Chile 20 de noviembre de 2025

Sabemos que la democracia no es meritocrática

Sabemos que la democracia no es meritocrática. Nunca lo ha sido. Lo cual quiere decir que en las elecciones no necesariamente compiten los mejores ni tampoco son estos los que resultan finalmente elegidos. No obstante, la democracia es la más franca y atrevida de las formas de gobierno.
Franca, porque a la pregunta que hacen todas las formas de gobierno, a saber, quién debe gobernar, la democracia, hidalgamente, responde que no lo sabe; y atrevida, puesto que luego de dar esa respuesta agrega que tendrá que hacerlo aquel o aquellos que obtengan para sí la mayoría. Una regla puramente cuantitativa, pero también sabemos que es mejor contar cabezas que cortarlas.
Precisando un tanto más, la democracia responde que cualquiera puede gobernar, a condición de que obtenga la mayoría en elecciones sujetas a reglas bien conocidas. Reglas de la democracia que se exigen no solo para ganar el poder, sino también para ejercerlo luego de haberlo ganado, conservarlo, eventualmente incrementarlo, y recuperarlo cuando se lo hubiere perdido. Por tanto, la democracia es también exigente, puesto que sus reglas tienen aplicación obligatoria no solo al momento en que se determina quién o quiénes accederán al poder.
La democracia es una forma de gobierno de la sociedad que no equivale a un concurso académico al que postulen y en el que se impongan los mejores. En el fondo, gobernarán, indirectamente, los mismos que quedan subordinados al mando de quienes ganen el gobierno, mas no para siempre, sino por lapsos bien acotados y preestablecidos por otra de las reglas de la democracia. Además, y como es también cosa sabida, la democracia, junto con dar el poder a la mayoría, se compromete a respetar los derechos de las minorías que hayan sido derrotadas, en especial el de poder transformarse más adelante en mayoría y obtener el poder para sí.
Merced a la democracia hay quienes se hacen con el poder político, pero no con todo ese poder. Se trata de una forma de gobierno que, junto con limitar el poder, lo divide y controla en su ejercicio, sujetando todo eso a reglas y valiéndose de instituciones configuradas antes de las votaciones.
Cuando una democracia produce algún grado de decepción -especialmente entre los perdedores, aunque también en los ganadores que ven limitado, dividido y controlado el poder que han obtenido-, es fácil precipitarse y culparla a ella de todos los males, incluidos aquellos que provienen de la economía y la corrupción. Todo poder tiene capacidad de dañar a las personas, y no solo el poder político, también el de carácter económico. Pero a menudo se confunde uno con otro poder, y todas las cuentas se le pasan al régimen político.
Por mucha que sea la decepción que produzcan los resultados electorales en una democracia, lo razonable no es olvidarse de ella ni menos desecharla. La democracia siempre da una próxima oportunidad, además de que también es posible mejorar sus instituciones. Una democracia es más que un conjunto de instituciones de ese carácter -se trata finalmente de una cultura-, aunque es lamentable la cantidad de oportunidades que hemos desperdiciado para mejorarla.
Tampoco puede ser que los problemas de seguridad nos abrumen hasta el punto de considerar que habría que sacrificar las libertades que garantiza la democracia en nombre de procurar mayor orden. Las libertades se ejercen dentro de un cierto orden, conforme, pero este no debe asfixiar a las primeras. Toda sociedad democrática y todo gobierno prudente demandan tanto libertades como orden y solo la democracia es capaz de proteger aquellas y este.
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